Jean-Jacques Rousseau // La culpa es de Rousseau

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Octubre 2021 / 95

Ilustración
Andrea Bosch

“No hay ningún ser en el universo al que en cierto aspecto no pueda mirarse como el centro común de todos los demás”, Jean-Jacques Rousseau.

Para Jean-Jacques Rousseau, en el principio era la naturaleza. En 1750, un libro titulado Discurso sobre las ciencias y las artes muestra a un oscuro preceptor originario de Ginebra, ya de 38 años, totalmente autodidacta. Su ensayo gana el concurso de la Academia de Dijon que desea determinar “si el desarrollo de las ciencias y las artes ha contribuido a mejorar las costumbres”. La respuesta del premiado es acerba: “Nuestras almas se han ido corrompiendo a medida que nuestras ciencias y nuestras artes han avanzado hacia la perfección”. Denuncia “la ceguera del hombre que, para alimentar su loco orgullo y no sé qué admiración de sí mismo, corre con ardor tras todas las miserias de las que es susceptible y que la benéfica naturaleza se había preocupado de apartar de él”. 

A contracorriente

Según Rousseau, la naturaleza es una especie de libro abierto en el que los hombres pueden volver a encontrar esas virtudes perdidas que son la sencillez, la belleza y el amor a los demás: “Cuando los hombres inocentes y virtuosos gustaban de tener a los dioses por testigos de sus acciones, habitaban juntos en las mismas chozas”. De este modo se aparta del pensamiento de su tiempo, edificado sobre unas jerarquías consideradas naturales, la primera de las cuales es la del hombre sobre el resto de los seres vivientes. 

Para el filósofo de las ideas políticas Serge Audier, “se trata de una grieta en el credo naciente que ve una correlación entre el progreso moral y político y el de la técnica, las ciencias y la producción. Ese credo tiene sus raíces en los filósofos de la revolución científica moderna, Descartes y, sobre todo, Bacon, y que los enciclopedistas de la Ilustración, hasta Condorcet, transformarán en un discurso del progreso tecnológico como factor de emancipación. A contracorriente, Rousseau pone de relieve una serie de contradicciones: las lógicas de propiedad privada, de división del trabajo, del culto a la riqueza mercantil amenazan en su opinión la autonomía y la realización de todos”. Esta reflexión será profundizada en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1775) y en El contrato social

A diferencia del Descartes cristiano, que ve al hombre como “dueño de la naturaleza” y equipara los animales a las máquinas, Rousseau profesa la profunda solidaridad del hombre y su medio: “No hay ningún ser en el universo al que en cierto aspecto no pueda mirarse como el centro común de todos los demás, a cuyo alrededor están todos ordenados, de suerte que todos son recíprocamente fines y medios unos en relación con los otros”. En La nueva Eloísa une armonía con naturaleza y libertad: “La Tierra (…) parece animarse y sonreír ante el dulce espectáculo de la libertad”.

Rechazado por la Ilustración

La polémica posterior con los enciclopedistas es violenta. Voltaire escribe: “Jamás se ha empleado tanto talento en querer convertirnos en bestias”. Incluido en el índice de libros prohibidos por la Iglesia, Rousseau también es rechazado por la Ilustración, a la que, sin embargo, pertenece de pleno derecho. Y, hasta su muerte, alimentará un sentimiento de persecución.

Pero Philippe Roch [1] nos recuerda su aportación  fundamental: “Buscó la verdad en la naturaleza a través de dos vías: la interior (en el fondo de sí) y la exterior”. No hay sociedad humana sin relación con su medio. Sus amigos cuando hicieron grabar sobre su primera sepultura: “Aquí descansa el hombre de la naturaleza y la verdad”. Desde la Revolución Francesa descansa en el Panteón, frente a Voltaire…

[1] Dialogue avec Jean-Jacques Rousseau sur la nature, por Philippe Roch. Labor et Fides, 2012.