JJ. OO., ¿quién paga la fiesta?

Los Juegos Olímpicos suelen costar más de lo previsto y dar menos de lo prometido. Los de París en 2024 no parece que vayan a escapar a la 'maldición del ganador'

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Julio 2024 / 126
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Lola Fernández

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Más rápido, más alto, más fuerte”... ¿Y siempre más caros? Los Juegos de París 2024 esperaban dejar el lema olímpico sin esta característica añadida sobre los costes crecientes de organizarlos. Es decir, escapar de la maldición del ganador, noción derivada de la teoría económica de las subastas, que predice que el ganador será el que más haya sobrestimado el valor del codiciado inmueble.

El economista del deporte Wladimir Andreff la ha aplicado a los Juegos Olímpicos y los datos contables, raramente buenos, le dan la razón. “Hasta 2017, los Juegos se adjudicaban en un proceso de subasta, organizado entre varias ciudades candidatas en competencia directa. Para ganar, había que presentar el proceso más ambicioso posible, superando las especificaciones del Comité Olímpico Internacional (COI) con un coste voluntariamente inferior al real”, explica.

Desde Múnich 1972, el presupuesto inicialmente previsto para los Juegos Olímpicos de verano ha sido sistemáticamente sobrepasado, recalca Andreff, con Los Ángeles 1984 como excepción que confirma la regla. “La media de sobrecoste es del 100%, con la desviación más pequeña del 30% en Atlanta 1996 y la mayor en Pekín 2008, que llegó al 1.100%” (véase gráfico adjunto).

Estas desviaciones presupuestarias han contribuido a los problemas financieros de ciudades que han albergado la competición, lo que explica las reticencias crecientes entre la ciudadanía, con un impacto especialmente duro para las cuentas públicas en Atenas 2004, Río de Janeiro 2016 y Tokio 2020. Las promesas de la candidatura de París 2024 apuntaban en otra dirección: con el 95% de las infraestructuras ya existentes o temporales, estos Juegos debían poderse celebrar sin grandes dispendios económicos, teniendo en cuenta que el Estadio de Francia, inaugurado en 1998, hace innecesaria la construcción de un estadio olímpico.

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Desvío presupuestario

Sin embargo, ello no ha impedido que el presupuesto haya pasado ya de 6.300 a 8.800 millones de euros (en su última estimación). El aumento es, en parte, consecuencia de la inflación, pero un informe del Tribunal de Cuentas de julio de 2023 estimó que dos tercios del incremento eran el resultado de “una clara subestimación del presupuesto de la candidatura y de un desconocimiento de la complejidad de las especificaciones del COI”.

El organismo advirtió también de las “incertidumbres sustanciales sobre el balance final del presupuesto plurianual del comité organizador” y recordó que los déficits acaban recayendo en el contribuyente.

Por tanto: ¿la maldición está ya en camino? “Por ahora, París 2024 lleva un sobrecoste de en torno al 30%, pero incluso si llegara a superar los 10.000 millones y el desvío rondara el 50% sería todavía un buen resultado”, sostiene Andreff. En tal caso, estarían entre los Juegos menos costosos del siglo XXI, acercándose a Atenas 2004 y Londres 2012.

El presupuesto de los Juegos de París se reparte casi a partes iguales entre el comité organizador, que asume los gastos directamente vinculados a la organización, y la sociedad pública Solideo, encargada de la construcción de las infraestructuras: villa olímpica para atletas y medios, centro acuático olímpico, etc.

¿Los Juegos financian los Juegos?

Para el comité organizador, la consigna es: “Los Juegos financian los Juegos”. Las partidas aportadas por el COI, los ingresos de los patrocinadores y los de la venta de entradas cubren, a partes similares, la casi totalidad del presupuesto del comité organizador, pero no el de Solideo, al que los inversores privados aportan 1.800 millones de los 4.500 que requiere. El resto recae en el Estado y en las entidades municipales (región Île-de-France, París y otras ciudades).

La financiación pública aporta, pues, aproximadamente el 30% del gasto total, en forma de inversiones, subvenciones y otras fórmulas de financiación.

“Los desvíos raramente se deben a los aspectos relacionados con la organización, sino que suelen producirse en los presupuestos de inversión de infraestructuras”, precisa Andreff. La presión derivada de una fecha límite imperativa obliga, en ocasiones, a pagar de más para asegurar que los trabajos se completen a tiempo.

