Populismo de derecha e iliberalismo: menos ideología y más economía

Los dislates de personajes como Milei y Trump sobre el déficit público, los impuestos, los sindicatos o el comercio internacional son posiciones ideologizadas carentes de propuestas viables

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Cuando leemos los dislates que enuncian personajes como Milei y Trump sobre el déficit público, los impuestos, el papel de los sindicatos, el comercio internacional y, especialmente, sobre otras políticas económicas —sin ir más lejos la que practican países como China, plenamente integrados en el capitalismo globalizado, al que anatemiza Milei por comunista—, no da para muchas opiniones, ya que se descalifican por sí solos, esencialmente porque son posiciones ideologizadas con pocas propuestas económicas viables. 

Estas posiciones, que podemos llamar de populismo de derechas, y con todos los rasgos de comportamientos iliberales, permiten entender que, con argumentos tradicionales del populismo más progresista —defensa de lo nacional, el pueblo contra las élites, defensa del poder adquisitivo, etc.—acaban conformando modelos económicos que trabajan en sentido contrario de lo que pregonan. Este populismo de derecha que ha emergido en Europa, principalmente durante los últimos años, es diferente (aunque en algún caso usen símiles semánticos) a lo que se ha denominado “populismo” tradicionalmente con líderes como Perón, Getulio Vargas, Correa, Chávez o Evo Morales, que no serán objeto de esta aproximación[1].

A raíz del triunfo de Milei en Argentina, todos los populistas e iliberales de derechas han aplaudido su triunfo, sobre todo porque dicen que representará un cambio en el paradigma político y económico de la política mundial (inclusive alguna presidenta de comunidad autónoma española). 

Si diseccionamos y analizamos la relación que hay entre las políticas propugnadas por este nuevo presidente argentino con las que predican políticos como Trump, Orbán, Netanyahu o Erdogan —cada cual, por razones propias, singulares y diferenciadas—, veríamos que prácticamente entre ellos hay muy pocos elementos en común. Estos líderes plantean un modelo basado en el mercado, pero a la vez proteccionista de su economía nacional, con un fuerte control sobre los bancos centrales, una defensa importante de su propia moneda (como en el caso de la opinión respecto al euro), teóricamente contrarios a la globalización que no les beneficie y una intención de regulación e intervención de los sectores estratégicos con el fin de controlar los sectores tractores del país, especialmente los vinculados —en el caso de EE UU— a la defensa, los combustibles de origen fósil y ciertos sectores tecnológicos. También cuentan con un deje muy importante de nacionalismo, xenofobia/racismo hacia la emigración y, en el caso de Europa, defensa y recuperación de una soberanía cedida a la Unión Europea en temas sensibles como la moneda, la protección de ciertos sectores —agrícola especialmente—, la regulación del mercado de trabajo, etc.

Retórica emocional

Ha habido diversos economistas que han intentado definir cuáles son las características principales del modelo populista económico. Guriev y Papaioannou (2022) definen este populismo económico como “un conjunto de políticas que se basan en promesas de redistribución de la riqueza y el poder y que se caracterizan por un alto grado de retórica emocional y un rechazo de la complejidad económica”. En otro sentido, Rodrik plantea que existen “pruebas convincentes de que las conmociones de la globalización, que a menudo afectan a la cultura y la identidad, han desempeñado un papel importante en el aumento del apoyo a los movimientos populistas, en particular de los de derecha”. En cualquier caso, vaya por delante, estamos hablando de posiciones totalmente ideologizadas, y bastante alejadas de verificaciones de sus tesis en empírea económica. Las críticas serían las siguientes:

— La primera es la promesa de redistribución de la riqueza para transferir recursos de los ricos a los pobres, cuando en realidad formula modelos que acaban siendo exactamente las contrarias, ya que benefician a los grupos de poder económicos. En la práctica producen una ingente transferencia de recursos a través de bajadas de impuestos que, en apariencia, benefician a los sectores más desfavorecidos, pero en la práctica tienen como destino las clases altas y medias-altas. No hay más que leer que las políticas que ya alentaban a un cierto populismo como Reagan y Thatcher, que provocaron una pauperización muy importante de un amplio sector de la clase media, incluyendo una sensible pérdida de poder adquisitivo, coronando su política con la idea de capitalismo popular en el proceso privatizador del sector público.

— La segunda, según Guriev, es la utilización del elemento de carácter emocional en el sentido de decir que lo que hay que hacer es echar a los ricos o a los apropiadores de recursos, eso que Milei denomina “la casta”, u Orbán refiriéndose a Soros con ecos del antisemitismo previo a la Segunda Guerra Mundial, argumentos caracterizados por una retórica del odio y la victimización.

