"Hay muchísimo poder en muy pocas manos"

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Diciembre 2021 / 97

Fotografía
Mariana Vilnitzky

Entrevista

Ana Moragues

Experta en alimentación sostenible

"Hay muchísimo poder  en muy pocas manos"

Ana Moragues es una investigadora, especialista en alimentación sostenible, que rondó por el mundo hasta terminar investigando en la Universidad de Barcelona. Participó en VII Foro Global del Pacto de Política Alimentaria Urbana de Milán, que se llevó a cabo en la capital catalana en octubre pasado, durante la Semana Ciudadana de la Alimentación Sostenible. Alternativas económicas conversó con ella.

¿Qué es la alimentación sostenible?

Es aquella que es buena para las personas, para el planeta y para los territorios. Es decir, consiste en producir, transformar, distribuir, vender, comprar, consumir, gestionar el desperdicio alimentario de forma que genere salud, prosperidad social y que regenere nuestros ecosistemas y que también las generaciones futuras sean capaces de alimentarse de esta manera.

Un experto de una ONG relacionada con la desnutrición me dijo que las economías de escala son más eficientes y que nunca ha habido tan poca desnutrición como ahora.

Eso es discutible. Primero está el concepto de eficiencia. Si vemos los impactos que genera a nivel social, medioambiental y económico el sistema alimentario, no podríamos decir que es muy eficiente. Por otro lado, en los últimos años, el número de personas que experimenta desnutrición ha empezado a aumentar. Y ha aumentado mucho el número de personas que sufren malnutrición en general, es decir, otros problemas relacionados con la dieta como obesidad y sobrepeso y otras enfermedades. Es cierto que hay veces que teniendo cierta escala es más fácil llegar a cierto número de consumidores. Pero es importante que nos replanteemos cómo podemos generar sistemas no concentrados, sino distribuidos y distributivos, que distribuyan valor a través de toda la cadena y que distribuyan poder. 

¿Está poco distribuido?

Hay muchísimo poder en muy pocas manos. Por ejemplo, hay cinco empresas que controlan el 84% del mercado de agroquímicos: Bayer-Monsanto,Syngenta-ChemChina, Dupont Agrosciencies y BASF. También 10 empresas controlan el 90% del comercio de materias primas global, y otras 10, el 90% de la industria de alimentos y bebidas. Esta concentración de poder genera vulnerabilidad. Si al final, por ejemplo, perdemos nuestros mercados de abastos porque todo lo que tenemos son cadenas de producción, distribución y consumo concentradas en supermercados, pues son los supermercados los que controlan la cadena. Si tenemos espacios más abiertos, con diferente gente comprando y vendiendo, y la capacidad de los productores de venir a estos espacios más abiertos, pues ellos tienen más capacidad de negociación.

¿Monopolio frente a competencia?

Si hacemos sistemas distributivos, tenemos esta capacidad de repartir el valor de forma más equitativa conforme llegamos a más personas.

Es curioso que se permita que haya solo 10 empresas para producir y distribuir.

Son las reglas de la Organización Mundial de Comercio, en la que la agricultura y la alimentación han entrado a ser una mercancía más.

Y es una de las partes más importantes de la vida de las personas, la alimentación.

Claro, estamos hablando de transporte, de insumos. Y ha habido negociaciones. Pero al final este nivel de concentración ha llegado a ser el que es. Hay un proceso de concentración muy alto y hay países en donde esto es mucho más intenso que aquí. Por ejemplo, en Reino Unido el 80% de los alimentos se compran en cuatro supermercados.

Pero incluso en muchos supermercados dicen que compran local. ¿Es una moda? 

No es una moda. Pero hay muchos factores en juego. Desde el consumo hay una parte de reconexión con lo local. La crisis de la covid ha ayudado a esa idea de relocalización también. Hay un refuerzo por parte de administraciones y del imaginario colectivo de esta necesidad de ser más autosuficientes. Lo vemos con la energía, con la alimentación. Hay esta conciencia de que necesitamos ser más autosuficientes, pero a la vez también de celebrar esa cultura propia. Todo el mundo se está centrando en esta dimensión local que apoya una mayoría de la población y también del sector privado. Pero no basta solo con la producción local. Tenemos producciones locales altamente contaminantes, que están degradando nuestros suelos y nuestras aguas y están acabando con la biodiversidad.

¿Quién es?

