El debate económico, una necesidad en peligro

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Febrero 2023 / 110

Ilustración
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Más que nunca es necesario abordar las cuestiones económicas y sociales de un modo diferente. Estos son los beneficios de la diversidad de pensamiento en economía en 12 puntos.
 
De qué sirven los economistas si todos dicen lo mismo?” preguntaba un libro publicado hace unos años. Esta cuestión adquiere una importancia especial hoy cuando, como subraya la economista Florence Jany-Catrice, el pluralismo de las ideas, de los conceptos, de los métodos corre grave peligro.
Hay debates y controversias, pero tienden a verse limitados a unos economistas que proceden del mismo molde. De este modo, Joseph Stiglitz y Paul Krugman, que defienden unas propuestas progresistas que suponen una intervención fuerte del Estado, pueden oponerse a Eugene Fama y a Jean Tirole, apóstoles de opciones más abiertamente liberales. Sin embargo, esos debates no pueden enmascarar un problema más estructural y profundo relativo, no ya a las personalidades, sino a los marcos conceptuales y a las herramientas teóricas utilizadas, y a si ellos permiten pensar o no.

Keynes se calificaba a sí mismo de “hereje”

 
Por ello, cuando, tras la crisis de las subprime, la reina de Inglaterra se preguntaba por qué “ningún” economista la había previsto, habría que haberle explicado que la teoría dominante había descartado, sencillamente, la posibilidad de una crisis financiera. Lo que el marco teórico dominante no permite contemplar no existe… ¡Hasta que se produce! Otros economistas, procedentes de otras corrientes, que practicaban otros métodos, estaban convencidos de la inminencia del desastre, pero, como Casandra, eran inaudibles. 
A esos economistas que practican la economía de otro modo, se los denomina “heterodoxos”. John Maynard Keynes los calificaba —y se calificaba a sí mismo— de “herejes” para subrayar los destierros que podían sufrir. Su característica común es el reconocimiento de la importancia crucial de las instituciones frente a la idea de que las relaciones económicas obedecen a leyes naturales universales. Por esta razón —y sin negar la gran diversidad (y divergencia) de sus análisis— nos parece preferible denominarlos con el vocablo más positivo de economistas institucionalistas. Su modo de pensar la economía, en el seno de las ciencias sociales, permite plantear debates y dar visibilidad a unos problemas —esenciales— que el enfoque estándar se limita, como mucho, a esbozar.
 
 
Alternativas
En el fondo, se trata de hacer posible un pensamiento de las “alternativas”. Los institucionalistas distinguen claramente el “capitalismo” en el que vivimos de la “economía de mercado”, modelo teórico sin actualidad concreta. Identifican las características del modo de producción capitalista (propiedad privada de los medios de producción, gestión mercantil del trabajo, de la moneda, de la naturaleza, papel del Estado…), lo que permite no solo pensar en la diversidad de formas que puede adquirir el capitalismo (más o menos financiarizado, socializado, encastrado socialmente), sino también en otros modos de producción posibles. Tener en cuenta la dimensión instituida —y, por tanto, cambiante y políticamente construida— de los modos de producción permite, en efecto, identificar las debilidades de los diferentes modelos y proponer nuevas instituciones. 
La esfera de la economía social y solidaria (ESS) o el enfoque de la economía de los llamados “comunes” cuestiona el principio de la propiedad privada, mientras que la reflexión sobre las monedas alternativas o las formas más experimentales de reinvención como las Zonas a Defender (ZAD) de Francia, dibujan unas perspectivas de emancipación política. 
 
 
Necesidades
Pensar de modo diferente sobre la relación que nuestras sociedades mantienen con la producción y la distribución de la riqueza es hoy una necesidad vital para la supervivencia de nuestro planeta y, por tanto, de la humanidad. Para ello, necesitamos como nunca una diversidad de enfoques en economía y, en consecuencia, a los institucionalistas. Hemos intentado llevar a cabo una recensión, no exhaustiva, de esos otros puntos de vista, para defender e ilustrar lo benéfico que resulta la diversidad de pensamiento en economía. 
 