Para intentar mantener un presupuesto provisional equilibrado a pesar del aumento del gasto, los organizadores buscan incrementar también los ingresos, sobre todo los procedentes de la taquilla —lo que genera críticas por el precio elevado de las entradas—, lograr aportaciones suplementarias de los poderes públicos y convencer a nuevos patrocinadores como el grupo del lujo LVMH, que se sumó en julio de 2023 al club de los socios premium al firmar un cheque de 150 millones de euros.

3.000 millones fuera del presupuesto

¿Es posible todavía creer en un presupuesto final de 8.800 millones de euros? Todo depende de qué campos van a sumarse, puesto que algunos conceptos del gasto público están excluidos del presupuesto olímpico, como los que se imputan a las autoridades locales por determinados equipamientos y las partidas relacionadas con la salud, la seguridad, el transporte y la cesión de espacios públicos.

Según el Ministerio del Interior,  el coste de seguridad de la faraónica ceremonia de inauguración en el Sena ascenderá a 200 millones de euros. Deberá añadirse a la factura el aumento del uso de las fuerzas de seguridad interior y de las fuerzas armadas, así como las horas extra y las primas de los funcionarios movilizados. El sobrecoste por el aumento de la demanda del transporte público debería ser relativamente contenido gracias a la fuerte alza de tarifas entre el 20 de julio y el 8 de septiembre acordada por la región Île-de-France.

En una nota del pasado febrero, la consultora Asterès estimaba en 3.000 millones de euros la suma de estos gastos públicos suplementarios, lo que elevaría la factura asumida por el Estado y las entidades municipales por encima de los 5.000 millones de euros y situaría el presupuesto olímpico real en 11.800 millones: casi el doble de las previsiones de la candidatura, aunque por debajo del coste medio de las nueve ediciones precedentes (desde Seúl 1988), que se sitúa en torno a 14.000 millones de euros según los cálculos de Wladimir Andreff tomando como base de cálculo euros de 2014.

Quedaría todavía un terreno borroso: el Tribunal de Cuentas admite que no está en disposición “de evaluar el coste global de los Juegos y de precisar (...) su impacto final sobre las finanzas públicas”, y ha lamentado “la ausencia de un listado exhaustivo y preciso, tanto en el seno del Estado como de los municipios anfitriones, de los gastos de inversión y de funcionamiento relacionados”.

Beneficios modestos

A pocas semanas de la inauguración, el margen se reduce y los imponderables  pueden tener efectos desastrosos que el fondo de reserva — previsto para afrontar gastos imprevistos— puede no tener capacidad de afrontar. El año pasado el fondo se elevó a 275 millones de euros, pero ya se han utilizado 154.

A la vista de los gastos, ¿pueden esperarse beneficios significativos para la economía de la región o incluso del conjunto de Francia? Durante mucho tiempo, los estudios de impacto económico han prometido beneficios milagrosos. Para satisfacer la demanda política, “estos estudios, a menudo, se han realizado sin estándares de calidad y sin ningún rigor metodológico”, lamenta Christophe Lepetit, del Centro del Derecho y la Economía del Deporte (CDES, en sus siglas en francés), que produce con regularidad trabajos de este tipo, entre ellos el estudio del dossier de la candidatura parisina en 2016. “Cuanto más tiempo pasa, más discretos son los resultados que arrojan los estudios de impacto de los grandes acontecimientos deportivos”, considera Wladimir Andreff.

Estos estudios evalúan, “en un periodo y un territorio determinado, los efectos producidos por los gastos derivados de albergar un acontecimiento, es decir, el extra de actividad económica, de creación de riqueza neta en comparación con una situación teórica sin este acontecimiento”, precisa Lepetit, quien subraya: “Estiman los efectos producidos por la estimulación inicial de una economía por el hecho de acoger los Juegos, pero nada se dice de qué habría sucedido si el dinero se hubiera invertido en otras cosas”.

Los coeficientes multiplicadores aplicados a la inyección neta (los flujos que quedan en el territorio), que, en ocasiones, llegaron a colocarse hasta 4, suelen situarse ahora en una horquilla de 1,1 a 1,5. Inversamente, los efectos de desplazamiento y sustitución se han revisado al alza. Los primeros examinan el efecto disuasorio del acontecimiento sobre los turistas. Los segundos se refieren a los gastos que se habrían realizado en cualquier caso, con o sin Juegos.