Ana Moragues es investigadora Ramón y Cajal de la Universidad de Barcelona. Ha estudiado en Europa y Latinoamérica y durante dos décadas ha trabajado sobre la consecución de sistemas alimentarios más justos y sostenibles. 
Ha contribuido a expandir el campo transdisciplinario de estudios alimentarios con más de 60 publicaciones y ha presentado su trabajo en 14 países. Actualmente su investigación se centra en la gobernanza y el rol de las ciudades en la creación de un futuro vivible.

 

Es raro ver frutas o verduras ecológicas que vienen de lejos. ¿Qué conviene más, ecológico o local que no es ecológico?

Hay veces en que nos creamos falsas dicotomías. Podemos comprar local producido de forma ecológica o agroecológica. Hay todo un debate sobre el tema del ecológico, porque lo ecológico es una definición legal; es una certificación y tienes que cumplir con ciertos parámetros para poder ponerla en tu producto y venderla. Esta certificación legal tiene beneficios porque realmente es una forma de producción muchísimo más beneficiosa para el medio ambiente que la convencional. Pero tiene sus limitaciones y algunas contradicciones. No se certifica cuánto ha viajado ese producto. Puede ser un café de Colombia pero también puede ser que se haya producido aquí, se haya ido a procesar en Francia, y haya vuelto otra vez aquí.

El otro día en el supermercado encontré unas bananas ecológicas envueltas en plástico y otras normales sin ningún plástico.

Existen contradicciones, y esto ha llevado también a producir un poco de desapego. La normativa aquí, en Cataluña, por ejemplo, en el supermercado, obliga a que el producto ecológico esté empaquetado y separado del producto no ecológico para evitar contaminación. Hay productos que no están en moldes plásticos, pero claro, genera contradicción. Es importante recalcar que el impacto en términos de huella de carbono de la distribución, es decir, del transporte de los alimentos, es, en ocasiones, mucho menor que el impacto de su producción. Por ejemplo, un estudio muy famoso que salió hace ya bastantes años calculaba lo que se llama “el ciclo de vida” de un producto. Calcularon la huella de un mismo producto hecho en lugares distintos. Un cordero criado en Reino Unido y consumido en Reino Unido, y un cordero criado en Nueva Zelanda y consumido en Reino Unido. El impacto a nivel de emisiones de gases invernadero del que estaba criado de Nueva Zelanda era menor que el que estaba criado en Reino Unido. ¿Por qué? Por la forma de producción; porque no estaba alimentado con piensos, sino que era carne de pasto. Y porque el transporte en el cómputo de la vida de ese producto era mucho menor que todos los otros elementos relacionados con la producción en Reino Unido, como la calefacción. Muchas veces tenemos este imaginario de que lo local siempre es más sostenible, pero necesitamos la transición hacia lo local y hacia las formas de producción. Esto no lo podemos separar. Lo bueno de lo local es que puedes empezar de forma más directa estas conversaciones, y también regulaciones para hacer esa transición agroecológica. Y puedes, como consumidora, implicarte. Yo, por ejemplo, como madre en el comedor de mi hijo, me puedo implicar a la hora de pedir ciertas cosas. Cuando voy a comprar puedo comprar ciertos productos. Y, a la vez, también puedo ser parte de campañas para pedir transformaciones en las normativas. 

"Cinco empresas controlan el 90% de los agroquímicos usados en agricultura"

"En el siglo XX perdimos alrededor del 75% de la biodiversidad cultivada"

Se habla mucho de lo ecológico como lo importante, y nosotros como consumidores responsables, y en cierta manera culpables. Pero, en primer lugar es más caro todo lo eco, y para muchas familias que tienen un empleo precario, es inasequible. ¿No debería lo ecológico ser el estándar normal de la legislación?

Por supuesto. En el sistema político actual se pone mucha responsabilidad sobre la decisión individual de las personas. Como vivimos en un sistema en el que solo puedes participar a través del mercado, se dice: “Votas con tu monedero”. Esto es un atentado contra la democracia y los derechos de las personas, porque cada uno tenemos nuestro monedero. El Estado tiene la obligación de garantizar el derecho a una alimentación adecuada y sostenible.

Es curioso que tenga que existir el sello ecológico.

