1973: La crisis del petróleo pone en jaque a Occidente

Al comenzar la guerra del Yom Kippur contra Israel, los países árabes productores utilizan el arma del oro negro para influir en el conflicto.

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Diciembre 2022 / 108
Empleados de una gasolinera de Portland en 1973 con un cartel de "No hay gasolina"

Fotografía
David Falconer/ The U.S. National Archives

En 1973, Oriente Próximo parece estancado e inmóvil. El Estado de Israel sigue ocupando la península del Sinaí hasta el canal de Suez, los altos del Golán y Cisjordania, tres territorios que había conquistado durante la guerra de los Seis Días, en junio de 1967. 
 
El baile diplomático que llevan a cabo estadounidenses y soviéticos parece no llevar a ninguna parte Pero, durante la primavera, el rey Faisal de Arabia Saudí, que critica la excesiva cercanía entre Washington y Tel Aviv, intenta advertir al presidente Nixon de que está a punto de desencadenarse una nueva guerra entre los países árabes e Israel que podría tener consecuencias… ¡en los mercados mundiales de petróleo!
 
Faisal es un amigo de Estados Unidos. En febrero de 1945 había acompañado a su padre, Abdelaziz bin Saud, fundador del reino, a su encuentro con el presidente Roosevelt a bordo del USS Quincy, y había asistido a la firma del pacto de Quincy, por el que Estados Unidos se comprometía a proteger a Arabia Saudí a cambio de la exclusividad de la explotación del petróleo saudí por una compañía estadounidense, Aramco. Cuando Faisal subió al trono, resumía así su política exterior: “Mi padre quiso ser el garante de los estadounidenses frente a los árabes. Yo quiero ser el portavoz de los árabes ante los estadounidenses”. 
 
Nixon es un presidente muy atento a los intereses de las poderosas compañías petroleras estadounidenses, herederas de la Standard Oil.  En un discurso pronunciado en la primavera de 1973, subraya que el país pasa por un momento crucial que no estará exento de consecuencias estratégicas: “Nuestra demanda en energía ha aumentado de tal manera que supera nuestro suministro disponible y, al actual ritmo de crecimiento, prácticamente duplicará la de 1970 (…). La producción interior de petróleo disponible ya no es capaz de responder a la demanda”. Estados Unidos ha alcanzado su peak oil, una expresión que se seguirá utilizando hasta hoy.
 
Pero el 15 de septiembre de 1973, el Washington Post publica un nuevo artículo sobre la investigación del Watergate: “A pesar de todos los esfuerzos de la Administración y del comité de campaña de Nixon para tapar toda esa basura, este caso apesta”, dice el diario próximo a los demócratas.
Efectivamente, a medida que van teniendo lugar las revelaciones del Post y los avances de la comisión de investigación del Senado sobre el penoso caso del robo con allanamiento en la sede del Partido Demócrata llevado a cabo por agentes de la CIA, un olor a chamusquina invade la Casa Blanca que obliga al presidente a dedicar gran parte de su tiempo y a delegar los asuntos de política exterior en su secretario de Estado, Henri Kissinger.
 
El objetivo principal de Kissinger es sacar “con honor” a los estadounidenses de Vietnam (obtendrá, junto con su homólogo vietnamita, el premio Nobel de la paz) y considera que el expediente de Oriente Próximo puede esperar. Pronto se demostraría lo equivocado que estaba.
 
Comienza la ofensiva
Pues en el mediodía del 6 de octubre de 1973, día del Yom Kippur para los judíos y de ramadán para los musulmanes, las tropas egipcias cruzan el canal de Suez protegidas por una formidable defensa de artillería, siguiendo las consignas de sus instructores soviéticos. En el norte, los tanques sirios de fabricación soviética toman por asalto los altos del Golán.
 
