Los paraísos fiscales, en el corazón de los mercados

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Diciembre 2021 / 97

Ilustración
Andrea Bosch

Surgidos en el siglo XIX, los paraísos fiscales son hoy un componente importante de la globalización y la clave del modo en que se internacionaliza la ocultación de datos.

El arte de la ocultación de datos fiscales existe desde hace mucho tiempo. Podríamos entretenernos en seguir su rastro desde la antigüedad, cuando algunos senadores romanos creaban sociedades pantalla para ocultar la propiedad de sus tierras y librarse de la contribución territorial. En el siglo XVIII, la nobleza francesa conocía ya el camino a Ginebra para colocar allí su dinero cuando había demasiada agitación en su país. Pero fue en el siglo siguiente cuando se puso en marcha el fenómeno de los paraísos fiscales como territorios que ofrecen artimañas jurídicas que permiten separar el lugar donde se adquiere un ingreso (salarios, intereses, dividendos, beneficios, etcétera) del lugar en que ese ingreso se declarará oficialmente y, por tanto, del lugar donde se controlará y se someterá a impuesto. Posteriormente, esos territorios se han convertido en unas infraestructuras clave de los mercados globalizados.

Primera globalización

El fenómeno de los paraísos fiscales es contemporáneo de lo que los economistas han denominado la primera globalización. Es un periodo que va desde finales del siglo XIX a la Primera Guerra Mundial, durante el cual los Estados pensaban que era bueno que los capitales circularan con facilidad entre los países y en el que se desarrollaban las primeras multinacionales industriales (como Singer, BASF y De Beers).

En su tesis doctoral publicada en 1933 y titulada Las cuentas internacionales de Francia, 1880-1913, el economista estadounidense Harry Dexter White —futuro negociador de los acuerdos de Bretton Woods por parte de Estados Unidos y, después... ¡espía soviético comprobado!— subraya hasta qué punto la posesión de obligaciones emitidas por empresas extranjeras era utilizada por los inversores franceses para librarse de pagar impuestos, por la simple razón de que esos títulos eran “al portador”, es decir, completamente anónimos respecto a su propietario. Desde antes de la guerra de 1914-1918, en los bancos de la Asamblea Nacional francesa se hablaba del desarrollo de los paraísos fiscales y se señalaba a Bélgica y Suiza.

Es el periodo durante el que se establecen los pilares del funcionamiento de los paraísos fiscales. A finales del siglo XIX, los abogados de negocios animaron a New Jersey y Delaware a ofrecer un límite máximo de tipo impositivo a todas las sociedades que se instalaran en dichos estados y recibir a cambio los ingresos de las comisiones de registro. Fueron los primeros en establecer el primer pilar de los paraísos fiscales: atraerse a las empresas únicamente por motivos fiscales. 

El segundo pilar nace en 1929 en el Reino Unido, cuando los jueces aceptan que una sociedad que declare su sede social en el extranjero —donde se supone que se toman las decisiones estratégicas— sea residente fiscal de ese país y no esté, pues, sujeta al impuesto británico. Las multinacionales comprendieron entonces que bastaba con crear una empresa ficticia en un país en el que se pagaran pocos impuestos para librarse de los de su país de origen. Había nacido el principio de la residencia ficticia.

El 40% de los beneficios de las multinacionales se transfiere de forma artificial a paraísos fiscales para evitar el pago de impuestos

El tercer pilar procederá de la ley bancaria suiza de 1934 por la que el secreto bancario está amparado por el derecho penal: cualquier empleado de un banco suizo que informe de la identidad de sus clientes, nacionales o extranjeros, comete desde entonces un acto criminal. Esta ley, copiada a continuación en otros territorios, ofrece una protección jurídica frente a su propio gobierno a los extranjeros que colocan sus haberes en Suiza. Menos impuestos, una residencia ficticia y todo protegido por el secreto son los tres instrumentos de los paraísos fiscales.

El giro de la década de 1990

Aunque esos territorios eran utilizados por los más ricos y por las empresas en la época de 1920-1930, durante el conflicto mundial y los años posteriores, las regulaciones públicas de los bancos y las finanzas establecidas limitarán la circulación de capitales. Será a partir de finales de la década de 1950 cuando los paraísos fiscales vuelvan a ser utilizados, no solo para librarse de los impuestos, como en el caso de las élites coloniales que se enfrentaban a los movimientos independentistas, sino también para desarrollar en el sector financiero de los países ricos créditos especulativos y opacos de riesgo. Así, desde 1976, el Banco de Pagos Internacionales (BPI), el banco central de los bancos centrales, muestra su inquietud al ver la cantidad de capitales que hay en Bahamas, Bermudas y Singapur. 

Pero habrá que esperar a la década de 1990, en la que se da una fuerte liberalización de los movimientos de capitales, para que los paraísos fiscales se sitúen en el núcleo de la globalización. Hoy se estima que el 40% de los beneficios de las multinacionales se transfieren artificialmente a paraísos fiscales para evitar pagar impuestos, un porcentaje enorme.

Lehman Brothers en las Islas Caimán

La crisis de 2007-2008 reveló el papel de esos territorios en la inestabilidad financiera. La mayoría de los productos tóxicos presentes en el sistema bancario estadounidense estaban registrados en las Islas Caimán; el banco británico Northern Rock quebró cuando se supo que dependía de un endeudamiento excesivo oculto en Jersey; los riesgos tomados por Lehman Brothers estaban disimulados bajo un entramado de 8.000 filiales con sede fundamentalmente en Luxemburgo, Suiza y Bermudas.

Porque los paraísos no son únicamente fiscales, también atraen a los actores financieros, ya que les permiten adquirir riesgos y encubrirlo. Es posible hacerse una idea estudiando las “finanzas en la sombra”, las actividades arriesgadas de crédito que no pasan por los bancos, sino, fundamentalmente, por fondos de inversión. Los tres países en los que esa actividad está actualmente más presente son las Islas Caimán, Irlanda y Luxemburgo.

Los Estados contratacan

La buena noticia es que más de 130 países anunciaron el pasado 8 de octubre que habían llegado a un acuerdo que podría, por fin, poner coto a esas prácticas. Las firmas con una cifra de negocios superior a 20.000 millones de euros y una rentabilidad de, al menos, el 10% que pongan sus beneficios en paraísos fiscales tendrán que devolver una cuarta parte a los territorios donde realmente tiene lugar su actividad. Y se va a instaurar un tipo mínimo efectivo de imposición del 15% sobre los beneficios localizados en el extranjero. “Efectivo” significa que se va a calcular lo que las multinacionales pagan, realmente, como impuestos sobre los beneficios, sin contentarse con los tipos oficiales declarados. 

Los diversos escándalos fiscales de los últimos años —Panamá Papers y LuxLeaks, entre otros— han demostrado que las grandes firmas llegan a pagar unos tipos impositivos efectivos del orden del 1% al 3%. El cambio es, pues, notable y su puesta en marcha será 2023.

La mala noticia es que a pesar de que el G20 advierte desde 2009 del riesgo de inestabilidad financiera que representan los paraísos fiscales, no se ha hecho nada al respecto. Los poderes públicos permanecen asombrosamente sordos al respecto, quizá persuadidos de que las nuevas reglamentaciones financieras posteriores a 2008 bastan para prevenir cualquier forma de desviación, mientras esperan la próxima crisis…