Es todo al revés. Debería regir la regla de “quien contamina paga”. Pero las personas agricultoras que hacen ecológico tienen que pagar por tener el sello. A nivel legislativo hay algunos pequeños pasos. Pero hay muchos intereses económicos detrás y esto no permite avanzar a la velocidad adecuada. Al final pasa lo que pasa.  La producción global de fertilizantes de síntesis nitrogenados tiene una huella de carbono más alta al año que el impacto de la aviación comercial. Es nefasto. Se calcula que en el siglo en el siglo XX perdimos alrededor del 75% de la biodiversidad cultivada.

¿El 75% de la biodiversidad cultivada?

Sí. Seguramente podemos ir a un supermercado aquí en Barcelona o a otro en Francia, en Italia, en Alemania y veremos los mismos tipos de manzanas. ¿Habrá tres o cuatro? Nos da la sensación que tenemos más diversidad que nunca, pero no es así.

Debemos reducir el consumo de carne. ¿Es preferible hamburguesas de carne o hamburguesas vegetales procesadas de imitación, o carne creada en laboratorio?

Yo soy investigadora y creo que la innovación y la tecnología son muy importantes. Lo que pasa es que tenemos que ver por qué estamos inventando esta hamburguesa, bajo qué criterios y dónde están los derechos de propiedad. Hay un informe muy interesante que dice que las empresas que están invirtiendo en estas hamburguesas de carne artificial son las son las grandes compañías de carne. Es decir, no cambia el modelo de acumulación y se sigue tratando la alimentación como un bien de mercado. 

“Hay muchos intereses económicos que no nos permiten avanzar a la velocidad adecuada”

Pero tenemos que reducir el consumo de carne, ¿no?

Sí. Y comer carne de mejor calidad. Y tenemos también que reconocer que hay formas de producción de arne que tienen beneficios para nuestros paisajes, para nuestras economías e, incluso, para el medio ambiente. Si queremos mantener la fertilidad del suelo, de hecho, la única opción a largo plazo es empezar a pensar en cómo utilizar también el fertilizante que producimos las personas, porque si no, los suelos no van a aguantar. Al final, las personas somos parte del ecosistema. 

Algunas personas ambientalistas consideran que está mal comer tomate en invierno.  ¿Es tan mala la ensalada de tomate? 

El tomate que tenemos en invierno normalmente suele ser de los invernaderos de Almería, con una carga de calefacción. Necesitan unas condiciones que no son las adecuadas para producirse, pudiendo tener tomates tranquilamente durante bastante tiempo en verano. Además, si compras productos de temporada es mucho más fácil que sea más barato. 

Si tan importante para el cambio climático es la alimentación, ¿por qué no tenemos comida más sostenible en colegios, comedores de hospitales, centros deportivos municipales, cafeterías y organismos públicos?

Hay una falta clara de liderazgo en este sentido. Y ha habido una dejación de funciones por parte de la Administración pública. Es verdad que hay un proceso de cambio. Pero es demasiado lento. Y es especialmente grave, porque si hablamos de colegios, hospitales, residencias de ancianos, estamos hablando de las personas más vulnerables de la sociedad. 

¿Qué países lo están haciendo bien?

Yo trabajo sobre todo con ciudades. Por ejemplo, una ciudad pionera es Belo Horizonte, con un programa muy ambicioso de Hambre Cero, que es el que inspiró luego el programa de Hambre Cero para todo Brasil. Allí lograron subir los niveles de seguridad alimentaria de forma espectacular. Crearon comedores donde la gente podía comer comida de calidad a precios bajos y mercados donde los precios de frutas y verduras tenían un máximo. También espacios donde los productores y productoras locales podían vender sus productos en condiciones de preferencia, iniciativas educativas, etc.  Luego, en Copenhague, en los comedores escolares, el 90% del producto es ecológico y lo han hecho sin un incremento del coste. Y tenemos más ciudades como Rosario, en Argentina, que tiene un programa de agricultura urbana espectacular, de base agroecológica. Otra ciudad muy interesante es Toronto, que ha ligado desde la década de 1990 la salud pública con la alimentación. Además, crearon un espacio participativo donde el gobierno escuchaba diferentes voces, y desde ahí se hace política. En Europa también tenemos iniciativas muy buenas. En Milán han hecho hubs para disminuir el desperdicio alimentario. Está totalmente prohibido desperdiciar comida. Y miles de toneladas de comida que se iban a desperdiciar se llevan ahora a ese hub. Esto crea una dinámica totalmente diferente en la capacidad de recuperar alimentos.