Cómo costear la transición energética

Entre liberales y estatistas, una tercera vía exige una transformación ambiciosa con un papel central del Estado, aunque este se mantendría a distancia en algunos ámbitos

Comparte
Pertenece a la revista
Septiembre 2024 / 127
Fuego

Ilustración
Elisa Biete Josa

El debate sobre las políticas económicas de transición ecológica parecía haber llegado a un punto muerto, dominado por dos enfoques difíciles de conciliar. Por un lado, el liberal, que, echando mano del legado intelectual de Arthur Pigou y Ronald Coase, consideran las emisiones una externalidad que hay que corregir. En este caso, sería el mercado el que impulsara la política ecológica: al internalizar el verdadero coste de producción, cambiarían los precios relativos, se reduciría el consumo y aumentaría la inversión necesaria para descarbonizar. La traducción política de este pensamiento es el impuesto sobre el carbono y el mercado donde se venden y compran derechos a contaminar. Según este planteamiento, las empresas y los hogares soportarían la carga del ajuste.

Por otro lado, los estatistas, que se inspiran en el modelo de financiación de las grandes guerras y la reconstrucción: el grueso del coste de la transición debería correr a cargo, según esta corriente, de un Estado inversor, mediante una combinación de deuda pública y de impuestos específicos. Esta visión ha dado lugar a varias propuestas que están en el debate público, como la de aplicar un impuesto de forma excepcional y temporal destinado a financiar la transición. La vertiente más heterodoxa de este enfoque, a menudo influida por la teoría monetaria moderna (TMM), se centra en la creación de dinero por el banco central, la cancelación de la deuda y sus derivados.

Sin embargo, un tercer enfoque se ha hecho un hueco desde hace unos años. Hoy merece ser reconocido, porque propone romper esta dicotomía: el Estado no debe ser visto como monolítico y todopoderoso, en oposición al sector privado. Los límites difusos entre ambos existen y, a través de ramificaciones e interdependencias, deben estudiarse.

Combinación de instrumentos

Según los defensores de este tercer enfoque, el Estado debe desempeñar un papel central, pero distinto de una tercera vía al estilo de Tony Blair, quien trataba los síntomas en lugar de replantear nuestros modelos económicos. Así, es el Estado el que debe coordinar, orientar, planificar y, a veces, garantizar. Solo con una combinación bien orquestada de instrumentos será posible llevar a cabo la transición.

Podemos debatir distintas estimaciones de la inversión adicional que se necesita para acometer el salto a las energías limpias, pero sí existe un consenso sobre su magnitud: costará decenas de billones alcanzar los objetivos cero neto. Vista esta magnitud, cabe preguntarse: ¿qué actores están mejor situados para hacerse cargo de esta transición? ¿Cómo garantizar que el aumento de la financiación vinculado a la transición no ponga en peligro nuestras economías?

Varios investigadores proponen que adoptemos un enfoque "sistémico". ¿Por qué lo hacen? Porque la transición tendrá un impacto en todos los actores de la economía y, por tanto, requiere un análisis que capte todas estas transformaciones.

En los últimos 10  años, un grupo de investigadores e intelectuales se ha ido reuniendo poco a poco y ha empezado a trabajar sobre estas cuestiones. La mayoría de ellos son europeos; se conocen y se citan entre sí; combinan historia, economía política, sociología, macrofinanzas e historia del pensamiento. El historiador Adam Tooze ha contribuido mucho a su divulgación.

Interdependencias

En primer lugar, este grupo examina las dependencias financieras entre distintos tipos de actores públicos o privados, lo que implica estudiar las relaciones entre los balances de distintas instituciones: el banco central, el Tesoro, los bancos, las empresas, los hogares, o incluso los organismos presupuestarios fuera de balance (por ejemplo, los bancos públicos de inversión).

Este enfoque hunde sus raíces en la obra de Perry Mehrling (2011), que habla de "arquitectura monetaria, una red jerárquica de balances entrelazados" (Steffen Murau, 2020), y de "regímenes macrofinancieros, combinaciones de instituciones monetarias, fiscales y financieras que configuran la creación y asignación de crédito y dinero" (Daniela Gabor y Benjamin Braun, 2023). A continuación, tratan de identificar las cuestiones de poder que van de la mano de estas interdependencias.

