La información es el nervio de la guerra

Comparte
Pertenece a la revista
Diciembre 2021 / 97

Ilustración
Andrea Bosch

Los actores públicos y las empresas se valen del espionaje económico para obtener información y combatir a sus competidores. Una estrategia que en ocasiones recurre a métodos dudosos.

Llamémosle Maxime, Maxime Renahy. Ese es su nombre. Hoy vive a cara descubierta, pero no siempre fue así. Entre 2007 y 2012, en su calidad de experto en finanzas, trabajó para los servicios secretos franceses en Jersey y, posteriormente, en Luxemburgo. Se dedicaba a obtener información, sobre todo relacionada con los ataques que las empresas francesas podían sufrir por parte de las sociedades y Estados extranjeros. Pero también se enfrentó a peticiones que no se esperaba. “En 2011, en un contexto de crisis financiera, me sorprendió que los servicios secretos buscaran información sobre la solvencia real de los bancos y las aseguradoras francesas para asegurarse de que no ponían en peligro nuestra economía”, dice. 

¡Bienvenido al mundo del espionaje económico, un mundo que fascina, pero que no es sino uno de los engranajes de una batalla más amplia: la de la información y la desinformación económica que libran los Estados y las empresas. Hagamos una pequeña inmersión en sus prácticas, generalmente olvidadas por los economistas, pero presentes en el núcleo del funcionamiento de la economía mundial.  

Cómo trabaja un espía

¿Cómo trabaja un espía económico? Escuchemos a Maxime: “Podemos vernos abocados a hurgar en los documentos de los colegas, fisgar sus teléfonos móviles para enterarnos de sus contactos, fotocopiar papeles confidenciales de sus despachos. Pero mi trabajo consistía, sobre todo, en tejer una red de amigos entre los expertos en auditorías, abogados, etcétera, y escuchar lo que decían. La vida social es una buena ocasión para, por ejemplo, enterarse de que tal o cual experto está auditando las cuentas de tal o cual millonario y, por tanto, merece la pena entrar en su ordenador".

¿Y quién entra? “Yo transmitía la información a mi contacto, quien se la hacía llegar a sus superiores, los cuales, a su vez, juzgaban si era importante o no entrar. Una vez que los servicios de inteligencia habían obtenido los datos, si eran muy técnicos me pedían que los analizara". 

Maxime también elaboraba listas de los responsables informáticos de tal o cual sociedad —cuyos ordenadores podían ser visitados a su vez— y de los diferentes tipos de software empleados. 

¿Y qué más? “También debía encontrar a personas susceptibles de ser captadas”. Pero no tenía ni idea de quién lo había sido y quién no. La información está muy compartimentada.

Es un trabajo que, en el caso de Maxime, se llevaba a cabo en Jersey y Luxemburgo, dos centros financieros famosos porque por ellos pasan unos capitales de los que se oculta la identidad de los propietarios… y, por tanto, son lugares interesantes para recabar informaciones sensibles. 

“¡Los paraísos fiscales son nidos de información y de espías!”, exclama Maxime. “En mi opinión, el fraude financiero es una destrucción del bien común, un arma utilizada por algunas empresas y equivale a un sabotaje contra su propio país”, afirma. Y ofreció sus servicios a la inteligencia francesa. 

Más tarde contó su historia y hoy se dedica a ayudar a los representantes de los asalariados y a los medios de comunicación a analizar los documentos públicos para detectar comportamientos dudosos de las empresas.

“El reto del espionaje económico no es tanto recabar información como analizar, utilizar los datos y establecer estrategias de influencia, lo que exige un ecosistema dedicado a la guerra de la información”, comenta Nicolas Ravailhe, especialista en estrategias de inteligencia económica en Europa.
Todos los especialistas consultados coinciden con ese diagnóstico: en el centro de la globalización se lleva a cabo una amplia guerra de la información.

Intoxicar al competidor

“Como dice el filósofo Michel Foucault, el mundo económico es el mundo de la opacidad, en absoluto de la transparencia. El que dispone de la mejor información se hace con los contratos. Y, si de paso, puede desestabilizar e intoxicar a sus competidores, no se privará de hacerlo”, explica el periodista de investigación, Ali Laïdi. 

En el mismo tono se expresa Christian Harbulot, director de la Escuela de Guerra Económica con sede en París: "Aunque la base de la actividad económica no es intentar destruir al otro, la voluntad de perjudicarle está, sin embargo, muy presente, incluso entre las pymes. Ninguna empresa dirá que quiere eliminar del mercado a tal o cual competidor, pero eso es lo que he observado profesionalmente en los últimos años. He sido testigo de actuaciones de depredación, competencia desleal e incluso de perjudicar al otro con vistas a ocupar su lugar o, al menos, a debilitarle". 

El abogado Olivier de Maison Rouge cuenta , por ejemplo, la historia de Abak, un innovador colirio creado por los laboratorios Théa. En 2005, la empresa francesa se dio cuenta de que su producto era objeto de una campaña de desprestigio. Una investigación demostró que un competidor monegasco había puesto en circulación un falso estudio de infectología que “demostraba” que el uso del producto causaba una serie de problemas. Ese informe se había transmitido a través de las redes sociales y fue difundido por las clínicas y hospitales. Théa logró que su competidor fuera condenado… ¡y después lo compró!