 

1. Pensar la empresa como institución

Para la economía estándar, la empresa es una caja negra o, como mucho, un dispositivo que economiza los costes de transmisión: para hacer una revista es mejor unos asalariados en la misma empresa que un jefe discutiendo con  decenas de periodistas independientes. Por el contrario, pensar la empresa como una institución la lleva a ser algo más, a ser un actor tanto político como económico. Este análisis invita a pensar en la responsabilidad social y ecológica de la empresa, en su contribución al interés general (estudios sobre la responsabilidad social de la empresa, RSE) e ir más allá de la maximización de los beneficios privados, lo que induce a definir las condiciones de un funcionamiento democrático en la empresa, con todos los estudios sobre la gobernanza y codeterminación (el lugar y el poder de los asalariados en los consejos de administración).
 

2. Pensar las crisis financieras

El pensamiento dominante afirmaba a comienzos del siglo que las crisis financieras pertenecían al pasado y que el funcionamiento de unos mercados liberalizados hacía que fueran imposibles. Incluso después de la de las subprime de 2008, uno de los principales defensores de esta tesis, Eugene Fama, afirma: “No sé lo que es una burbuja”. Entre los institucionalistas no existe ninguna negación de una realidad de este tipo, sino un análisis del funcionamiento del mercado que muestra los mecanismos por los que derrapa. Por ejemplo, el carácter mimético de los traders (para ganar dinero es mejor hacer lo que hacen los demás) provoca vastos movimientos de subida o bajada de las acciones, del petróleo, etcétera, y todo ello en el marco de las mismas convenciones (todos piensan igual).

Urge abordar en qué consiste la riqueza

 
Los institucionalistas han puesto de manifiesto  las fragilidades y los riesgos que lleva en sí un capitalismo en el que las finanzas tienen un peso cada vez mayor. Lo han hecho porque consideran que la moneda no es una mercancía cualquiera y analizan el papel desestabilizante de las burbujas de crédito. De ahí su llamamiento a que se enmarque la moneda, a una regulación financiera, mostrando que la forma que tome ese marco es absolutamente determinante para la calidad de la financiación de la economía, especialmente de la deuda pública, y para la definición de las políticas económicas.
 

3. Pensar los límites ecológicos, la riqueza y su medida

Es difícil concebir el tema de los límites ecológicos del capitalismo sin la existencia de un esfuerzo para “volver a encajar” lo económico en la biosfera. Ese es el objeto de la progresiva construcción de una economía que, siguiendo la senda de viejos economistas (Nicholas Georgescu-Roegen, William Kapp, René Passet, entre otros) elabora una concepción de la economía según la cual esta debe desarrollarse dentro de los límites medioambientales y no forzándolos o haciendo como si fuera posible ampliarlos sin cesar, sobre todo sustituyendo el capital natural por el capital técnico (de las centrales nucleares, del hidrógeno, etc.).

Una cotización social no es ninguna tasa

 
Este hecho implica volver a pensar qué es lo que da valor a las cosas y en qué consiste la riqueza de una economía. Estos temas estuvieron durante mucho tiempo en el centro del análisis económico. Ya no es así, y es el síntoma de que la economía mainstream ha perdido la brújula teórica, que parece haber roto el hilo que unía el estudio de los fenómenos económicos al de la buena salud de las sociedades humanas. Saber lo que vale es un tema esencial y cómo medirlo, también. En el debate sobre el decrecimiento, expresión, sin duda, poco feliz (pues, sobre todo, se trata de que disminuya el uso de lo que amenaza la supervivencia de la humanidad), hay que ser capaz de responder al tema de la construcción social de las necesidades (¿de qué tenemos realmente necesidad?) y debatir sobre los indicadores habituales (IPC o PIB). Es un asunto vital que supone no cosificar esas categorías y comprender su dimensión política. No son únicamente unos indicadores técnicos; son el resultado de unas opciones políticas y se podían tomar otras. Ese es el interés de las investigaciones sobre estos temas que llevan a cabo los institucionalistas. 
 

4. Pensar la desigualdad y la justicia social

Utilizando la historia, la geografía y el análisis de la dinámica del capitalismo, los institucionalistas ofrecen un análisis sólido no solo de las desigualdades, sino también de su dinámica. Se trata de uno de los raros ámbitos de estudio que han logrado imponer a la economía dominante. Lo hacen en el marco de una conceptualización de la relación salarial (y de su superación) midiendo las desigualdades salariales, sin olvidar las desigualdades de género. Por cierto, el análisis de la relación salarial, de su diversidad, está en el centro de los trabajos de los institucionalistas sobre la medida del empleo, su contenido, su calidad. Del mismo modo, se trata de pensar en las vías posibles de emancipación del asalariado a través del contenido del trabajo, las relaciones de empleo, las formas de trabajar, la búsqueda de autonomía en el trabajo, todo ello en el marco de unas reflexiones sobre la justicia en economía.
 

