China, entre el 'momento Lehman' y la japonización

La economía del gigante asiático pierde fuelle, mientras la crisis inmobiliaria se agrava, la deuda de los gobiernos locales crece y cunde la inquietud en la población

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Octubre 2023 / 117
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Perico Pastor

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Perico Pastor

En China este es el año del conejo, un signo que implica estabilidad y oportunidades, pero también más inconvenientes de lo habitual para quienes impulsan nuevas iniciativas. Es una situación con la que se debe sentir identificado su presidente, Xi Jinping, quien se había fijado como objetivo para este año la recuperación económica y, en cambio, se ve acuciado entre las amenazas de que el país sufra una crisis similar a la padecida por Lehman Brothers en 2008 en EE UU o se vea inmerso en el fenómeno de la japonización y pierda una década debido a la debilidad de sus resultados económicos.

Este año, que marca el inicio del tercer lustro presidencial de Xi y debía ratificarle como el gran líder que iba a conducir a China al liderazgo mundial, va camino de convertirse en una pesadilla para él. Los problemas le surgen por todas partes. Los ciudadanos chinos están inquietos porque el coste de la vida crece más que sus salarios, y la crisis inmobiliaria ha llevado a la quiebra a muchas promotoras que han dejado viviendas inacabadas y a sus compradores con hipotecas pendientes. A ello se suma una desaceleración económica en el segundo trimestre (0,8% de crecimiento del PIB frente al 2,2% del trimestre anterior), la continua caída de las exportaciones y las importaciones, la aparición de la deflación y una tasa de desempleo juvenil (de 18 a 24 años) superior al 21% y creciendo, lo que ha llevado a las autoridades a suspender la publicación de ese dato. 

Es una situación que genera una inquietud creciente en los mercados internacionales, temerosos de que el gigante asiático sea víctima de su propio momento Lehman y provoque una posible recesión global. 

Golpe a la estabilidad

Razones no les faltan a los inversores para estar inquietos. El sector inmobiliario, con sus principales firmas al frente, como son el grupo Evergrande —que se declaró en bancarrota en EE UU en agosto— y Country Garden, son la punta del iceberg de una enorme crisis del sector. Esta situación preocupa enormemente a Pekín, en la medida en que se trata de una actividad que constituye la columna vertebral de la economía china, ya que aporta el 30% al PIB nacional y el 80% de la riqueza de la población, y cualquier contratiempo coyuntural sacude la estabilidad socioeconómica del país. 

La crisis inmobiliaria coincide con la desaceleración económica que sufre China desde el estallido de la pandemia de la covid-19. En los últimos cuatro años, más de 5.000 promotores inmobiliarios se han declarado en quiebra, se han perdido más de 1,5 millones de empleos y numerosas viviendas siguen inacabadas y con sus compradores pagando hipotecas de forma angustiosa.

Este panorama sombrío se ha agravado por el anuncio del retraso en sus pagos de la firma Zhongrong International Trust, una prominente entidad que gestiona productos financieros por valor de más de 100.000 millones de euros y que en sus mejores momentos llegó a prometer unos rendimientos anuales de hasta el 15%. El tema es grave, porque si entra en crisis podría tener un efecto contagio en muchas otras áreas de inversión y afectar a numerosas empresas y particulares adinerados del país. 

El asunto preocupa en Pekín porque Zhongrong forma parte del conglomerado financiero Zhongzhi, un grupo privado que no publica información periódica, por lo que muchos inversores desconocen en qué tipo de activos invierte sus fondos. Es un escenario que lleva a la conclusión de que se desconoce el impacto que podría generar una crisis de esta firma.

A este panorama de negros nubarrones se suma la ramificación que la crisis inmobiliaria tiene en los gobiernos locales, cuya deuda asciende a 66 billones de yuanes (8,5 billones de euros). Es un problema de difícil solución, en la medida en que los entes locales se financian, en gran parte, por la venta de tierras, pero estos ingresos se han visto reducidos por la caída del mercado de bienes raíces. Muchos, sin embargo, han seguido endeudándose para financiar costosos proyectos de infraestructura en un intento por impulsar el crecimiento económico,  estrategia que ha llevado a muchos de ellos al límite de la quiebra.

Ojo con la deflación 

A pesar de todo, las autoridades chinas consideran que el momento Lehman —en el que el problema de una empresa se convierte en el problema común— es improbable que tenga lugar. Sostienen que las deudas están en manos de acreedores nacionales, incluidos los bancos estatales, lo que da a Pekín margen de maniobra para reducir riesgos y reconducir la situación. De momento, ha comenzado a flexibilizar las normas hipotecarias y a ampliar los reembolsos de impuestos a los compradores de viviendas, para intentar apuntalar el tambaleante mercado inmobiliario. Y, en paralelo, ha empezado a reestructurar los préstamos a los gobiernos locales para evitar su asfixia por la deuda. La cuestión es saber si todas esas las medidas serán suficientes para reactivar la economía.

La gravedad de la crisis inmobiliaria no es el único factor que inquieta a los inversores globales. Los datos económicos más recientes —con una caída de las exportaciones y las importaciones, así como el aparente colapso de la demanda interna y la bajada generalizada de los precios— sugieren que China se encamina a un escenario en el que coexistan un crecimiento económico lento y la deflación. En otras palabras, el gigante asiático se hallaría a las puertas de revivir el fenómeno de la japonización, que ha atenazado al país del sol naciente durante más de una década.

¿Década perdida?

Es un panorama que no se pude descartar, en la medida en que se dan varios factores coincidentes. China, como en su día Japón, sufre una profunda crisis inmobiliaria, que Pekín intenta pinchar con la mirada puesta en la experiencia japonesa. Además, padece una etapa de estancamiento económico y una crisis demográfica con una fuerte caída de la tasa de natalidad difícil de remontar. Todos ellos son elementos que sumieron en su día a Japón en lo que se ha venido en denominar la década perdida. 

La situación sugiere que Xi afronta un reto complicado, dada la complejidad geopolítica del momento, con la guerra de Ucrania y el pulso que China mantiene con EE UU. No obstante, el Gobierno chino y su banco central tienen más capacidad fiscal y más herramientas que las que tuvo Tokio en su día para frenar la crisis inmobiliaria y reactivar la economía, incluida la posibilidad de acudir al sector privado para que impulse la recuperación económica del país. Xi tiene la última palabra.