¿Para qué sirven los economistas?

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Enero 2021 / 87

Ilustración
Andrea Bosch

No hay duda de la utilidad de los economistas para el debate democrático. Sin embargo, en los últimos años sus métodos de trabajo han recibio una lluvia de críticas por la falta de rigor.

He observado más de tres décadas de retroceso intelectual”. Cuando el economista estadounidense Paul Romer propuso, en 2016, hacer un balance de la ciencia económica contemporánea no se anduvo con rodeos. Esa crítica es tanto más dura si se tiene en cuenta que procedía de un miembro destacado de las élites dominantes estadounidenses, en aquella época economista jefe del Banco Mundial y futuro premio Nobel de Economía, galardón que otorga el Banco de Suecia, en 20181. Y Romer no es en absoluto el único en expresar esa constatación. Los últimos años, en un momento en que los economistas ejercen una influencia fundamental sobre la vida social por su gran presencia en los medios de comunicación y entre los gobernantes a los que aconsejan, sus métodos de trabajo han sido objeto de una lluvia de críticas que hacen dudar de la calidad de su trabajo. 

Un problema de método

Los economistas se sienten superiores al resto de los especialistas en ciencias sociales, pues sus razonamientos matemáticos son, según ellos, rigurosos y pueden verificar empíricamente sus teorías, lo que haría de ellos unos científicos objetivos. Sin embargo, para Robert Skidelsky, profesor emérito de Economía Política de la Universidad de Warwick (Reino Unido), el principal problema de esa supuesta ciencia económica reside “en los métodos que utiliza para llegar a sus conclusiones” (2). No hay duda de que cualquier ciudadano que haga una breve incursión en la forma de trabajar de los economistas se quedará sorprendido.

En primer lugar, por el uso abusivo de las matemáticas y de la modelización. Los economistas contemporáneos sufren de un síndrome cientificista, se lamenta el profesor y premio Nobel Robert Shiller: “Todo el mundo quiere ser Einstein”. Sin embargo, nadie puede comprender el funcionamiento de la economía íntegramente, pues en ella entran demasiadas variantes en juego. Y, a diferencia del GPS de un smartphone que, a pesar de simplificar la realidad geográfica, nos permite encontrar el camino, los modelos de los economistas se parecen más a unos espejos deformantes del funcionamiento de la economía. Se presupone que los seres humanos son racionales, que, tras una crisis, las economías vuelven por sí solas a equilibrarse, que la moneda no desempeña ningún papel… Los economistas quieren darse un barniz de cientificidad. Pero, para no tener que utilizar unas matemáticas demasiado difíciles y que exceden a su nivel, se contentan con hipótesis muy restrictivas.

También dan importancia entre las variables a unas relaciones causales simples, demasiado simples para ser concluyentes. Se ve, por ejemplo, en los numerosos estudios que intentan establecer un vínculo entre el Cice (crédito de impuesto sobre la competitividad y el empleo, que entró en vigor en Francia en 2013) y la creación de empleo, sin que ninguno llegue a un resultado definitivo que sirva de consenso. En definitiva, intervienen demasiadas variables que impiden establecer un vínculo firme.

50%: Porcentaje de estudios empíricos en EEUU que llegaron a los mismos resultados tras ser reevaluados

De ahí surge otro problema para los economistas: intentan hacer una selección entre las diferentes explicaciones por medio de verificaciones empíricas. Es útil, pero insuficiente. “Creo que el análisis empírico nunca es concluyente. La realidad económica depende en tan gran medida del contexto;  es tan maleable, que no se puede generalizar ningún resultado preciso”, explica el investigador Dani Rodrik. Sobre todo, si se tiene en cuenta que la calidad de los test no está en absoluto garantizada. Dos investigadores del banco central de Estados Unidos volvieron a elaborar 67 estudios empíricos publicados en las mejores revistas de la profesión (3). Solo consiguieron los mismos resultados en la mitad de ellos. En resumen: ¡los economistas nos proporcionan, como mucho, medias verdades!

Un sesgo conservador

Sin embargo, se supone que las revistas más prestigiosas de la profesión publican el non plus ultra en lo que se refiere a calidad de la investigación. Pero otro premio Nobel de Economía, James J. Heckman, se dedicó a verificarlo y estudió las cinco revistas más valoradas (4). Resultado: ese pequeño grupo de publicaciones que elige los artículos dignos de ser leídos por los colegas fomenta la reproducción de ideas ya publicadas. “Los artículos realmente innovadores no sobreviven a la selección de la corriente dominante, que prefiere la «ciencia normal» a la «ciencia nueva».” Y lo que es peor, más vale estar cerca de los responsables de las revistas para publicar, pues el clientelismo, por no decir el “incesto profesional”, aclara Heckman, es legión. Y a la hora del reconocimiento, no son obligadamente los mejores los que ganan. 

Las normas profesionales pueden ser difíciles de asumir. Sobre todo, si se es una mujer o miembro de una minoría. En 2017, Alice Wu hizo un análisis de las intervenciones en el Foro del Mercado Laboral estadounidense, en el que los economistas intercambian sus puntos de vista. Cuando el tema afectaba a una economista mujer, la conversación pasaba enseguida de los aspectos académicos a los personales de connotación sexista. Más recientemente, el pasado verano, la estadounidense Claudia Sahm publicó en un blog un artículo titulado La ciencia económica es una vergüenza en el que denuncia el desprecio con el que tratan los economistas hombres bien situados los trabajos procedentes de mujeres y de minorías. La muerte de George Floyd y el movimiento Blak Lives Matter han llevado a los economistas negros estadounidenses a hacer público hasta qué punto están maltratados por la profesión. 