La guerra de octubre de 1973 dura tres largas semanas pues, para sorpresa de los generales israelíes, los ejércitos árabes están en esta ocasión bien entrenados y son muy eficaces: los misiles tierra-aire anulan la superioridad aérea del Estado hebreo, mientras las armas antitanques destruyen en tierra los carros blindados israelíes.
 
Desde los primeros días, los israelíes se ven obligados a retroceder en el desierto del Sinaí y, sobre todo, en el Golán, hasta el punto de que los sirios se acercan peligrosamente al lago Tiberiades, en el norte de Israel. El pesimismo cunde en el Gobierno de la laborista Golda Meir. Moshe Dayan, el estratega de la guerra de los Seis Días, llega a mencionar “una tercera destrucción”.
 
Los soldados israelíes logran estabilizar la situación, pero al precio de la pérdida de muchas vidas humanas y de un gasto exorbitado de munición y material pesado: en una semana de combates se consume un cuarto de las existencias. Israel pide entonces ayuda inmediata a Washington, dando a entender que, en caso contrario, está considerando emplear “todos los medios posibles”, incluida el arma nuclear.
 
El 4 de octubre se establece un puente aéreo. La operación Nickel Grass, que permite a los grandes aviones militares transportar 20.000 toneladas de suministros a la retaguardia del frente del Sinaí, cambia la relación de fuerzas y permite a los tanques israelíes rechazar a los ejércitos árabes, respaldados por tropas iraquíes, jordanas, libias, argelinas e incluso pakistaníes, y abastecidas por los aviones soviéticos.
 
Cerrar el grifo
Entonces, para gran sorpresa de Kissinger, el rey Faisal decide influir en el conflicto utilizando el petróleo. El 17 de octubre de 1973, una conferencia de países árabes productores de petróleo celebrada en Kuwait llega al acuerdo de cerrar el grifo de su producción en un 5% mensual “hasta la retirada de los israelíes de los territorios ocupados y el reconocimiento de los derechos de los palestinos”.
Kissinger, generalmente considerado el rey de la democracia, no había visto venir ese golpe. Hay que decir que “el arma del petróleo” solo la invocaban hasta entonces los nacionalistas árabes. Ya en 1956, la radio egipcia, orgullosa  de la nacionalización del canal de Suez, advertía a las monarquías petroleras:
“¡El imperialismo se apodera del arma más poderosa que tenemos! ¡No olvidéis nunca que el ocupante coge el petróleo que brota en vuestro territorio! ¡No olvidéis nunca que el petróleo de los árabes debe pasar a ser propiedad de los árabes! 
 
En vano: las petromonarquías, en muchas ocasiones wahabíes y ferozmente anticomunistas, querían recuperar el control de sus recursos con tranquilidad y no deseaban en absoluto apoyar a unos gobiernos nacionalistas y aliados del bloque soviético.
 
En 1967, Gamal Abdel Nasser, líder nacionalista egipcio, solo había logrado de Faisal que compensara las pérdidas debidas al largo bloqueo del canal de Suez tras la guerra de los Seis Días.
Sin embargo, la Libia revolucionaria del coronel Gadafi había nacionalizado su petróleo y la propaganda de las organizaciones palestinas de izquierda aumentaba, acompañando a las de los regímenes laicos para los que el petróleo “pertenece a la nación árabe”. 
 
En 1972, la diplomacia estadounidense había contabilizado ya 15 llamamientos de responsables políticos a utilizar el oro negro para presionar a los que apoyaban a Israel.
 
Nasser había muerto en 1970, el objetivo de Faisal en 1973 es, ante todo, apoyar a Anuar el Sadat, el presidente egipcio, que había sacado a su país del seno soviético y expulsado a 20.000 consejeros rusos antes de partir a la guerra contra Israel, y llevarlo a la órbita estadounidense. Por otra parte, la disminución progresiva de las entregas de petróleo no parecía causar demasiado daño a Estados Unidos, que no importaba del Golfo sino el 5% de su consumo. 
 