La nueva escuela de pensamiento muestra que, históricamente, la arquitectura de los sistemas macrofinancieros ha estado en constante evolución, y que se han puesto en marcha modelos muy diferentes de los nuestros en respuesta al aumento de la inflación, el incremento de las necesidades de financiación pública y las limitaciones de la oferta. Por último, que el lugar y los vínculos entre las distintas instituciones son una cuestión eminentemente política, en respuesta a fuertes restricciones económicas.

Imagen
Tabla

Esta escuela de pensamiento ha puesto de relieve ciertos periodos en los que el Estado es fuerte, y, sin embargo, no interviene en la economía únicamente a través de la fiscalidad y el gasto: es el caso de Eric Monnet sobre la política crediticia francesa de posguerra, Isabella Weber sobre la liberalización de los precios en China evitando la hiperinflación, y Steffen Murau, que publicó un artículo para el think tank Dezernat Zukunft sobre la evolución del régimen macrofinanciero prusiano y alemán entre 1740 y 1914.

Un enfoque sistémico y ambicioso

Estos enfoques sistémicos son esenciales para pensar y definir las políticas de transición económica, el nuevo caballo de batalla de este grupo de investigadores.

¿Cómo pueden hacer frente a la transición los distintos agentes de la economía? Atendiendo a la elasticidad de sus balances, dicen Murau y sus colaboradores: podría haber instituciones, digamos, caballo de batalla, más capaces de llevar a cabo la expansión inicial y endeudarse para la transición (por ejemplo, agencias fiscales fuera de balance, como los bancos públicos de inversión), y también bomberos que proporcionan seguros, protegen contra la inestabilidad sistémica y gestionan una posible contracción de la actividad en una fase posterior (el banco central y el Tesoro). Jens van't Klooster y Eric Monnet también subrayaron la necesidad de desarrollar nuevas herramientas para garantizar una mejor coordinación de la política monetaria y la agenda europea.

¿Qué papel debe desempeñar el Estado en la transición? Para responder a esta pregunta, hay que combinar el análisis de los balances con la economía política. Según Daniela Gabor y Benjamin Braun, hay varias posibilidades: un Estado derisking, cosa que significa que el Estado asume parte del riesgo económico y financiero para que el capital privado se canalice hacia inversiones bajas en carbono, subvencionando determinados sectores o dejando la reestructuración sectorial en manos del mercado; o bien un gran Estado verde, en el que el Estado sea un planificador, con gran capacidad para dirigir el capital privado hacia una determinada asignación de recursos.

¿Cómo surgen y se mantienen estos diferentes regímenes políticos? Su análisis histórico es formal y destaca el papel de las ideas y de sus defensores: es el caso, por ejemplo, de Clara Mattei en su libro L'ordre du capital: Comment les économistes ont inventé l'austérité et ouvrant la voie au fascisme, Benjamin Lemoine en L'ordre de la dette y Daniela Gabor y Benjamin Braun, que construyen una economía política de la descarbonización: se dice que los regímenes resultan de las relaciones de poder entre los defensores de la austeridad fiscal y los que temen más la inestabilidad geopolítica.

En resumen, esta escuela de pensamiento exige transformaciones ambiciosas, más que una simple transición de un equilibrio a otro, o ajustes institucionales exiguos. Aunque, por supuesto, hay matices dentro del grupo, lo que tienen en común es que el Estado desempeña un papel central. Pero, a diferencia del estatismo tradicional, que parte de la base de que el Tesoro debe encargarse simplemente del grueso de la transición, la escuela arquitectónica cree que el Estado debe desempeñar múltiples papeles: como asegurador, pero también como organizador y regulador de la arquitectura en su conjunto. Puede dejar que el mercado regule determinados ámbitos y reconocer sus límites en otros.

En definitiva, el Estado debe gobernar gracias a su visión global, manteniéndose, en parte, a distancia. Así lo subrayaba Eric Monnet, quien sostenía: "La capacidad del Estado para actuar sobre la economía no es proporcional a sus gastos"; es también el enfoque defendido por el think tank alemán Dezernat Zukunft, creador de la Red Europea de Macropolítica, que parte del principio de que las instituciones tecnocráticas y los mercados "no son fines en sí mismos", sino que deben servir para "alcanzar objetivos elegidos democráticamente".

Este enfoque está en pleno desarrollo, y ya aporta respuestas pertinentes a la cuestión de la financiación, el reparto de papeles en la transición, pero también, en el futuro, a la cuestión del mercado laboral y el funcionamiento de los servicios públicos. En Francia, el Instituto Avant-garde, fundado por nosotras, contribuye a desarrollar este enfoque.