5. Pensar la protección social

Frente a la idea del trabajo como una simple mercancía (como hace el análisis estándar del mercado laboral) los institucionalistas se posicionan inscribiéndolo, como Karl Marx, en la desigualdad estructural entre capital y trabajo. Esto justifica el inmenso esfuerzo colectivo, político, de proteger el trabajo, “propiedad social” de los individuos. Los economistas de la protección social conceptualizan esta como parte integrante del sistema económico y su funcionamiento, y no únicamente como un coste adicional del trabajo o una traba con la que habría que acabar a toda costa.

Las teorías económicas son hijas de la historia

 
De hecho, la financiación de nuestro sistema de protección social descansa fundamentalmente en la relación salarial como institución central de nuestro modo de producción. A este respecto, se puede explicar que la “cotización social”, percibida por la corriente dominante como una carga que hay que reducir, no tiene nada que ver con una tasa: es un medio por el que los trabajadores construyen, ellos mismos, su derecho un salario diferido. No está de más recordarlo en estos tiempos de reforma de las pensiones que pretende que el coste de la “política de la oferta” (la reducción del coste de la protección social) lo soporte una prolongación del tiempo de la cotización.
 

6. Pensar en el paro como involuntario

Según la óptica estándar, el paro es resultado del comportamiento de los asalariados: se niegan a que su salario disminuya al nivel que, dadas sus competencias, les permitiría encontrar trabajo. El paro es, pues, un problema de los parados: demasiado exigentes, gandules, protegidos… El único remedio es, en consecuencia, endurecer las condiciones de la duración y del nivel de obtención del subsidio de paro (como pasa hoy). Frente a esa doxa, los institucionalistas demuestran que el paro es consecuencia de las excesivas exigencias de los poseedores de capitales, que reclaman una fuerte rentabilidad del capital que han invertido, requiriendo muchos dividendos o presionando para tener unos tipos de interés elevados, lo que reduce la capacidad de inversión y empleo de las empresas. Reducir el paro significa, pues, establecer un control de las condiciones de financiación de la economía y compartir mejor el trabajo mediante una disminución de la jornada laboral.
 

7. Pensar el proteccionismo

¿Es necesario favorecer sistemáticamente el libre comercio? Tiene sentido pensar en un proteccionismo educador (como demostraba Friedrich List, un institucionalista alemán del siglo XIX), en la medida en que da tiempo a los industriales de un país a desarrollarse antes de abrirse a la competencia internacional. Como tiene sentido pensar en unas cláusulas sociales y medioambientales para preservar el mercado europeo de una competencia desleal de productos que no respetan ningún criterio en esos ámbitos. Este proteccionismo considera el comercio internacional una relación de fuerza y no un amable mercado en el que hay que buscar continuamente el máximo de competencia. Los institucionalistas llevan a cabo estas reflexiones al abordar las políticas de libre comercio, su límite, la necesidad de desarrollar dispositivos protectores.
 

8. Pensar en el largo plazo

Siguiendo la senda de los trabajos fundadores de Karl Polanyi, de Fernand Braudel y de Immanuel Wallerstein, algunos economistas historiadores desarrollan, a partir de una filiación institucionalista, una serie de reflexiones sobre el pasado y el futuro de nuestro modo de producción, sobre la evolución de las formas de movilización del trabajo, de la financiación de las economías, del papel de los bancos centrales, etcétera. Este enfoque permite darnos cuenta de la importancia de los fenómenos de irreversibilidad, explicar la situación a través del camino recorrido, poner de manifiesto las diferentes opciones efectuadas, en otras épocas y en otros países y, por tanto, abrir la puerta a posibles alternativas. A la vez que se muestra cómo las teorías económicas son hijas de la historia, que no son universales, sino que dependen de la situación del momento en el que se elaboran.
 

