Terminar con la explotación de África

El africano sigue siendo el continente de la pobreza estructural. Perdura el expolio de sus recursos y la explotación de su mano de obra por parte del Norte desarrollado

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Octubre 2023 / 117
África

Ilustración
Elisa Biete Josa

La imagen que proyectamos de África es, a veces, algo idílica: un continente dinámico, con una demografía joven; una África donde construir el futuro, una tierra llena de riqueza, lugar de todos los posibles. Tras estas palabras, que reconfortan a los africanos y a aquellos que los rodean, la realidad es un poco diferente. ¿Estamos a las puertas de grandes cambios en África o —una posibilidad más cruel— en una especie de inmovilidad, difícil de aceptar?

En el pasado África sufrió la esclavitud a gran escala, la trata y el comercio triangular; más tarde, la colonización. El Norte, más desarrollado, necesitaba sus materias primas y su mano de obra barata para trabajar a bajo coste en las plantaciones de caña de azúcar y algodón, para buscar el caucho en la selva ecuatorial o como contingentes militares en conflictos mundiales. El saqueo fue generalizado a costa de los derechos humanos de poblaciones traumatizadas.

Felizmente, tras la abolición progresiva de la esclavitud, la caída de los imperios coloniales parecía marcar el fin de un estado de dependencia absoluta respecto de un centro desarrollado, que había llevado a repartirse en la conferencia de Berlín de 1885 la propiedad de inmensos territorios junto con las poblaciones que los ocupaban. A partir de la década de 1960 se pensaba que esta explotación había terminado, que el que saqueo había sido abolido. ¿No se firmaba con la independencia la llegada de un nuevo tiempo?

Creencias y realidad

Durante muchos años nos lo pudimos creer. Se trataba de generar desarrollo en todos lados, de militar por los beneficios de la ayuda pública a la cooperación, de consolidar la independencia de países soberanos, libres, por fin, para tomar sus propias decisiones, como estipulaba la Carta de las Naciones Unidas a partir de 1945. Y, sin embargo, el camino hacia la independencia, la soberanía y el desarrollo de África siempre se hacía esperar. África sigue siendo el continente de la pobreza estructural. De los 54 países que la conforman, más de la mitad están en la lista de los más pobres del planeta.

Ningún desarrollo serio, ningún logro particular ha podido compensar este triste balance. Las dos locomotoras económicas del continente, Suráfrica y Nigeria, se apoyan casi en exclusiva en la exportación de materias primas, lo mismo que países más pobres como Níger, con el uranio, y Chad, con el petróleo.

Por supuesto, la colonización y la esclavitud ya no se llevan. África está compuesta por países independientes reconocidos por la ONU. Pero perdura el expolio de sus materias primas por terceros, en ocasiones con el consentimientos de clases económicas y políticas especialmente corruptas.

Las grandes empresas del Norte y de los países emergentes extraen las materias primas del continente a muy bajo coste, mientras se manufactura fuera. Así, a África se le impide el acceso al valor añadido de la industrialización, a cualquier cadena de valor local con la transformación de sus recursos naturales en el mismo territorio.
 

En teoría, la ayuda pública al desarrollo contribuye a revertir la situación. Pero su impacto es limitado. Las cuantías no son suficientes y suele tratarse de préstamos, lo que genera endeudamiento y dependencia de los acreedores. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM) intervienen para dictar desde el exterior qué políticas seguir: apertura al comercio internacional y especialización. Resultado: se prolonga el papel casi exclusivo de África como productor de materias primas no transformadas explotadas por terceros. Es el pequeño reducto que se deja al continente en el tablero del comercio internacional.

Huida de la mano de obra

África continúa siendo, además, un reservorio de mano de obra barata requerida para los trabajos más duros e ingratos en los países desarrollados, al tiempo que pierde a su talento mejor formado, que los países desarrollados captan según su necesidad del momento. Claro que en este caso no se habla de trata. Se prefiere creer en una migración en la que todos ganan. Se intenta incluso dar a las migraciones hacia el Norte   una pátina de solidaridad, un carácter humanitario, de cooperación económica. 

Esta reservorio será aún más generoso y estará mejor surtido mientras la transición demográfica del continente no se haya completado. La población del África subsahariana aumenta a un ritmo del 2,7% al  año y sigue sometida a una pobreza que no consigue erradicar. Se encadenan entonces migraciones de los pueblos a las ciudades, de las ciudades a otros países africanos y, finalmente, hacia los países desarrollados. 

Para calmar la conciencia, tratamos de encontrar aspectos beneficiosos en estas migraciones. Se exaltan las ventajas de las transferencias financieras de las diásporas hacia sus países de origen como una fuente de ingresos. La comunidad internacional felicita a los países desarrollados solidarios, de gran corazón, abiertos al mundo y dispuestos, de manera solidaria, a aceptar una parte de esta miseria de mundo. 

Para hacer un mejor negocio y asegurarse el favor de la opinión pública, escandalizada por la inmigración ilegal, algunos países de destino llegan incluso a definir cuotas anuales de migrantes, en función de las cualificaciones requeridas. Para tranquilizar la conciencia, ¿no valdría más controlar los flujos con el fin de acoger dignamente a los recién llegados, en vez de abrir totalmente las fronteras? Nos complace pensar que estas migraciones no tienen consecuencias nefastas para el futuro del continente africano. Pero no es seguro que sea así. Privan a los países de origen de sus ciudadanos mejor formados y de su fuerza de trabajo más dinámica.

Salir de una espiral infernal

¿Cuánto personal médico bien formado termina en los servicios hospitalarios occidentales? Cuántos africanos son utilizados para reforzar los contingentes de trabajadores en los oficios poco considerados y mal remunerados destinados a los cuidados?¿Cuántos africanos hacen funcionar los sectores particularmente duros de la hostelería y la restauración, trabajan en condiciones precarias en la construcción o las obras públicas, allí donde la precariedad ataca con más fuerza? Ya no estamos en el tiempo de Roma, donde los ciudadanos estaban rodeados de un séquito de esclavos. Sin embargo, la realidad es cruelmente parecida.

Tras las independencias formales de la década de 1960 y las esperanzas de un desarrollo generalizado que nunca llegó, África se encuentra de nuevo como un continente explotado por sus materias primas y su mano de obra barata; igual que en la época colonial. ¡Qué espantosa consolidación de su posicionamiento geoestratégico!

La esperanza reside en que África sepa un día salir por sí misma de esta espiral infernal de explotación exterior superando los tres desafíos que se le presentan, a saber: conquistar realmente su independencia económica mediante la diversificación de su producción para satisfacer el mercado interior con un mínimo de protección; estabilizar con la mayor brevedad y ofrecer un futuro a su población, e inventar nuevos modelos de desarrollo sostenible, basados en la energía verde.