Cuando el capitalismo recupera el feminismo

Las empresas han convertido las políticas de igualdad en un mero instrumento para mejorar sus cuentas de resultados

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Diciembre 2023 / 119
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Capitalismo feminismo

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Elisa Biete Josa

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Hablar de igualdad entre hombres y mujeres, e incluso de feminismo, es tendencia hoy en el mundo de la empresa. Así lo demuestran los libros Chères collaboratrices, de Sandrine Holin, y Féminisme washing, de Léa Lejeune.

Lo mismo que el green washing, que, en el caso de una empresa o un gobierno, consiste en tener un discurso ecologista carente de fundamento para vender un producto o para lograr apoyos. El feminismo washing es un modo de ocultar hechos discriminatorios hablando de igualdad y haciendo caso omiso de cualquier medida favorable a la igualdad real.

Hoy, el capitalismo recupera el feminismo. Se utilizan eslóganes feministas en el marketing, la publicidad, el cine —con Barbie— o directamente se trata como una mercancía: por ejemplo, cuando se imprimen en camisetas de Dior frases como We should all be feminists (todos deberíamos ser feministas) y se venden a 620 euros.

Podríamos alegrarnos al ver cómo el feminismo alcanza hoy a un gran público. Sin embargo, con el tiempo, el término ha terminado por perder sentido. Los eslóganes hablan de poder o de orgullo de ser una mujer. También son un instrumento en el seno de las empresas, para las que las políticas de igualdad están condicionadas a objetivos y criterios ligados a los resultados.

¿Son más rentables las empresas más inclusivas?

Informes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y de diversas consultorías pretenden demostrar que la igualdad es un factor de crecimiento que permite a las empresas tener más beneficios. McKinsey & Company, por ejemplo, elabora regularmente informes muy detallados sobre la igualdad y la inclusión en los que, apoyándose en cifras y encuestas, se afirma que las empresas más inclusivas son las más rentables.

En realidad, ningún estudio prueba la existencia de una relación de causalidad entre la presencia de mujeres y rentabilidad económica. Y, en todo caso, las correlaciones establecidas no son causalidades, como demostraron en 2010 Jacquelin Laufer y Marion Paoletti en la revista Travail, genre et sociétés.
Y, lo que es más importante, esta mercantilización podría cuestionar la política de igualdad si, como recuerda con razón Hélène Périvier en su libro Economie féministe, se llegara a la conclusión de que las mujeres no tienen mejores rendimientos.

La idea de condicionar la igualdad a la rentabilidad económica presenta, pues, un grave riesgo, sobre todo en un contexto de crisis económica, porque puede dar lugar a una marcha atrás. Y, sobre todo, significa negar que, ante todo, se trata de un derecho fundamental y no de un extra o de un instrumento gerencial.

El caso de Facebook

Además, desde hace unos años, la empresa se apropia el feminismo como apuesta de comunicación y como instrumento de gestión. Una de las pioneras en hacerlo fue, a mediados de la década pasada, la codirectora de Facebook Sheryl Sandberg, una de las primeras directivas de una empresa de tal envergadura en reconocerse como “feminista”.

Desgraciadamente, como explica Sandrine Holin, al proyectar el feminismo sobre la empresa, Sandberg también lo vació de contenido. Para ella, el reto fundamental es la toma de conciencia por parte de las mujeres más privilegiadas con el fin de conseguir la igualdad salarial. En ningún caso se trata de una lucha de todas las mujeres de la empresa, a no ser que se haga la muy audaz apuesta de llevar a cabo una difusión feminista de los combates de las mujeres dirigentes hacia las menos cualificadas.

Los grupos multinacionales prometen rebajar las discriminaciones y valorizar a las mujeres en las tomas de decisión blandiendo un nuevo concepto: el empoderamiento. Aplicado al mundo de la empresa, el empoderamiento expresa un deseo elaborado en torno a una ambición personal: conseguir más poder para actuar en la toma de decisiones.

Es un concepto que ha virado hacia unas aspiraciones individuales de autoridad y de mando, alejadas de las luchas feministas y de los retos colectivos de igualdad. Sirve de pretexto para el desarrollo de todo un sector de actividad en recursos humanos basado en la sensibilización hacia los estereotipos, las formaciones en liderazgo, la autoestima, el saber hablar en público o el coaching y la tutoría.