Pero estalla una tormenta política —la revelación por el Congreso de Estados Unidos de la suma astronómica (2.200 millones de dólares) de la ayuda militar a Israel— que obliga a Riad a subir rotundamente el nivel de las sanciones. Irritados por el apoyo de Washington a Israel, Arabia Saudí, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos decretan el embargo total contra Estados Unidos y Holanda, un país considerado demasiado prosionista y donde se halla Róterdam, el mayor mercado mundial de oro negro. 
El precio del crudo disponible se dispara, el barril de petróleo pasa rápidamente de 3,07 dólares durante el verano a 18 dólares a finales de octubre. Ha estallado la crisis del petróleo. En todos los países desarrollados reina el estupor.
 
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Traslado de heridos de las Fuerzas Armadas Israelíes durante la guerra del Yom Kippur.
Traslado de heridos de las Fuerzas Armadas Israelíes durante la guerra del Yom Kippur.
Jugada de póker
Henry Kissinger, quien en ausencia de Richard Nixon preside el Consejo Nacional de Seguridad, va a utilizar todos los medios a su alcance para acabar con la guerra. El 25 de octubre, tras el anuncio del envío de tropas soviéticas a Siria, declara la alerta nuclear. Los B52, portadores de bombas atómicas, sobrevuelan el Atlántico provocando una tensión internacional comparable a la de la crisis de Cuba de 1962. La jugada de póker funciona: Israel acepta al alto el fuego, Egipto también. Los soldados soviéticos siguen en Europa.
 
Ha cesado el fragor de las armas, pero la partida en el tablero del petróleo continúa. Estados Unidos intenta formar un cártel de países consumidores para imponer un precio máximo de compra del petróleo. La Francia de Giscard d’Estaing se opone en nombre de su política árabe, que apoya la legitimidad de la ofensiva: “¿Acaso entrar en la propia casa, aunque sea sin aviso previo, es un acto de agresión?”, afirma su ministro de Asuntos Exteriores.
 
Más adelante, Kissinger amenaza con enviar soldados estadounidenses a ocupar los campos de petróleo de Arabia Saudí, a lo que los dirigentes árabes responden que, en ese caso, los incendiarían. 
Sin embargo, como el planeta no carece de petróleo (la producción solo baja el 7,5% y los contratos a largo plazo rigen la mayoría de las relaciones comerciales), la cotización se estabiliza, aunque permanece en un nivel elevado: más de 11 dólares el barril, es decir, cuatro veces el precio de antes de la crisis.
 
Los países de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) están divididos: Faisal no quiere un enfrentamiento violento con el aliado estadounidense, pero otros países mucho más poblados y que tienen que hacer frente a unos enormes proyectos de inversión como Argelia, Irak y, sobre todo Irán, quieren mantener la cotización muy alta. En Teherán, el sah Reza Pahlevi, pese a ser aliado de Estados Unidos, desea hacer de su país una superpotencia regional industrial y militar.
 
 
Europa, víctima colateral
El embargo no se levantará hasta 1974, a petición de Anuar el-Sadat, que prefiere recibir dólares y está pensando en unas futuras negociaciones con Israel. El embargo del petróleo y el aumento de las cotizaciones penalizan mucho más a los europeos  que a los estadounidenses, a pesar de que estos eran su objetivo principal. Europa importa prácticamente la totalidad de su petróleo del Golfo y de Libia, a diferencia de Estados Unidos, que produce aún el 75% de su consumo y que compra el resto a Venezuela y México.
 
A la multiplicación del precio del petróleo se añade el fin del sistema de tipos de cambio fijos, decidida en 1971 por Richard Nixon. El brutal aumento de los déficits comerciales exige que los gobiernos defiendan sus monedas, salvo, evidentemente, Estados Unidos, dueño del dólar.
 