9. Pensar en la globalización y la territorialidad

Los institucionalistas proponen un análisis del capitalismo situándolo no solo en el tiempo, sino también en el espacio. De este modo, el concepto de globalización, el peso de las multinacionales en la estructuración del modo de producción, el desigual intercambio económico entre países, las desigualdades de desarrollo y los problemas de regulación planteados por todos estos fenómenos son competencia de la esfera institucionalista.
A diferencia de la idea dominante según la cual la lógica industrial sería sistemáticamente la de una carrera hacia el menor coste, la identificación del saber hacer -implantados en los territorios, organizados según una malla institucional precisa- permite que salgan a la luz espacios en los que se unen eficacia productiva y resultados sociales y medioambientales positivos, sin necesidad de que la mano de obra sea la más barata.
 

10. Pensar en la organización de los mercados

El enfoque institucionalista se interesa por los mercados no como unas entidades que funcionan en solitario, sino que obedecen a unas reglas colectivas, jurídicas, financieras… necesarias para su existencia. Se puede, entonces, pensar en unas formas de organización diferentes a las de la búsqueda de una máxima competencia libre y no falseada como piensa la corriente dominante. Ese es el objetivo de los análisis sobre unas normas de consumo “comprometido” (de comercio justo, de productos bío), o sobre el modo de estructurar un mercado de los derechos a contaminar, de pensar en las finanzas denominadas “responsables”, en la compra pública responsable, etcétera.
 

11. Pensar en las necesidades reales

Para el enfoque estándar, el consumidor es soberano: él decide lo que consume, según el principio de que, cuanto más consume, ello le produce progresivamente menos placer; aunque siempre siente un poco y jamás se sacia. Pensar en el mundo futuro significa acabar con esta imagen.
Un enfoque institucionalista, según Thorsten Veblen, permite pensar en la determinación institucional de los deseos, del consumo, influida por diferentes motivos: la ostentación, la voluntad de hacer lo mismo que los ricos o que los demás, la influencia de la publicidad, etcétera. Permite también hacer del consumo una opción política y colectiva en un tiempo en el que la transición ecológica es necesaria y hay, pues, que determinar qué es lo que realmente necesitamos y de qué podemos prescindir.
 

12. Pensar en la pertinencia de los servicios públicos

Una de las características del capitalismo de estos últimos años es haber impulsado unas profundas reformas de los servicios públicos, no privatizándolos, sino modificando su funcionamiento según un principio comercial: deben portarse como empresas privadas buscando la rentabilidad. De este modo, el usuario de los servicios públicos se ha convertido en un cliente y el funcionario, en un coste.
Por el contrario, los institucionalistas parten de las necesidades a las que deben responder los servicios públicos, de sanidad, de transporte, etcétera, para definir la mejor organización posible al servicio de la población. Se trata de un principio cuya aplicación en economía es muy amplia. Engloba las reflexiones sobre la organización de unas políticas de investigación, la lucha contra el control de los gigantes digitales sobre los datos individuales, la economía de la salud, la gestión de los transportes, del agua, de la vivienda, etcétera. El servicio público es pensado como una alternativa a la idea de que todo es una mercancía.
 
 

¿Qué significa ser un economista institucionalista?

Los institucionalistas parten del principio de que todo proceso económico se lleva a cabo en instituciones (la moneda, el Estado, las relaciones laborales, etcétera) situadas histórica y espacialmente, y portadoras de un sentido político y cultural (a diferencia del enfoque dominante, que reflexiona a partir de individuos racionales situados fuera del tiempo histórico y de todo anclaje social). Estos enfoques, que no son todos iguales, intentan hacer inteligibles las diferentes formas que adquiere el proceso de producción y de distribución de los recursos garantizando la supervivencia de los grupos humanos en su diversidad*. Los institucionalistas no pretenden emitir verdades universales, que se impondrían en todo el mundo y para siempre, y que reducirían el espacio político del debate. Por el contrario, pretenden esclarecer las controversias, proporcionar claves para la comprensión de la lógica de los diferentes sistemas productivos y sociales y alimentar el debate acerca de sus posibles transformaciones. La economía no tiene una verdad que dictar a la sociedad (y aún menos a la biosfera) y debe situarse en una posición más modesta, al servicio de las opciones sociales y políticas compatibles con el mantenimiento de la vida humana sobre la Tierra.

*En mayo publicará la editorial francesa Dunod un manual en el que se hará una recensión exhaustiva de los análisis de los institucionalistas: Grand manuel d’économie politique, coordinado por  Yann Guy, Anaïs Henneguelle y Emmanuelle Puissant.