— El tercer aspecto es la creación de una falsa ilusión basada en soluciones milagrosas con la promesa de un mundo utópico donde acabarán a medio plazo la mayoría de los problemas que tiene en ese momento el país, pero con la condición de que se asuma una primera etapa de sacrificios al que le sucederá una etapa de bonanza de felicidad y de crecimiento económico.

Así mismo, otra condición que se da de manera común son los ataques a las políticas redistributivas sanitarias, sociales, de protección de minorías, de combate a la igualdad de oportunidades, como demuestra la crítica al Obamacare en EE UU, y otros practicados por Orbán o en la agenda de Le Pen en Francia. En relación con el mercado de trabajo, la política antisindical y anti-emigración como grandes enemigos de la clase trabajadora urbana marginada por los efectos de la globalización que responsabiliza a los emigrantes de sus pérdidas de puestos de trabajo.

— Y, finalmente, tal como apunta Rodrik, también se plantea el choque cultural que la derecha intenta introducir en el debate económico, poniendo valor a posiciones económicas con connotación ideológica como acusaciones de liberal, defensores de la globalización que destruye puestos de trabajo, nacionalismo económico (America First) entre otras críticas.

Mentiras y medias verdades

En conjunto, las políticas iliberales y populistas de derecha intentan esconder sus nefastas políticas económicas apelando a aspectos que comprenden la existencia de malas empresas porque son “liberales” en sus políticas laborales o de sostenibilidad; los emigrantes, ya que roban el trabajo y son beneficiarios principales de los servicios públicos, alteran el orden cultural; los ecologistas en la medida que son catastrofistas y contrarios al progreso, etc., creando un discurso polarizado, discriminatorio, simplificado, y construido en base a algunas medias verdades, pero sobre todo en base a mentiras.

Curiosamente, lo que no se puede explicar es si se consiguió algún milagro en alguna otra experiencia. Se puede decir que se estabilizaron ciertas situaciones económicas con esas recetas (Chile con Pinochet o Perú con Fujimori), pero los costes sociales fueron de una magnitud que duran en el crecimiento de las desigualdades y el aumento de la pobreza. Se basan en la aplicación de una nueva lógica económica no experimentada y construida sin base de una ciencia económica aplicada, sobre todo tratando de desprestigiar el keynesianismo o el propio neokeynesianismo, menos rígido en algunas medidas.

Lo grave de esta situación es lo que puede significar para la estabilidad política y la consolidación económica, con la siempre amenazante declaración de que no les temblará el pulso si hace falta reprimir a las protestas sociales que puedan nacer de parte de la población cuando se observe el desastre que significaría la aplicación de estas medidas. Es importante tener presente que los efectos que se plantean en relación con estos mensajes relacionados con lo económico no están directamente vinculados a la propia economía, sino que tienen como propósito extender el descrédito de lo que podría haber sido anteriormente la política económica que les ha precedido.

Tristemente, cuando vemos al Partido Popular español, por ejemplo, negar la evidencia del crecimiento económico que tiene economía española, de la estabilidad que se ha logrado en determinados sectores como el energético delante del caos de precios de otros países, de la paz social que se ha logrado alcanzar con sindicatos y empresarios como podría ser el salario mínimo, o el crecimiento del PIB, reducción de la inflación o crecimiento de las exportaciones, demuestra que el argumentario político (rayando lo iliberal o el modelo populista de Trump) prima por sobre de los resultados que se puedan observar en las políticas económicas descalificando los logros obtenidos, aunque éstos beneficien a la población. 

Volvemos a la formulación del discurso populista SPM “simplificación-polarización-mentira”, que lamentablemente rige los posicionamientos políticos e inclusive los económicos, aunque sean contraproducentes para el bienestar de la mayoría de la población. 
 

Referencias

Dornbusch R. y Edwards, S., (1990) La macroeconomía del populismo en la América Latina. El Trimestre Económico, Vol. 57, No. 225(1) (Enero-Marzo de 1990), pp. 121-162 

Edward, S. (2019): On Latin American Populism, and Its Echoes around the World. Journal of Economic Perspectives. VOL. 33, NO. 4, FALL 2019 (pp. 76-99)

Guriev, S and Papaioannou, E (2022) The political economy of populism. London Economics.

Rodrik, D. (2018): Why  Does  Globalization Fuel Populism?  Economics, Culture, and  the  Rise of  Right-Wing Populism. Annual  Review of  Economics

Rovira Kaltwasser, C.(2019): Populismo y economía: una relación ambivalente. Fundación Frederich Ehbert.

[1] Inclusive autores que han teorizado al respecto consideran que no sería pertinente hablar de economía populista de derechas. (Edwards,2019; Rodrik, 2018; Rovira Kaltwasser, 2019), debate que daría lugar a otro tipo de reflexiones.