Pero la historia no siempre termina tan bien. “Recordemos como, en 2007, Eurocopter se hizo con un gran mercado de venta de helicópteros en India. Posteriormente, el contrato se anuló debido a los rumores y pruebas falsas de corrupción difundidos por EE UU  y, finalmente, el contrato se adjudicó a la estadounidense Bell”, señala Christian Harbulot.

“Es un error considerar el mundo económico como un lugar donde se compite con caballerosidad, y los hechos lo corroboran”, comenta Nicolas Moinet, profesor de Inteligencia Económica en el Instituto de Administración de Empresas de Poitiers. “Estamos inmersos en una lógica de guerra económica en todos los sectores estratégicos: el de la energía, el electrónico, el aeronáutico, el espacial, la defensa y, ahora, el agroalimentario. No hay más que recordar que las start-ups de Silicon Valley especializadas en la carne sintética producida en laboratorio financian las campañas anticarne en Europa”.

“¡Los paraísos fiscales son nidos de informaciones y de espías!”: Maxime Renahy, informante

“Es un error considerar el mundo económico un lugar donde se compite con caballerosidad, y los hechos lo corroboran”: Nicolas Moinet, profesor de inteligencia económica en el Instituto de Administración de Empresas de Poitiers

Y añade: “Cuando se ve que aumenta el número de despachos privados dedicados a la guerra económica mientras se desarrollan las tecnologías de escucha e interceptación, y cuando se habla con los que trabajan en estos ámbitos, queda claro que los métodos no siempre son legales”. Los economistas tendrán que aceptar que competir está lejos de ser una actividad inmaculada, además de imperfecta.

Estas batallas se enfrentan a unos ecosistemas en los que se mezclan actores públicos y empresas. Nicolas Moinet recuerda la que tuvo lugar entre el estadounidense Robert Gallo y el francés Luc Montaigner sobre quién descubrió el virus del sida. “Robert Gallo terminó condenado por usurpación de las investigaciones del Instituto Pasteur, pero se había beneficiado de un dispositivo de guerra económica estadounidense que vinculaba las publicaciones científicas, la Oficina de Patentes y la Administración republicana, para apropiarse del descubrimiento y de los royalties que lo acompañan.

Bayer y Monsanto

Nicolas Ravaille cita el caso de la compra de la empresa estadounidense Monsanto por parte de la alemana Bayer, con la ayuda del Gobierno alemán. Berlín hizo creer que no podía oponerse a la voluntad francesa de prohibir el glifosato en la Unión Europea. “Los accionistas de Monsanto prefirieron vender la empresa a los alemanes y recuperar el dinero a arriesgarse al hundimiento de la empresa. Pero en cuanto Bayer compró Monsanto, Alemania votó a favor de que se prolongara el uso del glifosato cinco años más. Los estadounidenses se pusieron furiosos y la represalia no tardó en llegar: Monsanto fue condenada en EE UU por envenenamiento, algo sin precedentes.

¿Y cuál es el papel de Francia en todo ello? Los expertos coinciden: no está a la altura. Ni por parte de las autoridades políticas ni por las grandes cotizadas. "Yo no veo ninguna parrilla de análisis global sobre los vínculos entre las relaciones comerciales y las lógicas de poder como hay en Estados Unidos, China y Alemania”, dice amargamente Christian Harbulot. 

Ser un poderoso actor de la globalización exige una serie de competencias, más allá de creer en la bondad de las leyes del mercado. 

 

Francia no está a la altura

“En este tipo de enfrentamientos hay que saber ser ofensivo, y disponer de los medios para ello. En Francia tenemos un centenar de personas dedicadas a este tema, los británicos varios miles, desde Snowden sabemos hasta qué punto los servicios de inteligencia estadounidenses están presentes en la guerra económica, y se calcula que en China hay centenares de miles de especialistas”, constata Nicolas Moinet, profesor de Inteligencia Económica en el Instituto de Administración de Empresas de Poitiers. 

¿Por qué en Francia los poderes públicos dedican tan pocos medios a la guerra internacional? “La Dirección General de la Seguridad Exterior (DGSE) tiene el inmenso hándicap de que, para su objetivo principal de lucha antiterrorista, necesita la información estadounidense.

Añadamos que, a finales de la década de 1980, cogieron a la Administración francesa con las manos en la masa en un inmenso caso de espionaje industrial en Estados Unidos, un traumatismo que provocó que Francia redujera drásticamente la inteligencia económica”, explica Christian Harbulot, director de la Escuela de Guerra Económica con sede en París. Y prosigue contrariado: “Ni siquiera tras el caso australiano de los submarinos, el político francés parece interesado en dotarse de los medios ni de una estrategia de futuro”. ¿Y por parte de las empresas? “Me sorprende constatar que los grandes empresarios franceses no parecen tener en cuenta las rivalidades que interfieren con las lógicas de mercado. Cuando la patronal francesa Medef me invita y les planteo este problema, me responden 'estamos esperando la hoja de ruta de los políticos’. Los grandes empresarios se niegan a tener una visión del mundo que articule sus relaciones comerciales y el lugar que ocupa Francia en las relaciones de fuerza mundiales”, estima el experto. Sin embargo, surge un punto positivo: “La solución está en el middle management (mandos intermedios) y constato con alegría que en este terreno las cosas parecen moverse. El movimiento terminará por llegar a la dirección, quienes finalmente tendrán que reaccionar”, afirma. Esperemos que, mientras tanto, no se pierdan demasiadas batallas.