La revolución Biden

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Junio 2021 / 92

Más deuda, más impuestos, más gasto. Estos son los tres ejes de la acción del presidente estadounidense.

Joe Biden no ha necesitado ni 100 días para revolucionar el debate mundial sobre la política económica. El presidente de Estados Unidos ha planteado de entrada tres objetivos: relanzar rápidamente la economía tras la pandemia mediante un enorme plan de ayuda a riesgo de provocar un sobrecalentamiento; aumentar el potencial de crecimiento a largo plazo con masivas inversiones públicas; reducir las desigualdades sociales gravando con impuestos a los ricos, tanto particulares como empresas, y, al mismo tiempo, llevando a cabo una rigurosa lucha contra los paraísos fiscales. 

Es una tríada —más gasto, más deuda, más impuestos— a la que no estábamos acostumbrados, sobre todo en Europa. ¿La onda expansiva de Biden arrasará con todo a su paso? Para saberlo, hay que estudiar con detalle lo que Estados Unidos está poniendo en marcha.

Gasto público masivo

A comienzos de marzo, el Congreso estadounidense aprobó la primera medida estrella de la presidencia Biden: el American Rescue Plan, un plan de relanzamiento de la economía de 1,9 billones de dólares, equivalente al 9% del PIB. Tres días después, los primeros hogares estadounidenses recibían un cheque de ayuda de 1.400 dólares por persona. 

Esencialmente va a los bolsillos de los más débiles. Si sumamos las ayudas adicionales destinadas a apoyar la educación de los niños, que benefician a las familias monoparentales y el aumento del seguro de desempleo, “la renta de las personas que ganan menos de 20.000 dólares anuales va a aumentar el 27%. Y, en el caso de los más desfavorecidos, el aumento podrá llegar al 60% este año”, calcula Florecne Pisani, economista de la firma de inversión Candriam.Impresionante. 

Ello mejorará la vida de los estadounidenses más pobres y provocará un auge del consumo interior. Las empresas podrían proseguir decidiendo invertir, pues también se va a abrir la próxima década un amplio mercado de contratos públicos. A finales de marzo, el presidente presentó la primera parte de un plan de ayuda a la economía estadounidense a largo plazo de 2,3 billones de dólares, al que le seguirá más adelante otro plan de 1 billón con objetivos directamente sociales (educación, sanidad) y el propósito fundamental de mantener las ayudas del plan de relanzamiento destinadas a los más desfavorecidos. 

En total, son, pues, más de cinco billones de dólares de gasto público los que Joe Biden ha introducido en el circuito económico, ¡equivalente a cerca de una cuarta parte del PIB estadounidense! En parte se trata de un estímulo al poder adquisitivo a corto plazo, pero también de un gigantesco esfuerzo de inversiones públicas para reforzar el potencial de crecimiento a largo plazo de la economía.

Los 2,3 billones del American Jobs Plan se pueden dividir en dos grandes grupos: tres cuartas partes se dedicarán a renovar las infraestructuras deterioradas (escuelas, edificios públicos, transportes, agua, etc.) y la cuarta parte restante, a la innovación y el empleo industriales.  

La inyección de 5 billones de dólares en la economía equivale a casi una cuarta parte del PIB de EE UU

Ya era hora de que EE UU invirtiera en sus infraestructuras públicas. Desde finales de 1960, la población estadounidense ha aumentado en más del 60% y, durante el mismo periodo, la inversión pública total ha pasado del 6% del PIB al 2,5% actual. Las estadísticas estadounidenses incluyen en ese total el gasto en infraestructuras de defensa, pero si no las tenemos en cuenta, los presupuestos dedicados a este capítulo están orientados a la baja desde la década de 1980. No sorprende, pues, que el capital público envejezca: el equipamiento de transporte tiene una media de 20 años, frente a 13 años en 1970; la red eléctrica, 27 años (10 años más que en 1970); las carreteras, casi 30 años (16 años más), etc. Así lo constata la American Society of Civil Engineers (ASCE), que hace regularmente un estudio de la situación. La conclusión de su último informe de 2021 no deja lugar a dudas: “Nuestro retraso en la financiación de las infraestructuras está lejos recuperarse”.

Como en los colegios, los ingenieros estadounidenses califican las diferentes infraestructuras con unas notas que van desde la A (muy buena calidad) hasta la F (inutilizables). El conjunto del sistema estadounidense obtiene la nota C-, es decir, es un mal alumno. Un examen de los grandes sectores estudiados muestra una situación dramática en algunos de ellos. Por ejemplo, el 7,5% de los puentes corren el riesgo de causar accidentes graves, a pesar de que por ellos pasan 178 millones de vehículos diarios. O el agua potable: el deterioro de las redes provoca unas fugas equivalentes al contenido de 9.000 piscinas diarias.

