La excepción de Barcelona 92

El impacto económico y social beneficioso de los Juegos de 1992 fue singular, irrepetible y, probablemente, exagerado

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Julio 2024 / 126
Ilustración Barcelona Juegos Olímpicos

Fotografía
Lola Fernández

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Los Juegos Olímpicos de Barcelona de 1992 fueron un gran momento en la historia de la ciudad. Las principales figuras políticas del mundo estaban presentes el día de la inauguración, el 25 de julio. El alcalde, Pasqual Maragall, lanzaba al mundo un mensaje de paz en cuatro idiomas. La ciudad se volcó acompañando a la antorcha olímpica, con el apoyo de toda Cataluña y España, en un caso poco habitual de cooperación interinstitucional y de colaboración público-privada bajo la dirección firme del sector público. Los Juegos eran la guinda a un proyecto exitoso de transformación de la ciudad (y se ponían al servicio de este proyecto), que se había iniciado con anterioridad y que tenía que continuar con posterioridad. Se empezaron a preparar en 1982 con el Informe Cuyàs, con los primeros pasos de la democracia municipal tras cuatro décadas de una dictadura fascista y centralista que habían limitado el potencial obvio de la ciudad y su área metropolitana.

Los Juegos de Barcelona son considerados casi universalmente un gran éxito. Barcelona había sido candidata a albergar unos Juegos con anterioridad, en 1936, cuando fueron asignados a Berlín, y disponía ya de un Estadio Olímpico, que estaba en ruinas cuando decidió construirse uno nuevo en el mismo sitio para los Juegos de 1992. Era un viejo sueño para la ciudad (y a los sueños no se les pregunta el coste…).

Desde 1992 la investigación económica ha profundizado con gran detalle en las implicaciones económicas de organizar Juegos Olímpicos y otros grandes acontecimientos deportivos. Las conclusiones de estos estudios contrastan sorprendentemente con la visión positiva que todavía se tiene desde el punto de vista económico de estos eventos en España.

Más costes que beneficios

En 2015, en el libro Circus Maximus, Andrew Zimbalist, uno de los mayores expertos en economía del deporte, resumía muchos estudios previos diciendo que en general, olimpiadas y mundiales de fútbol tenían más costes que beneficios para la sociedad. El mismo autor insistía en lo mismo en un informe del Institut d’Economia de Barcelona de 2023, pero afirmaba, eso sí, que esta ciudad había sido probablemente una excepción. En 2016, otros dos expertos, Baade y Matheson, en el Journal of Economic Perspectives, la revista académica de referencia en panorámicas de temas concretos, llegaban a parecidas conclusiones, y añadía que los organizadores son rehenes de un organismo global privado, monopolístico y desregulado de gobernanza deportiva.

Los Juegos de Barcelona resultaron un éxito, estuvieron bien organizados y no hubo corrupción. Tuvieron la gran utilidad política de mostrar que una España federal y abierta al mundo era posible, y de consolidar a la figura política (el alcalde Maragall) que permitió, unos años después, la alternancia política en Cataluña desplazando a un nacionalismo conservador (y bastante corrupto) que tenía una concepción patrimonial del poder autonómico.

Podemos especular qué habría ocurrido sin los Juegos. Algunos han dicho que Barcelona sería hoy una ciudad decadente del Mediterráneo. También cabe la posibilidad que toda la transformación de la ciudad hubiera tenido lugar igualmente (¿no se habría abierto Barcelona al mar?), pero a otro ritmo, con menos tensión para las finanzas públicas, y con una red de infraestructuras (residencias de ancianos, vivienda pública, hospitales, escuelas) que pivotara menos sobre las instalaciones deportivas.

'Boom' turístico

Después de los Juegos, la ciudad experimentó un boom turístico. Sin embargo, los turistas visitan hoy sobre todo atracciones que ya existían antes de los Juegos (La Rambla, edificios de Gaudí, Nou Camp, etc.). Ello sugiere que quizás el mismo objetivo de transformar Barcelona en un destino turístico, se podía haber conseguido por medios más económicos (en términos coste-beneficio debe considerarse siempre cuál es la alternativa).

Los Juegos de Barcelona fueron excepcionales comparados con la mayoría de grandes eventos deportivos, pero hay motivos (y datos, recogidos por el experto danés Bent Flyvbjerg) para pensar que, al igual que en otros eventos de este tipo, se infravaloraron los costes, se exageraron los beneficios, y quedaron “elefantes blancos” (un legado de instalaciones caras de mantener sin uso regular). Las circunstancias excepcionales incluían la inmadurez del marco institucional, compensada por la presencia de barceloneses en la cúspide del COI y la vicepresidencia del Gobierno español. Barcelona combinaba, además, el déficit de infraestructuras de una ciudad en desarrollo con la capacidad de gestión de una región industrializada.

El Informe Cuyàs (1982) hizo hincapié en las habilidades históricas de la ciudad de Barcelona para organizar grandes eventos internacionales, así como el impacto que tuvieron en el desarrollo y la transformación de la ciudad. El informe puso como ejemplo las Exposiciones Universales de 1888 y 1929. A partir de los datos históricos, Romà Cuyàs situó este tipo de eventos como estrategia válida para transformar urbanísticamente la ciudad y cohesionarla alrededor de un proyecto colectivo que favoreciera su impulso económico.

La Barcelona de los grandes eventos es, sin embargo, un óptimo de segundo orden (un second best) propio de otras épocas históricas, los tiempos de un Estado raquítico centralizado y sin marco europeo. El óptimo de primer orden (aquel que se puede conseguir cuando se dispone de suficientes instrumentos públicos) es un sistema federal y democrático adecuado que permita priorizar las inversiones públicas de modo regular y con los ritmos del interés general: una democracia multinivel eficiente y descentralizada. Un federalismo moderno no debería ser una posibilidad que se exhibe en un evento excepcional, sino un sistema de gobierno que regula siempre el funcionamiento de una democracia compleja.

Que los Juegos de verano de 1992 fueran un éxito no implica que cualquier experiencia olímpica en la misma ciudad (compartida con la región pirenaica), o en Madrid, vaya a reproducir el éxito bien entrado el siglo XXI. Las circunstancias excepcionales de Barcelona 92 no se volverán a dar. Y hoy deberíamos saber, tras tres décadas de rigurosa investigación científica, que la carga de la prueba está en quienes defienden estos eventos, que lo normal es que tengan más costes que beneficios para las sociedades que los organizan.

Francesc Trillas, profesor de Economía de la Universidad de Barcelona, fue concejal del Ayuntamiento de Barcelona entre 1991 y 1995.