Hacia las grandes ciudades ‘low-tech’ y solidarias

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Febrero 2023 / 110

Fotografía
Mariona Gil

¿Y si la utopía tecnológica de la smart city, expresión que designa una ciudad conectada y gobernada por datos, hubiera quedado ya desfasada? Mientras la inflación de los precios de la energía se hace sentir en los presupuestos de las colectividades locales, la sobriedad ha pasado en pocos meses de ser objeto de burla a plantearse como un futuro deseable.
La ciudad inteligente es una víctima colateral de la actual crisis. Altamente consumidora de energía y de recursos minerales, generadora de contaminación y de residuos, la smart city ve cómo su modelo, que se fundamenta en soluciones tecnológicas y macrodatos (big data), se pone en cuestión. Ejemplo de cómo se disipa el espejismo es el abandono del proyecto de barrio futurista que iba a llevar a cabo en Toronto la empresa Sidewalk Labs, filial de Google. 
Por otra parte, el término smart (inteligente) se viene utilizando para designar el mundo de la información, pero cada vez se dejan oír más voces para denunciar la instauración progresiva de un capitalismo de vigilancia. 
 
A contracorriente
No es sorprendente que se haya puesto manos a la obra un contramovimiento low-tech. Ha surgido como reacción a la moda de las smart cities. Esta dinámica ha sido objeto recientemente de un estudio del Laboratorio de la Economía Social y Solidaria (ESS) realizado conjuntamente por seis grandes ciudades y conurbaciones francesas: Burdeos, Lille, Lyon, París, Poitiers y Estrasburgo.
El concepto low-tech no tiene que ver solo con el uso de nuevos dispositivos; es, ante todo, un enfoque que se sustenta sobre diversos principios precisados por el ingeniero Philippe Bihouix: cuestionamiento de las necesidades que por error se consideran normales o naturales; diseño y producción sostenibles; búsqueda de equilibrio entre resultados y rentabilidad, facilidad de uso y ciudad amable; relocalización de ciertas industrias, y regreso del trabajo humano en ciertos servicios que fueron automatizados.

La sobriedad ha pasado de ser objeto de burla a plantearse como futuro deseable

 
La tecnología baja persigue, asímismo, repensar el lugar de la propia tecnología en nuestra sociedad para someterla a valores sociales y a elecciones políticas.
Aplicado a las tecnologías, la low-tech puede valorarse sobre la base de ocho criterios, según un informe de La Fabrique Ecologique: durabilidad, reducción del consumo de materias primas, menor consumo de energía, límites al impacto ambiental, elevado grado de autonomía de uso, alto margen de utilidad e impacto sistémico.
Ninguna tecnología en sí misma es low-tech; se trata más bien de establecer una escala para saber si una tecnología lo es mucho o poco. Un teléfono de la marca Fairphone, producido en condiciones éticas, es preferible a un teléfono inteligente estándar. 
Si se amplía esta perspectiva a las políticas urbanas, es evidente que hace falta salir de la mitología CAME, acrónimo creado por el economista Olivier Bouba-Olga para designar las políticas de “competitividad, atractivo, metropolización, excelencia”, y que durante mucho tiempo han sido el alfa y el omega de las políticas urbanas de desarrollo.
 
Nuevo paradigma
Hay una buena noticia: están emergiendo nuevas tendencias en las metrópolis para repensar la ciudad. La economía social y solidaria es portadora de numerosas soluciones que dibujan un nuevo paradigma. El estudio de Labo de la ESS lo ilustra, al interesarse por cuatro grandes categorías de necesidades de la ciudadanía: hábitat y vivienda, movilidad, acceso a bienes y servicios de consumo corriente, producción y trabajo.

La economía solidaria es pieza clave de la nueva ciudad

 
Vivir en la ciudad implica cambiar nuestra relación con los espacios y su materialidad. Esta preocupación se ve, por ejemplo, en la nueva moda de ocupación temporal de ciertos lugares vacantes, como en el espacio solidario Les Cinq Toits, en París: una antigua caserna de gendarmería que acoge a personas que necesitan alojamiento de urgencia y desarrolla actividades sociales, culturales y deportivas, a la espera de su transformación en alojamientos sociales. La inquietud está también presente en el desarrollo del proyecto de renovación energética, ecoconstrucción y economía circular que encarna Statiton R, que lleva a cabo la asociación Centsept en Lyon para estructurar una filial de reutilización de productos de BTP.
Desplazarse al modo low-tech obliga a cuestionarse el autosolismo; es decir, el hecho de desplazarse solo en coche por la ciudad, lo que pasa sobre todo por el desarrollo de los desplazamientos en bicicleta (y la propuesta de muchos más talleres de reparación).
 La logística urbana, o transporte de mercancías, también se ve afectada. Han surgido alternativas en bicicleta en Burdeos, como el taller Remue-Menage y LesCoursiers Bordelais. Cuando el coche se mantiene como necesidad, la economía social y solidaria ofrece soluciones basadas en compartir (Citiz, Mobicoop). Puede también, a través de los garajes solidarios, prolongar la duración de la vida de los vehículos para las personas en situación de dificultad.
 
Reutilización
Consumir de otro modo lleva a la ESS a asignar valores y normas sociales al mercado. Ello pasa por un imperativo de sobriedad, de austeridad, que encontramos en el do it youself, o hazlo tú mismo, para fabricar y reparar objetos, la producción y la distribución de productos alimenticios y el reaprovechamiento delos biorresiduos.
Se multiplican las iniciativas de reutilización. Algunas de ellas son muy conocidas, siguiendo la estela de Emmaüs o Envie. En la zona metropolitana de Estrasburgo, Humanis reagrupa a 96 asociaciones que revalorizan material informático recogido para venderlo a bajo precio a personas en situación de precariedad.
Producir y trabajar en la ciudad en modo low-tech supone salir de la carrera por el crecimiento. Ello abre la vía a una relocalización de la economía con el despliegue de monedas locales complementarias.
Lo observamos también con la estructuración de filiales como en el sector textil con l’Atelier Fou de Coudre, de Lille, que transforma productos recuperados de grandes marcas para revender a precios accesibles, o también en la redinamización del artesanado urbano, como hace EclowTech en Poitiers. Esta sociedad cooperativa obrera de producción vende calentadores de agua solares, duchas solares y lavavajillas de baja tecnología.
Los llamados terceros lugares, cada vez más numerosos en las metrópolis, permiten, igualmente, desarrollar lógicas de mutualización y cooperación sobre los territorios.
Pionera de estas soluciones, la economía social y solidaria aparece como un actor clave en el avance low-tech. Corresponde a las metrópolis coger el guante para inventar la ciudad de mañana.