50 — PRODUCTIVIDAD // Día 2

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Diciembre 2020 / 8

Una de las justificaciones más utilizadas de las desigualdades salariales es la productividad. Cobra más quien es más productivo. A los estudiantes de Económicas se les inculca esta idea, pero su base real es más que discutible. Lo es el propio concepto de productividad. La pretendida ciencia económica suele utilizar conceptos vagos que no sirven para trabajar con precisión. Hicks, un importante economista neoclásico, llegó a decir que si para un empresario alguien resultaba molesto (o sea, un o una sindicalista demasiado reivindicativo), esto se tenía que considerar menos productivo. Si un pope utiliza los conceptos con tanta manga ancha podemos temer lo peor de sus discípulos. 

Si miramos la estructura salarial veremos que la mayoría de trabajos manuales, especialmente los de cuidados, los intensivos en relaciones humanas, los que emplean a más mujeres, están en la parte baja. Y en la otra punta hay un grupo de superestrellas, particularmente la alta dirección de las empresas, con sueldos estratosféricos. Las diferencias se justifican por la productividad. Se supone que los asalariados que cobran poco es debido a que contribuyen poco al bienestar social. Y los que ganan mucho son los grandes benefactores. 

Estos días están sirviendo para ver las cosas de otro modo. Vemos quien es muy necesario y quien es prescindible. Muchos de los trabajos imprescindibles, peligrosos, que proporcionan enorme bienestar social, están a la cola. Y en ellos predominan las mujeres y los inmigrantes. No es nada nuevo en la historia: siempre los que han realizado la mayoría de trabajos fundamentales han recibido poco y han sido despreciados socialmente. Y las cosas que hacen las élites se han considerado elevadas, reservadas a una clase especial de personas. El empleo precario de hoy es una versión moderna de la esclavitud, del servilismo feudal: cualquier sistema de dominación requiere que se minusvalore la importancia de la gente corriente y se supervalore a las castas dominantes.

No sabemos si una actividad es más o menos productiva, pero sí podemos saber cuáles sirven más o menos al bienestar social. Y mientras muchas de las que son útiles están entre las mal pagadas, en los altos ingresos se encuentran muchas que constituyen un verdadero mal social. Por eso, es necesario cambiar a la vez la escala de salarios y la forma de evaluar la calidad de cada empleo.