La globalización de Gengis Kan

Edificado mediante guerras y masacres, el imperio mongol instauró, sin embargo, más de un siglo de 'pax mongolica' que hizo posible intensos intercambios económicos, tecnológicos y culturales entre China y Europa

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Junio 2024 / 125
Genghis Khan

Ilustración
Perico Pastor

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Comienzos del siglo XIII: mientras los cruzados fracasan en su intento de conquistar los santos lugares, hordas de guerreros a caballo arrasan todo lo que encuentran a su paso. Los cristianos occidentales esperan que unos míticos cristianos de Oriente acudan a socorrerles, pero quienes llegarán serán los mongoles.

Proceden de lejos, de las estepas de Mongolia, en la frontera norte de China. Entre 1206 y 1211, un jefe, Gengis Kan, unifica las diversas tribus en torno a él y luego somete a los pueblos vecinos. Posteriormente, ataca China y saquea la capital de la dinastía Jin y obliga a las élites a huir al sur para refugiarse. Avanza hacia el oeste, invade Asia Central, Afganistán, Persia. En 1221 asedia Nishapur, una ciudad persa, la saquea y masacra a toda su población.

Esa violencia extrema tiene por objetivo convencer a otras poblaciones y ciudades de que se sometan sin oponer resistencia. Y funciona. La muerte de Gengis Kan en 1227 no interrumpe las conquistas. Su hijo y sucesor, Ogodei, seguirá expandiendo la soberanía mongola: en Asia, desde Corea al Tibet y al norte de la península india; al oeste, hasta Kiev, en las fronteras de Polonia y Hungría. Esos invasores, llegados de no se sabe dónde, alarman a Occidente. El papa envía emisarios al gran kan para enterarse de quiénes son. Uno de los emisarios, el franciscano Jean de Plan Carpin, que viaja de 1245 a 1247 y se entrevista con el nieto de Gengis Kan, constata la libertad religiosa que rige en el imperio, pero dice que esos “tártaros” son muy poco civilizados. Unos años más tarde (1253-1255), el rey San Luis de Francia envía a otro franciscano, Guillaume de Rubrouck, con la esperanza de que establezca con los mongoles una alianza contra los musulmanes para reconquistar los santos lugares. En su informe, Rubrouck describe la vida cotidiana, las prácticas chamánicas y religiosas, el modo de vida de los mongoles.

La esperanza de San Luis pronto se ve frustrada. Los mongoles atacan Polonia y saquean Cracovia. Pero lo que alivia a Occidente es que les interesan unas regiones que consideran más ricas que Europa: en 1258 toman Bagdad y matan a gran número de sus habitantes. A finales del siglo XIII conquistan toda China, fundan la dinastía Yuan y trasladan su capital a una nueva metrópoli, la futura Pekín.

A finales del siglo XIII, el mayor imperio terrestre jamás creado se extiende desde el Pacífico al mar Negro. Demasiado vasto, se fractura en cuatro ramas rivales dirigidas por descendientes de Gengis Kan. La rama mayor en China, otra en Asia central, la Horda de Oro en las estepas rusas y el Ilkanato en Persia. Son unas ramas rivales, pero a las que les une el interés por favorecer el comercio a través de Asia.

Un imperio pacificado

De este modo, desde el año 1220 hasta 1340, cuando tiene lugar la fulgurante propagación de la peste negra desde las estepas de Asia, el Imperio Mongol, una vez conquistadas todas las tierras, instaura una paz relativa y una seguridad que contrastan con la violencia de sus invasiones.

Se establece una sólida administración en la que se codean hombres de diversos orígenes elegidos por su competencia y su lealtad. La libertad religiosa que otorgan a los habitantes, ya sean budistas, musulmanes, judíos, cristianos o animistas, favorece la paz civil y el comercio. Un sistema postal, garantizado por esos caballos rápidos y resistentes que han hecho posible las conquistas, permite una rápida comunicación entre todo el imperio. Los sucesores de Gengis Kan vigilan las rutas, construyen puentes, pozos, establecen caravasares. Optan por no gravar las mercancías con impuestos superiores al 3% de su valor y fomentan el uso del papel moneda en forma de hojas de morera, cuyo valor está avalado por los tesoros acumulados durante sus conquistas, lo que provoca la admiración de Marco Polo.

