Junio de 1940: la extraña derrota

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Julio 2020 / 82

Desastre: Para el historiador Marc Bloch, la invasión de Francia por parte de la Alemania nazi fue ante todo una debacle política y cultural.

La extraña derrota fue el título que Georges Altman, compañero del historiador Marc Bloch en la Resistencia, puso al libro que publicó en 1946 y que su amigo había titulado modestamente “Un testimonio”. Marc Bloch había muerto dos años antes, fusilado por la Gestapo, a la edad de 57 años.

Redactado en caliente, desde julio hasta septiembre de 1940, el testimonio de Marc Bloch es, ante todo, un análisis de las causas de la rápida derrota militar francesa, una búsqueda de responsabilidades compartidas, un diagnóstico que esboza un programa de reformas. Pero también es un texto de historiador en la medida en que informa al lector de las opiniones de su autor, de las circunstancias en las que escribe, con la perspectiva y capacidad de análisis que le da su oficio. Y acudiendo a otras ciencias sociales —sociología, antropología—, distintivo de lo que se llamaría la Escuela de los Annales, de la que él, junto con Lucien Febvre, fue fundador.

Fracaso de las élites militares

El texto empieza con un testimonio personal. Oficial en la reserva, Bloch ha pedido ser destinado al frente y se encuentra en el norte de Francia, encargado, en el seno del alto mando, del suministro de carburante a las unidades más mecanizadas del ejército francés. Le aflige constatar la desorganización e inercia del ejército y de su mando.

En su opinión, “se piense lo que se piense de las causas profundas del desastre, la causa directa fue la ineptitud del mando”. Y precisa: “los errores de mando fueron, fundamentalmente, los de un grupo humano” formado por exalumnos de la Escuela Politécnica y de la Escuela Especial Militar de Saint-Cyr, dirigida por viejos generales que enseñaban la estrategia de las guerras precedentes… 

No comprendieron que “la idea de distancia ha cambiado radicalmente de valor”. Los adversarios habían dado un salto tecnológico (“bajo el signo de la velocidad, los alemanes han llevado a cabo una guerra de hoy”), mientras que los dirigentes militares franceses no habían cambiado, “de modo que, en realidad, en nuestros campos de batalla se han enfrentado dos adversarios pertenecientes a dos edades diferentes de la humanidad. Nosotros hemos reproducido, en suma, los familiares combates de la guerra colonial, la lanza frente al fusil. Pero esta vez somos nosotros los que hacemos el papel de primitivos”.

El historiador coincide con el análisis estrictamente militar del coronel De Gaulle que, en su memorándum titulado El advenimiento de la fuerza mecánica, enviado el 26 de enero de 1940 a los dirigentes políticos y militares, escribía: “La ruptura de las organizaciones fortificadas [la línea Maginot] puede, debido a los motores combatientes [los tanques], revestir un carácter de sorpresa, un ritmo, de consecuencias tácticas y estratégicas que no tiene nada que ver con las lentas operaciones que antes se llevaban a cabo en virtud del cañón. (…) Se impone absolutamente la creación de un instrumento de choque, de maniobra y de velocidad”.  

Críticas a la izquierda

Marc Bloch no se ciñe a un análisis militar de la derrota. Para él, los jefes militares “eran lo que el medio humano del que procedían había hecho de ellos”. Eran el fruto de su clase, el fruto de su época, encaminado a la derrota. 

Marc Bloch, que lleva a cabo el “examen de conciencia de un francés”, no perdona a ninguna clase social. La simpatía que había sentido por la movilización en la época del Frente Popular no le impide deplorar: “la muchedumbre sindicalizada no supo impregnarse de la idea de que, para ella, nada importaba ya ante la necesidad de provocar, lo más rápida y completamente posible, la victoria de la patria, la derrota del nazismo”. En un momento en que había que darlo todo para derrotar a Alemania, los asalariados de las fábricas intentaban “hacer el menor esfuerzo posible, durante el menor tiempo posible, por el máximo dinero posible”. También responsabiliza a la “ideología internacionalista y pacifista” de mucha gente de izquierda.

“De un día para otro, se perfiló en la sociedad francesa una vasta brecha que separaba a los grupos sociales en dos bloques” Marc Bloch, La extraña derrota

Pero, sobre todo, “de un día para otro, se perfiló en la sociedad francesa una vasta brecha que separaba a los grupos sociales en dos bloques”. Las clases dirigentes no se sienten solidarias con las clases populares. El Frente Popular les había dado miedo y “todo aquel que tenía cuatro duros creyó sentir cómo pasaba el viento del desastre”. Y “no ignoro que la Alemania de Hitler despertaba simpatías” (…) en los partidos de derecha “tan prestos hoy a inclinarse ante la derrota”. 

Marc Bloch coincide así, en muchos aspectos, con la crítica que hará Léon Blum, desde su prisión en 1941, en su libro Con sentido humano. Subraya “la decrepitud de los cuadros de la burguesía” del régimen y la política culpable de los partidos de izquierda. ¿El Partido Comunista? “un partido nacionalista extranjero”. ¿El Partido Socialista, que debería haber encarnado la resistencia popular frente a las amenazas hitlerianas? Fiel a su pacifismo doctrinal “seguía rechazando los créditos militares”.

La modernización necesaria

Marc Bloch va más allá aún en su análisis. Si Francia iba con retraso en la guerra es porque rechazaba las evoluciones técnicas para ensalzar “por contraste, la apacible delicadeza de nuestros campos, la amabilidad de nuestra civilización de ciudades pequeñas (…). Ahora bien, tengamos el valor de confesarnos que, lo que acaba de ser derrotado es, precisamente, nuestra pequeña y amada ciudad. Sus días que transcurren a un ritmo demasiado lento, la tardanza de sus autobuses, sus administraciones somnolientas, las pérdidas de tiempo que multiplica a cada paso una muelle indolencia”. Mientras tanto, enfrente, una Alemania “de colmenas zumbantes” marchaba a un paso infernal.

De hecho, una amplía corriente se oponía a la sociedad de producción y consumo en masa estadounidense, al taylorismo, a la estardarización de las producciones, como demuestra el eco que tuvieron, independientemente del objetivo de sus autores, las Escenas de la vida futura de Georges Duhamel (1931) y Le cancer américain de Robert Aron y Arnaud Dandieu (1931). En las organizaciones patronales, los protayloristas como Michelin o Citroën eran minoritarios, como lo era en los medios obreros y sindicales la posición protaylorista que Hyacinthe Dubreuil defiende en Standards (1931).

Será la dura prueba de la derrota, el rechazo del agrarismo y de la Francia de antaño ensalzada por el mariscal Petain lo que convencerá al país de la necesidad de modernizarse. Cuando llega la Liberación, se constata la obsolescencia de la maquinaria industrial, la falta de inversión por parte de unos empresarios poco éticos, con clara simpatía por el régimen de Vichy. El país aceptará un éxodo rural rápido y renunciará a la Francia de “nuestra pequeña y amada ciudad”. Ha llegado la hora del Estado modernizador, del plan Monnet y del plan Marshall. La productividad se hace con el mando.

El análisis de Marc Bloch era premonitorio. Hoy vuelve a ser necesario y urgente cambiar de modelo y hallar el camino de otra organización social, económica y medioambiental.