Cómo el bloqueo continental de Napoleón provocó la caída de su imperio

Al prohibir, en 1806, la entrada de mercancías procedentes de Reino Unido en los territorios que controlaba, el emperador francés pretendía liquidar el comercio inglés. En realidad, puso en marcha el mecanismo que llevaría a su propio declive
 

Comparte
Pertenece a la revista
Enero 2024 / 120
Napoleón

Fotografía
Getty images

Audioplayer Icon
Escucha el artículo

El 21 de noviembre de 1806, Napoleón I está en la cima de su poder. El emperador acaba de derrotar al Ejército prusiano, uno de los más temibles de Europa, en la batalla de Jena. Sus tropas ocupan Berlín y él mismo acampa en el palacio de los Hohenzollern.

Su poder se extiende desde la punta sur de Italia hasta el Báltico. Unos territorios están integrados en su imperio, como Italia del Norte, Renania, Bélgica, Países Bajos, otros son aliados —en realidad, dominados— como Austria y España, Nápoles y Roma.

El emperador firma un decreto cuyo artículo 1º declara: “Las islas británicas están bajo bloqueo”, imaginando que con ello pondría a Inglaterra de rodillas. De hecho, lo que hace es poner en marcha el mecanismo que llevará a la caída de su imperio. 

Es Francia la que, en realidad, sufre un bloqueo desde el comienzo de las guerras de la Revolución. La Armada británica, muy superior a su homóloga francesa, intercepta los navíos en cuanto salen al canal de la Mancha. Y, desde el desastre de Trafalgar, en 1805, controla el acceso a todos los puertos, desde Brest a Hamburgo, Nantes y Burdeos. La Rochelle y otros puertos franceses se ven, así ,privados de las mercancías coloniales (azúcar, algodón, café, índigo, etc.) y de las exportaciones por mar de los productos transformados que proporcionan inmensos beneficios a los armadores y los comerciantes de las ciudades portuarias. 

Pero tras sus victorias en Prusia y, sobre todo, tras el Tratado de Tilsit, en 1807, por el que Rusia pasa a ser una aliada, Napoleón decide que, ya que no puede bloquear los puertos británicos por carecer de una armada potente, acabará con el comercio inglés prohibiendo la entrada de sus productos a un mercado de 80 millones de personas que se extiende desde Dantzig (o San Petersburgo) hasta Nápoles.

Está convencido de que esa “nación de comerciantes” que mantiene los conflictos contra Francia gracias al “oro inglés” quebrará si se ve privada del mercado europeo, donde Francia la sustituirá:
“No pierdas jamás de vista que, si el comercio inglés triunfa en el mar, es porque los ingleses son los más fuertes; es conveniente, pues, ya que Francia es más fuerte en tierra, que logre también que triunfe su comercio”, escribe el emperador a su hijo adoptivo, Eugène de Beauharnais, en 1810. De hecho, los primeros años del sistema continental parecen beneficiosos para la industria tricolor, ahora protegida por el ejército de aduaneros que recluta la Administración para perseguir los productos made in England o los procedentes de países neutros no europeos como EE UU, cuyo presidente, Thomas Jefferson, ha decretado un embargo sobre Europa. 

“La competencia internacional había disminuido y la importación de productos manufacturados textiles bajó enormemente: el total de importaciones pasó de 65 millones de francos en 1805 a 11 millones en 1807. Los productos franceses eran los dueños y señores del mercado francés incluso después de la caída del Imperio, ya que el nivel de importaciones no superaba los 20 millones de francos en 1816”, señala el historiador Pierre Branda.

Días de gloria para el contrabando

La necesidad de sustituir los productos importados como el azúcar, el algodón y el índigo estimula la innovación: azúcar de remolacha para sustituir a la caña de azúcar, telares para hilar la lana a falta de algodón, nuevos tintes para reemplazar al índigo, achicoria en lugar de café…

Pero a Francia le cuesta dominar también los mercados europeos (holandés, alemán, italiano, etc.), pues, además de los derechos de aduana, las naciones ligadas a Francia soportan los grandes tributos que permiten financiar el Gran Ejército de Napoleón, lo que provoca una recesión en 1810.

Y, sobre todo, los consumidores continentales tienen una desagradable tendencia a preferir los productos ingleses, que entran mediante un contrabando muy ingenioso. Así, los aduaneros de Estrasburgo hacen guardia ante el ataúd de un mariscal de Francia muerto en el campo de batalla y al que han repatriado para su entierro, cuando ven llegar un segundo ataúd con los restos del mariscal. El primer ataúd estaba lleno de mercancías ilegales. 

Y, a partir de 1809, al no poder impedir el contrabando, la Administración vende a un precio muy alto las licencias de… importación de productos británicos.

Para Inglaterra, el golpe es evidentemente duro: a comienzos de 1808 se declara una crisis económica que tendrá una recidiva en 1810. El paro se ceba en los obreros del textil, más tarde estallan revueltas provocadas por el hambre, pues los precios de los alimentos se han disparado.

Sin embargo, “la economía británica reacciona con una flexibilidad asombrosa. La producción agrícola aumenta enormemente, estimulada por el aumento de los precios de los alimentos, y las importaciones procedentes de ultramar se disparan: antes de 1815 se duplican las que llegan de Oriente Medio y Canadá (que sustituye al Báltico para la madera), se triplican las de las Antillas y aumentan en el 50% las de Asia. En muchos de estos nuevos países, el aumento de la producción no provoca prácticamente una subida de los precios y el capital británico financia el comercio”, explica el historiador François Crouzet.

Impuestos para financiar la guerra

Desde el inicio de las guerras contra la Francia revolucionaria, el primer ministro, William Pitt, hace aprobar al Parlamento una serie de medidas para financiar el esfuerzo militar de Inglaterra y sus aliados: un impuesto sobre la renta en 1799, el aumento de los derechos de aduana y no menos de 27 tasas sobre productos de consumo corriente, como las velas. También dispone de un arma aún desconocida en los demás países: el Banco de Inglaterra, creado un siglo antes.

Desde 1797, la convertibilidad de la libra esterlina en oro se ha suspendido, y el Banco de Inglaterra compra tantos consolidated bonds (abreviadamente llamados consol bonds, inventados en 1751 por el financiero Sampson Gideon), como el Gobierno desee emitir con una rentabilidad fija del 3%.
Gracias a este instrumento, y a pesar de una caída de alrededor del 20% de la libra, Inglaterra podrá tomar prestado el equivalente a cuatro o cinco veces el valor del total del oro disponible en el mundo, mientras que Francia se ve reducida a la moneda metálica.

Tras la batalla de Waterloo, en 1815, la deuda pública del Reino Unido se eleva a 800 millones de libras esterlinas, es decir, al 226% del PIB, frente al 120% en 1796. Será necesario más de un siglo y múltiples operaciones de reestructuración para que Londres se deshaga de ella. 

Pero la obstinación británica ha causado su efecto. Para hacer perdurar el bloqueo continental, cada vez menos respetado, Napoleón opta por un método brutal. Depone a su hermano Lucien del trono de Holanda, que ha pasado a ser un departamento francés, envía a sus tropas a invadir Portugal y, luego, a ocupar España, lo que provoca una guerrilla victoriosa y, finalmente, entra con su Gran Armada en Rusia, donde se hundirá en el invierno de 1812.  

Poco más de un año después, el emperador, que tenía toda Europa entre sus manos, se embarca para la isla de Elba.