Este mercader veneciano viajará por ese imperio pacificado de 1260 a 1295. Llegará hasta China, donde se entrevistará con el kan y emperador de China, Kublai. Marco Polo deja una detallada crónica,  muy realista pero en ocasiones fantasiosa, del Imperio Mongol. En esa época, en 1275, un cristiano de origen uigur, Rabban Bar Sauma, sale de China y, en 1284, el kan iraní Arghun, descendiente lejano de Gengis Kan, le encarga ir a Europa a convencer a los soberanos cristianos de que establezcan una alianza con ellos para liberar los santos lugares de los musulmanes. En vano. Muere a su regreso a Bagdad en 1294 y también deja una crónica de su viaje. El siglo siguiente, el musulmán tangerino Ibn Batutta deja por escrito el testimonio de su viaje a China a través del Imperio Mongol, que tiene lugar de 1330 a 1336. Ve 100 barcos entrar en la rada de Quanzhou, así como innumerables embarcaciones pequeñas, y constata el intenso tráfico marítimo entre China y todo el sureste y el sur asiáticos.

Comercio de lujo

Evidentemente, antes de los mongoles ya había relaciones comerciales terrestres y marítimas. Pero la pax mongolica permite intensificarlas enormemente y diversificar el comercio intercontinental, que ya no está obligado a pasar por el mundo islámico. No es casualidad que los grandes mercaderes de las ciudades italianas se establezcan en el mar Negro y a lo largo de las rutas de la seda que atraviesan el continente asiático. Los europeos, que hasta entonces no tenían sino una vaga idea de Asia y de los pueblos que la habitaban, descubren una nueva civilización y unos productos hasta entonces raros. La seda es la estrella, pero también se pueden encontrar en Génova y Venecia armiño o ardilla, pimienta, jengibre, almizcle, especias, brocados, terciopelos, paños bordados en oro, perlas, piedras preciosas, toda una serie de productos de lujo muy apreciados por los aristócratas.

Aparecen los primeros manuales y guías comerciales. El florentino Francesco Pegolotti (1290-1347) publica la guía más célebre de la época. En ella informa sobre los lugares donde se comercia, los impuestos, las diferencias de peso, de medidas, el valor de las diferentes especias. También señala que el trayecto desde el mar Negro hasta China es “totalmente seguro tanto de día como de noche”.

Hay un sector especialmente floreciente: el comercio de tejidos. Las industrias textiles, desde Bagdad a Tabriz, en el norte de Irán, experimentan un gran auge. A Tabriz llegan mercaderes de Florencia, de Lucca, de Siena para comprar esos tejidos, así como especias o sedería procedentes de la lejana China. En el Palazzo Pubblico de Siena está colgado un mapa del pintor Ambrogio Lorenzetti (1298-1348) en el que se precisan las distancias, las formas de transporte, la red de agentes e intermediarios, desde la ciudad italiana hasta lo más profundo de Asia.

Tanto al este como al oeste se abren nuevos horizontes.  En el siglo XV, de 1405 a 1433, los chinos ponen en marcha varias expediciones marítimas a través del océano Índico y llegan hasta Mozambique. En Occidente, se sueña con llegar a Catay (China) o Cipango (Japón), ya sea navegando hacia el oeste, como intentará Cristóbal Colón en 1492 inspirándose en las crónicas de Marco Polo, o hacia el este, como harán los portugueses, que llegarán a la península india con Vasco de Gama. Ha llegado el momento de una nueva globalización, esta vez decisiva y europea, pero que inició en el siglo XIII el Imperio Mongol.