El 26 de noviembre de 1973, el jeque Yamani, ministro saudí del Petróleo, advierte a los europeos en una entrevista en la televisión francesa: “Si no cambia su política [de apoyo a Israel], Europa va a sufrir”.
La crisis es, efectivamente, violenta. La inflación se dispara y causa toda una serie de reivindicaciones salariales. El shock de oferta en el sector energético provoca la recesión. Estamos ante la estanflación. En enero de 1974, el Gobierno británico debe enfrentarse a una huelga masiva en las minas de carbón. 

La penuria energética es tal que el primer ministro británico, Eduard Heath, se ve obligado a decretar la semana de tres días: las empresas deben cesar toda actividad los cuatro restantes para ahorrar petróleo, gas y carbón. En Francia tiene lugar la caza al derroche: se baja la velocidad máxima en carretera, los escaparates se apagan una vez que se cierran las tiendas y la televisión, totalmente controlada por el Gobierno, interrumpe sus emisiones a las 23.00 horas.
 
La renta petrolera se dispara
No solo se ve trastornada la relación de fuerzas entre países productores y consumidores, sino también la relación entre empresas occidentales y países productores y compañías petroleras.
 
Los países petroleros, sean o no sean árabes, obtienen, de repente, unos ingresos gigantescos. A partir de 1974, Riad percibe 8,7 dólares por barril (sobre un valor de 11,7 dólares) frente a los 2,09 que recibía unos meses antes. Ello le permite exigir la propiedad de la compañía Aramco.
 
El máximo ganador en la región, aparte de Irán, es, indudablemente, Arabia Saudí (18% del mercado mundial), cuyos ingresos por petróleo pasan de 2.400 millones de dólares en 1970 a 29.400 en 1975 y llegarán a 43.300 en 1975. Surge lo que se llamará la renta petrolera.
 
Los países del Golfo, hasta entonces marginales en la economía regional, van a pasar a ser el epicentro, atrayendo mano de obra palestina, egipcia, libanesa y pakistaní. Arabia contará enseguida con un millón de trabajadores extranjeros para una población autóctona de cinco millones de personas.
 
La renta alimenta a las monarquías y las dictaduras y ayuda a estabilizar los regímenes vecinos, como Siria y Egipto. “Echando crecientemente mano de la renta petrolera, los poderes pasan a ser más distribuidores que productores. El Estado depende cada vez menos de la fiscalidad impuesta a los ciudadanos, por lo que no tiene que rendir cuentas”, explica Henry Laurens, profesor en el Collège de France . En otras palabras, el torrente de oro negro favorece las tiranías.
 
Irak, Argelia e Irán tienen unas poblaciones capaces de absorber esos nuevos ingresos. Ese no es el caso de Arabia Saudí y Kuwait, cuyos petrodólares se reciclan en los países occidentales o sirven para crear un soft power wahabí en los países árabes sunníes, subvencionando la construcción de mezquitas y escuelas religiosas rigoristas en el Magreb, el África subsahariana e incluso en Occidente.
 
En unos años, la inflación se estabiliza … justo a tiempo para la llegada de una segunda crisis.
 
 
Epílogo
Debido al escándalo del Watergate, el 9 de agosto de 1974, Richard Nixon se ve obligado a dimitir para no tener que sufrir un proceso de destitución. El 25 de agosto de 1975, el rey Faisal es asesinado por un miembro de su familia. El 19 de noviembre de 1977, Sadat entabla en Jerusalén unas negociaciones de paz con el Gobierno de Begin que desembocarán, en 1978, en los acuerdos de Camp-David por los que Egipto recuperará la totalidad del Sinaí. Sadat será asesinado el 6 de octubre por un comando de la Yihad islámica.
 
El 16 de noviembre de 1979, Reza sah Palevi abandona precipitadamente Irán y el ayatollah Jomeini toma el poder. La revolución islámica provoca el pánico en los mercados y la cotización del petróleo se multiplica por tres. Es la segunda crisis del petróleo que se verá reforzada por el desencadenamiento de la guerra entre Irak e Irán.