No tiene por qué ser malo

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Marzo 2015 / 23

Catedrático de Economía Financiera de la Universidad Complutense de Madrid

El instrumento del banco malo se ha utilizado en diversos países occidentales desde hace tiempo para resolver los problemas bancarios derivados de las pérdidas de valor en las carteras crediticias y de inversión materializadas en sus respectivos sectores inmobiliarios, y a raíz de las crisis de éstos. El objetivo primordial es separar esos activos inmobiliarios tóxicos de la actividad ordinaria de los bancos para evitar que perjudiquen su finalidad principal de intermediación financiera y de provisión de crédito a la economía real.

En unos casos, como en EE UU durante la Gran Depresión, sirvió para adquirir a los bancos las hipotecas de las familias en riesgo de desahucio y constituyó el antecedente de la posibilidad de dación en pago de las viviendas hipotecadas, ya en 1938. En otros, como en Suecia y Francia a principios de los años noventa del pasado siglo, para sanear, reestructurar y recapitalizar bancos en crisis que tuvieron que ser nacionalizados, como paso previo a su reprivatización.

Finalmente, en otros casos, y ya a raíz de la crisis global desencadenada desde 2007 por las hipotecas subprime estadounidenses, como en Alemania e Irlanda en 2009, para descargar los balances bancarios alemanes de esos activos arriesgados para permitirles imputar sus costes a lo largo de un período de 20 años, o para absorber los activos que habían devenido tóxicos por la crisis en el sistema bancario nacionalizado irlandés.

La paradoja de los bancos malos es que, salvo alguna excepción, no son bancos, sino sociedades de gestión de activos, y que su carácter bueno o malo sólo puede evaluarse a posteriori, después de una actividad necesariamente temporal, en la que aparecen como variables determinantes el precio de cesión de los activos deteriorados, el número y el volumen de los balances bancarios afectados, la situación económica y financiera general y la gestión profesional y los incentivos aplicados para la venta posterior de los activos y los préstamos inmobiliarios.

Sin olvidar, como es obvio, si las posibles pérdidas que se deriven de todo el proceso hayan de recaer sobre los accionistas y acreedores de los bancos afectados, sobre los adquirentes de los mismos una vez saneados, o sobre los contribuyentes. Y, cómo no, su idoneidad depende de la constatación de que esos bancos aliviados de sus activos tóxicos recuperen su funcionalidad de intermediarios financieros mediante la captación de depósitos y la concesión de créditos.

 

QUINCE AÑOS DE MOCHILA

A ese respecto, el banco malo español, la Sareb, cuya creación ha venido obligada por las autoridades europeas para acceder a la ayuda financiera solicitada por el Gobierno español para la recapitalización de nuestro sistema financiero, es también una sociedad de gestión de activos procedentes de la reestructuración bancaria, por un período de vida limitado a 15 años y destinada a liquidar de forma ordenada y de la forma más rentable (o menos onerosa) posible los activos inmobiliarios tóxicos de las entidades financieras nacionalizadas y receptoras de ayudas públicas que pudieran perjudicar su viabilidad, a juicio del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB).

Dichos activos, inmobiliarios y financieros, en número superior a 197.000 y con un descuento sustancial respecto de su valor en los balances bancarios que los aproximase a su valor fundamental de mercado, estimado inicialmente en más de 50.000 millones de euros, han recibido en contrapartida títulos de deuda avalada por el Estado. A partir de estas premisas es cuando surgen las dudas acerca del buen fin del proceso.

Existe una confusión de intereses con los bancos

El mercado inmobiliario dista de haber tocado fondo

En primer lugar, la valoración inicial de los activos cedidos ya ha sido objeto de dos retasaciones a la baja para adecuarlos a las valoraciones actuales del mercado. En segundo término, porque las entidades cedentes han sido en primera instancia las encargadas de la colocación de los activos cedidos a la Sareb, en competencia con sus propias colocaciones de activos. Existe así una confusión de intereses que también se ha producido con los bancos sanos representados en el capital y la deuda de la Sareb, y que se incentiva negativamente, además, por la exigencia de precios de venta superiores a los de tasación y por la percepción de comisiones casi testimoniales por dichas ventas.

Y en tercero, y tal vez más importante lugar, porque el mercado inmobiliario dista aún de haber tocado fondo y porque el crédito bancario sigue sin fluir a la economía real. ¿Cómo calificaremos a la Sareb dentro de 15 años si el proceso se liquida con pérdidas de hasta el 20% de los activos transferidos y repercute sobre los contribuyentes a través de la deuda avalada? ¿O para entonces habremos cambiado nuestra actual perspectiva y diremos que nuestro verdadero banco malo fue el FROB?