Una sonrisa en la calle, ¿con mascarilla?

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Fotografía
Luis Fernandez Alvarez

Origen
Flickr

Tanto tiempo ya, y todavía no he acabado de solucionar la relación entre mis gafas y la mascarilla. El resultado es que, a menudo, en la calle se entelan sin remedio. Así ha sucedido una vez más esta mañana, mientras iba a comprar el periódico. Viéndome más o menos solo he optado por la solución más cómoda: me he bajado la mascarilla a fin de airear los cristales. Pero al poco, una mujer se ha cruzado conmigo. Una mujer de unos 40 años y de aspecto normal, que parece que sea una manera de describir algo, cuando en realidad normal no acaba de haber nada. La cuestión es que esa mujer me ha sonreído al pasar a mi lado. Justo un instante.

En seguida he caído en que ella no llevaba mascarilla ¿Habrá sido una sonrisa solidaria? Es cierto que la mía adornaba mi barbilla más que hacer otra cosa. Mi primera reacción ha sido: ¡Subirme la mascarilla!. Sin duda, ante esta escena, nuestros demonios familiares están invitados a hacer acto de presencia. Para muchas personas esta escena es absolutamente improcedente, casi execrable. Empezando por que bien podría haber buscado otra manera de desentelar mis lentes. ¿Cómo se puede atrever esa mujer a ir sin mascarilla? ¡Y todavía menos a solidarizarse con otro presunto infractor! Sin embargo, para algunas personas es más parecido a una bonita escena. Una liberación ante la asfixia de unas normas que, para ellas, tienden a generarla.

En mis conversaciones sobre covid-19 y normas se da un factor común: las personas no entienden qué ha sucedido, cómo resulta posible que vivamos poco menos que en una película de ciencia ficción. Esto es, sí comprenden que hay un virus, que se transmite, que causa una enorme y más que terrible cantidad de muertes. Pero se les escapa todo lo que se ha montado alrededor de eso. La clara mayoría optan por la practicidad, quizás no entiendan lo que sucede pero consideran que esas normas pueden acabar con el problema, las cumplen. Una minoría afirma que no entender lo que sucede, les lleva a desafiar esas mismas normas (cuando pueden).

El juez que todos llevamos dentro pugna por aplaudir a unas y castigar a otras. Para este cronista no se trata de eso. Sí quiere dejar anotado, el enorme riesgo que se corre cuando las personas no entienden la realidad que se ven obligados a vivir, sobre todo cuando tienen un marcado, por necesario, sesgo coercitivo.

Algunas voces advierten, quizás tras la desescalada, del peligro de un estallido social. La ignorancia siempre ha sido una yesca inmejorable para que se produzca.