Dimensión ecológica y social

El plan Biden llega, pues, en el momento oportuno. Si bien no alcanzará los 2,6 billones que piden los ingenieros de ASCE para poner al día las infraestructuras públicas del país, sobre todo si se tiene en cuenta que su plan de acción va más allá de las infraestructuras públicas, pues tiene varios objetivos con una dimensión ecológica y social explícita. 

En efecto, si hacemos una lectura más estratégica del plan, constatamos que el 56% del gasto está destinado a afrontar el desafío que supone el cambio climático, un cuarto a favorecer la relocalización de las cadenas de valor estratégicas (semiconductores, medicamentos) y el resto, fundamentalmente a las infraestructuras de base (escuelas, edificios públicos, etc.) y a una política de asistencia a las personas mayores. 

En lo referente al clima, Biden apuesta por un apoyo al transporte público, por el desarrollo del coche eléctrico y por la actualización de la red eléctrica para favorecer la circulación de la energía producida por las renovables. Desde el punto de vista digital, está prevista la cobertura nacional de la alta velocidad y el abaratamiento del acceso a Internet.

Todo ello tiene una importante dimensión social. Varios estudios han demostrado que las personas negras son las primeras víctimas de unos transportes públicos vetustos o inexistentes, que los más desfavorecidos tienen difícil acceso al agua y son mayoritariamente las víctimas de las inundaciones, huracanes… ligados al cambio climático. Tampoco se ha olvidado de los asalariados menos cualificados: Biden ha destinado una cantidad a indemnizar a las víctimas de la globalización y a reforzar la formación de la mano de obra.

Otro tema importante: el plan de la Casa Blanca deja claro que los contratos públicos se reservan a las empresas estadounidenses y que el resto del mundo accederá, como mucho, en calidad de subcontratante. Aunque el método ha cambiado, la consigna sigue siendo la misma: America First! 

Vuelven los impuestos

Frente a esos 2,3 billones de dólares a gastar en 8 años, Joe Biden ha anunciado 2 billones de ingresos adicionales en 15 años. Esta diferencia puede aumentar el déficit presupuestario y la deuda pública ¿Qué hacer, pues? El presidente estadounidense está decidido a utilizar los históricos márgenes de maniobra que ofrecen los bajos tipos de interés a largo plazo, y que deberían seguir durante un tiempo, aunque suba la deuda para la que, a priori, no ve ningún límite. ¡Qué lejos estamos de los debates europeos!

Aunque el método ha cambiado, la consigna sigue siendo la misma de antes: 'America First!'

Sin embargo, no todo el esfuerzo recaerá en la deuda. Todo lo contrario, no contento con gastar a niveles históricamente elevados, Joe Biden pretende también financiar sus prioridades mediante algo que no habíamos visto desde hace 40 años: un aumento masivo de la fiscalidad. A la espera del próximo plan de un billón, que irá acompañado de un aumento de los impuestos a los más ricos, la fiscalidad de las empresas ya está contribuyendo mediante unos cambios radicales destinados, según la ministra del Tesoro, Janet Yellen, a acabar con “una carrera a la baja del tipo impositivo de las empresas que ha durado 30 años”.

Está previsto un aumento del impuesto sobre sociedades del 21% al 28%. Las cifras no engañan: los ingresos por dichos impuestos representaban el 16% de los ingresos fiscales a mediados de la década de 1960 y solamente el 3,9% en 2019: el nivel más bajo de todos los grandes países. Después, para enfrentarse a las estrategias de optimización fiscal de las empresas, los beneficios realizados en Estados Unidos se gravarán a un tipo mínimo del 15%. 

El presidente estadounidense pretende también arremeter contra los paraísos fiscales y su utilización por las multinacionales. Así pues, cuestionando las orientaciones de las décadas anteriores, el fisco estadounidense aumentará sus ingresos. Finalmente, el plan quiere acabar con las subvenciones de las que se benefician las industrias fósiles y que quien contamine pague. ¡Qué cantidad de transformaciones!

El centrista Joe Biden no ha terminado aún de revolucionar las reglas económicas. Sus objetivos son claros y están enunciados en el plan a medio plazo: devolver la confianza a los estadounidenses en su economía, crear empleos de calidad en el país, ganar en competitividad y en potencial de crecimiento a largo plazo. 

Y todo ello, avanza Joe Biden, para salvar la democracia. En su país, ayudando a los pobres y a la clase media y a nivel mundial, imponiéndose como la primera economía frente a China. El presidente va a tener que batallar en firme los próximos meses para lograr que su plan se apruebe y, seguramente, tendrá que ceder en algunos aspectos. Pero la dinámica está en marcha.