Cuando los capitalistas alababan la sobriedad

Paralelamente a las promesas de abundancia y prosperidad, el capitalismo del siglo XIX no dejó de elogiar los méritos de la moderación y la frugalidad

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Mayo 2024 / 124
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Se sabe, desde Marx, que la lógica de acumulación infinita es una de las características del modo de producción capitalista. En su último libro, la filósofa Nancy Fraser analiza los resortes de lo que denomina “capitalismo caníbal” (Siglo XXI, 2022). La búsqueda de beneficio justificaría que sea explotado y destruido todo lo que permite extraer plusvalía: el trabajo, la naturaleza, la inteligencia, el cuidado, la vida privada, etc.

Omnívoro, el capitalismo quisiera no conocer límites. La motivación económica sería su única filosofía. Pero incluso los capitalistas más iluminados, al menos una parte de ellos, se han visto obligados a aceptar que la naturaleza, los virus y la geopolítica nos imponen límites que ya no podemos ignorar. De aquí el regreso con fuerza, desde el verano pasado, de los llamamientos políticos a la austeridad.

Definir el capitalismo solamente por su ánimo de lucro sería olvidar la otra mitad de su discurso legitimador, que promueve desde hace tiempo los comportamientos de restricción, templanza y ahorro. Paralelamente a las promesas de abundancia, prosperidad y expansión, el capitalismo del siglo XIX no dejó de elogiar los méritos de la moderación y la frugalidad.

Una obra, en particular, popularizó este mensaje en el siglo XIX. Publicado en 1859 en Londres, el mismo año que La evolución de las especies de Charles Darwin, el libro Self-Help, de Samuel Smiles, propone a sus lectores una galería de retratos a imitar si se desea ser un individuo respetable y plenamente realizado.

Considerado típico de la moral victoriana de la época, el libro invita a las clases medias y bajas a desechar actitudes de relajo y dejadez en beneficio de una moral rigurosa de trabajo, abstinencia y anticipación. El ahorro está en el centro de su programa: convertirse en un buen capitalista supone saber rechazar los espejismos del consumo, guardar para un futuro preparado minuciosamente en una sociedad que no conocía casi ninguna forma de protección colectiva frente a los riesgos de la existencia.

Este discurso no tiene nada de sorprendente.  En la segunda mitad del siglo XIX, la valorización de la frugalidad es consustancial a la moral capitalista. Es una marca de clase y un factor de distinción social.

En la mentalidad de las élites aristocráticas y burguesas, la pobreza no es un fenómeno estructural, ligado al reparto desigual de los medios de producción. Es, principalmente, según ellas, una falla moral y espiritual, que resultaría de priorizar los placeres inmediatos sobre los esfuerzos a largo plazo.

La sobriedad que se trata de promover no es tanto energética como etílica: la lucha contra el consumo de alcohol es uno de los grandes temas de movilización de los reformadores sociales. Estar sobrio es rechazar el vicio y reconquistar el dominio de su destino.

Es por esto por lo que Samuel Smiles y sus congéneres se movilizan en favor del movimiento por la templanza, cuyo objetivo no es otro que promover la abstinencia total. Más que reducir las desigualdades o modificar la estructura social, convendría disciplinar las prácticas de consumo y culpabilizar, a cambio, a aquellas y aquellos que no tienen la fuerza de voluntad para resistir a la tentación. La austeridad, tendemos a olvidarlo en estos tiempos de encarecimiento del coste de la energía y de crisis geopolítica, es, primero, la del bebedor hacia la botella.

La sobriedad al servicio de la dominación

En el siglo XIX, como hoy en día, las vías para alcanzar la sobriedad son diversas. Muchos ponen como primer objetivo la reforma moral y espiritual de los individuos, mientras que otros subrayan la necesidad de adoptar políticas ambiciosas de regulación de los comercios de bebidas alcohólicas, de tasar los beneficios obtenidos con su venta o imponer un monopolio de fabricación de alcohol. Pero la sobriedad no es un predicamento moral: es, primero de todo, una cuestión de economía política que invita a dilucidar los conflictos entre intereses contradictorios.

Para los británicos, la llamada a la moderación es también una estrategia de consolidación de su potencia nacional e imperial en el siglo XIX. Un pueblo que ahorra es más capaz de exportar su capital y extender su influencia, directa o indirecta, sobre los territorios situados bajo su dependencia financiera (en América del Sur, África o Asia).

Smiles no invita solo a la reforma individual de los pobres y la pequeña burguesía: su libro es una herramienta del poder blando  británico, que tiende a universalizar su moral en nombre del progreso y la civilización. También, Self-Help se convierte rápidamente en un best seller internacional, traducido en múltiples lenguas.

En Europa, en Oriente Próximo y en Japón, las virtudes de la frugalidad y el sacrificio están situadas en el corazón de las estrategias de expansión nacional o de resistencia a los imperialismos extranjeros. La moderación se pone al servicio de la desmesura: la sobriedad legitima la depredación.

No se trata solamente de un discurso: como bien ha mostrado el historiador Sheldon Garon en su libro Beyond Our Means. Why America Spends While the World Saves (Por encima de nuestras posibilidades. Por qué EE UU gasta mientras el mundo ahorra, Princenton University Press, 2011), este movimiento internacional en favor del ahorro transforma las prácticas sociales y económicas a través del mundo, y expande el campo de acción del capitalismo.

Este recorrido por el siglo XIX permite, sin duda, formarse una idea más clara del interés creciente de las élites económicas y políticas sobre el vocablo sobriedad. Interpretado en un sentido individual y moral, este objetivo no amenaza la razón de ser del capitalismo, que siempre ha unido sus promesas de abundancia con la apología a la moderación y la preocupación por la distinción social.

Hará falta más para desviar el capitalismo contemporáneo de su trayectoria. Por ello, es urgente construir una economía política de la sobriedad, en sustitución de las lecciones morales o la celebración de pequeños gestos aislados.