Hacia un feminismo neoliberal

Citando a Michel Foucault, Sandrine Holin recuerda que el neoliberalismo es un orden normativo que “hace del individuo un empresario de sí mismo”. En su opinión, “el feminismo neoliberal crea una nueva subjetividad femenina, la de una empresaria que gestiona su vida como una empresa”. La lucha colectiva habría sido sustituida por una lógica empresarial íntima que resuena con los mitos de la start-up nation.

Los estereotipos de género constituyen un instrumento esencial de ese enfoque del feminismo neoliberal: permiten analizar las desigualdades al mínimo costo haciéndolas descansar sobre unos presupuestos integrados en cada uno, y no sobre datos estructurales.

Como las palabras están cargadas de sentido, con frecuencia se hablará más de “sexismo” que de “patriarcado” o de “dominación masculina” para denunciar unos comportamientos individuales y no un sistema. Esto se fundamenta, en el fondo, en un enfoque individual y no colectivo ni estructural de las desigualdades de género.

Eso es también lo que demuestra Léa Lejeune: que la tercera ola de feminismo que surgió en torno a #MeToo ha dado voz a las mujeres y ha permitido la expresión de opciones y voluntades individuales, pero no ha incitado a auténticas acciones colectivas.

Acoso sexual y discriminación salarial

La periodista se atreve a citar y a condenar a empresas como Publicis, Uber y McDonald’s, o a IBM, la Caisse d’Epargne Île-de France y BNP Paribas. Son unas empresas en general muy bien equipadas para exhibir una política de igualdad y que, incluso en ocasiones, tienen acuerdos de igualdad profesional y buenas notas en su índice de igualdad. 

Ello no les impide perpetuar prácticas desfavorables a la igualdad, con casos denunciados de acoso sexual o condenas por discriminación salarial (como ya mostramos en el caso de BNP Paribas en el número 111 de Alternativas económicas, correspondiente al mes de marzo de 2023).

Tomemos el ejemplo de Publicis, que se considera una empresa ejemplar en lo que a igualdad se refiere. En Francia es, en efecto, una de las empresas más feminizadas, con un consejo de vigilancia paritario, un tercio de mujeres en su comité ejecutivo y 36 en el top 100 de los cargos. 

Pero el #MeToo de la publicidad puso de relieve en 2019 las manifestaciones verbales y actitudes sexistas de uno de sus dirigentes. Y, en lo que a igualdad se refiere, los esfuerzos en la cúpula de la empresa no se siguen a nivel de las agencias, de entre cuyos directores solo el 12% son mujeres. 
En junio de 2023, la empresa fue condenada por la Audiencia de Versalles a pagar 500.000 euros de indemnización a una empleada por discriminación debida a su sexo y a sus embarazos. Conforme se iba quedando embarazada de sus tres hijos, Publicis le iba quitando las cuentas más interesantes, hizo que su trabajo fuera insoportable y finalizó con un despido improcedente.

Por último, la política salarial de Publicis está muy lejos de ser transparente. Solo está previsto que la empresa se entreviste con las mujeres que consideran que ganan menos que sus colegas masculinos en puestos equivalentes, y no hay medidas estructurales de compensación salarial para las mujeres ni indicadores de promoción para favorecer las carreras. 

En resumen, intenciones sin medidas concretas, excepto, evidentemente, el consecuente apartado dedicado a la sensibilización hacia los comportamientos sexistas, con cursillos o numerosos debates internos sobre el sexismo…

Motivos para movilizarse

Aunque no se trata de tendencias recientes, hoy adquieren un nuevo cariz que nos hace recordar lo que la socióloga Sophie Pochic denominó “igualdad elitista”, es decir, unos dispositivos dirigidos a esas mujeres para las que la igualdad se limita a la paridad en la cúpula del poder.

Ese es también el sentido que adquieren en Francia las políticas públicas sobre la igualdad, a través de los últimos dispositivos puestos en marcha, como el índice de igualdad o la Ley Rixan sobre las mujeres en la toma de decisiones.

¿Para cuándo unas auténticas medidas estructurales a favor de todas las mujeres víctimas de la precariedad, los bajos salarios y trabajos infernales? Hay motivos para movilizarse colectivamente, apoyándose, sobre todo, en los sindicatos, para lograr que, por fin, la igualdad se conjugue en femenino plural.