Krugman: “Los economistas dominantes utilizan los hechos como los borrachos la farola: para apoyarse, no para iluminarse”

Los economistas se consideran los representantes de una ciencia técnica y objetiva. Pero tienen tremendos sesgos ideológicos. Moshen Javdani, de la Universidad de Columbia Británica, y Ha-Joon Chang, de la de Cambridge, han logrado demostrarlo (5). Presentaron 15 afirmaciones a más de 2.400 economistas y les preguntaron si las compartían o no. Pero una cita sobre el hecho de que los ricos tienen tendencia a la secesión se atribuía en unas ocasiones a su auténtico autor, el premio Nobel de Economía Angus Deaton, y en otras a Thomas Piketty.

Otra sobre la injusticia del capitalismo se atribuía unas veces a Lawrence Summers, muy prestigioso entre el establishment, y otras al exministro griego de Finanzas Yanis Varoufakis. Y no fallaba: ¡las mismas palabras en boca de economistas contestatarios se consideraban menos creíbles! Como confiesa el investigador y articulista estadounidense Paul Krugman, también Nobel de Economía: “Los razonamientos de algunos economistas —de los que formo parte— están dictados a veces por las conclusiones a las que quieren llegar en función de sus opciones políticas”. Y concluye: “el sueño de una ciencia pura ha muerto”. (6) 

Y nada cambia. De los 15 temas más estudiados tras la crisis financiera de 2007-2008, 13 de ellos son los mismos que los de antes (7). Aunque, si bien es cierto, las crisis financieras han pasado del puesto 132 al 12, el modo de enfocarlas no ha variado: la hipótesis básica sigue siendo que la eficacia de los mercados financieros es tal que... ¡toda burbuja financiera es imposible y que los comportamientos intrínsecos a las finanzas no provocan esas burbujas!  Como ha subrayado, desencantado, Paul Krugman, los economistas dominantes “utilizan los hechos del mismo modo que un borracho la farola: para apoyarse, no para iluminarse”.

Salvar al soldado eco

Mal equipados, sesgados, insensibles a los hechos: ¿Hay que tirar a los economistas a la basura? No nos precipitemos…  Aunque sus métodos son frágiles, permiten al menos a los que los utilizan, sea cual sea su opinión sobre los temas tratados, hablar el mismo lenguaje y, por tanto, discutir entre sí. Pese a que no pueden establecer puras leyes científicas (como la de la gravedad), los modos de reflexión de los economistas permiten introducir un cierto rigor en la concatenación de ideas que evita decir no importa qué: no se puede exigir bajadas de impuestos permanentes y, al mismo tiempo, un alto nivel de servicios públicos, o pedir que no aumenten los salarios y quejarse de falta de demanda…

En su balance de la evolución de la ciencia económica reciente, Xavir Ragot, presidente del OFCE (Observatorio Francés de las Coyunturas Económicas) subrayaba que la evolución avanza poco a poco. La historia económica y la necesidad de pensar a largo plazo vuelven a adquirir importancia con todos los debates sobre el deterioro del crecimiento en los países industrializados, las desigualdades y el cambio climático. Ya no se plantea obligatoriamente la hipótesis de que las economías son siempre equilibradas: la inestabilidad de las economías de mercado ha pasado a ser un tema de investigación. 

Los economistas comienzan también a preguntarse sobre la pertinencia de sus modelos, como el execonomista en jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI), Olivier Blanchard, que reconoce que su institución subestimó los efectos negativos de las políticas de austeridad sobre las economías. Al final, los economistas nos ofrecen razonamientos rigurosos sobre posibles lazos de causalidad teóricos entre variables económicas, válidos en contextos muy especiales que nos ayudan a tomar decisiones, lo que no es poco(8). 

Ello debería conducir a que la economía dominante renuncie a presentarse como una ciencia. ¡Imposible a ojos de sus seguidores! ¿Ni siquiera mostrar un poco de modestia y aceptar abrirse a los economistas que proponen otros métodos de reflexión, por no decir a las otras ciencias sociales? Desgraciadamente, los economistas dominantes funcionan como un grupo “monolítico”, “demasiado seguros de ellos mismos”, con “desprecio y desinterés por las ideas, opiniones y trabajos de expertos que no forman parte de su grupo”, se lamenta Paul Romer. Es una pena, pues ello contribuye a desacreditar a una profesión útil para el debate democrático. 

 

(1). Por sus distinguidos trabajos sobre “el crecimiento endógeno”, una explicación de que el progreso técnico no cae del cielo, sino que procede del propio funcionamiento de la economía (formación de los asalariados, etcétera).

(2). Véase su apasionante libro What’s Wrong with Economics. A Primer for the Perplexed. Yale University Press, 2020.

(3). Is Economic Research Replicable?, por Andrew Chang y Phillip Li. Federal Reserve Board, 2015.

(4). «La tyrannie des revues en science économique», www.alternatives-economiques.fr, 30 octubre 2018.

(5). Les économistes piégés par leurs biais idéologiques. www.alternatives-economiques.fr, 5 febrero 2019.

(6). Contra los zombis : economía, política y la lucha por un futuro mejor, Crítica, 2020.

(7). The Focus of Academic Economics: Before and After the Crisis, por Ernest Aigner y otros, Inet, 2018.

(8). Où va l’économie ? Revue de l’OFCE n° 153, diciembre 2017.