También habría que considerar las fugas fuera de circuito (p. ej., la parte del gasto que va a compañías extranjeras), así como las “cuentas dobles” (gastos registrados dos veces), que embellecían falsamente el balance inicial.

En su estudio de impacto de 2016, actualizado el pasado mayo, el CDES distingue tres fuentes de beneficios (construcción, organización y turismo) y contempla tres escenarios correspondientes a impactos de 6.700, 9.000 y 11.000 millones de euros de “actividad adicional” entre 2017 y 2034. Un estudio de 2023 estimaba los “empleos directamente movilizados” por los Juegos en torno a 150.000. Por su parte, la consultora Astères calcula el impacto en 9.800 millones de euros y 116.000 empleos.

Estos impactos, que precisan muchos años para poderse alcanzar, resultan ínfimos en relación con los más de 800.000 millones de euros de producto interior bruto (PIB) anual de la región de Île-de-France, que cuenta con 5,4 millones de trabajadores. “El análisis de pasadas olimpiadas muestra que los países organizadores no han tenido ningún estímulo económico notable”, recuerda Asterès. “Un acontecimiento deportivo no puede relanzar el crecimiento económico de un país ni su política de empleo”, confirma Christophe Lepetit.

¿Es más conveniente pensar, pues, en un impulso acelerador que los Juegos darían a grandes programas de infraestructuras y de desarrollo urbano, en particular en Seine-Saint-Denis? Teniendo en cuenta las transformaciones de Barcelona (1992) y Londres (2012), Lepetit se suma a este argumento: “Los países y las ciudades que acogen los Juegos aspiran a dar la mejor imagen posible, y cuando todos los financiadores y las personas que deciden se sientan alrededor de la mesa, se tiende a acortar los plazos de materialización de programas de gran envergadura”.

Los grandes actores del sector de la construcción se aseguran beneficiarse de los proyectos, pero ello no garantiza que estos programas estén bien alineados con el interés de los territorios y de su población.

Herencia

Un coste elevado, un impacto económico muy relativo, incluso meramente hipotético… ¿Realmente merece la pena? El COI y los países organizadores suelen subrayar la noción de herencia, que incluye los aspectos materiales o tangibles (las infraestructuras, que perviven y son útiles para los territorios y la población), pero también los inmateriales o intangibles. Entre ellos, la mejora de la imagen y el atractivo de la ciudad, el impacto en el bienestar de la población, con acceso a nuevos equipamientos y aumento de la práctica deportiva, el progreso en la empleabilidad de la población activa, la reducción de las desigualdades territoriales, el sentimiento de orgullo, etc.

“Para los que lo van a vivir, se trata de un acontecimiento extraordinario”, avanza Vicent Biausque, directivo del equipo organizador. “El éxito o el fracaso de estos Juegos Olímpicos no debe medirse en términos económicos, sino de entusiasmo popular”, sostiene la consultora Astères, que evoca el impacto del Mundial de fútbol de 1998 en Francia. “No todo es cuantificable, ni debemos buscar cuantificar todo, porque entonces se pasa de lado a determinados efectos microeconómicos o simbólicos que pueden ser positivos”, abunda Christophe Lepetit, que sugiere “desarrollar una evaluación del impacto social o de utilidad social”.

Estudios globales que integrasen nociones como el beneficio social actualizado y el retorno social sobre la inversión facilitarían la toma de decisiones sobre la presentación de candidaturas para albergar un gran acontecimiento deportivo. “Los políticos que toman las decisiones no están especialmente interesados en conocer este tipo de resultados, demasiado a largo plazo para su agenda y que podrían incluso arrojar una pérdida social neta”, lamenta Wladimir Andreff. En su opinión, “el auténtico balance de los Juegos debería analizar el impacto desde siete años antes de su inauguración hasta 25 años después, con estudios de coste-beneficio que tuvieran en cuenta los flujos económicos y las externalidades, positivas y negativas”.

El economista y el Tribunal de Cuentas remiten a 2025 para contar con una perspectiva más detallada, con un estudio de impacto a posteriori. Andreff recalca: “El COI solo financia 1.200 millones de su producto, que cuesta 10.000”, aprovechándose de la posición de fuerza característica de “uno de los raros monopolios puros en el mundo”.

El COI es el único “vencedor” seguro. Para París 2024, los Juegos están a punto, pero no todavía su balance.