Financiarse sin la gran banca

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Junio 2017 / 48

La economía social ha creado instrumentos propios para financiar sus proyectos fuera de la lógica del máximo beneficio y sin depender de las entidades convencionales

ILUSTRACIÓN: PERICO PASTOR

Históricamente, cuando las cooperativas y otras entidades de la economía social  acudían a la banca en busca de financiación, lo más habitual es que se llevaran la impresión de que su trajeado interlocutor les veía, en el mejor de los casos, como auténticos bichos raros y hasta como si vinieran de parte del mismísimo Soviet de Petrogrado. Resultado: tener acceso al crédito, una necesidad elemental para cualquier empresa —cooperativa o no—, les resultaba casi misión imposible. Si llegaban a pasar el filtro del empleado bancario de a pie, las cooperativas siempre acababan al final del todo: eran siempre los últimos de la fila.

Ahora las cooperativas y la economía social en general ya reciben una mejor atención por parte de la banca… Pero casi siempre siguen al final de la fila, justo después de las pymes.

Sin embargo, el acceso a la financiación de la economía social ha mejorado mucho en los últimos años y esta es precisamente una de las claves del cambio de rasante que ha experimentado el sector, que no sólo ha resistido mejor la crisis, sino que incluso ha crecido y se ha atrevido a adentrarse hasta en sectores estratégicos que requieren importantes inversiones, como la energía.

El milagro se ha dado en realidad a pesar de la banca convencional, con la aparición de nuevas entidades financieras surgidas de la misma economía social —como Coop57 y Fiare Banca Etica, que suman la bandera de la banca ética a la red de cooperativas de crédito ya existente en España— que sí entienden las dinámicas y características propias de un sector que es también el suyo y al que han ofrecido un catálogo de productos nuevos —títulos o préstamos participativos, avales mancomunados, etc.— pensados específicamente para ellos. En esta taquilla  la economía social ya no es la última de la fila: es la única.

“La banca convencional sigue sin entender la economía social y sus características propias, con lo que lo más importante es que el sector se dote de entidades financieras propias y fuertes”, recalca Malcolm Hayday, fundador del Charity Bank y consultor del Institut for Social Banking y de la Comisión Europea.


NUEVO ESCENARIO

La reciente celebración en Barcelona de las IV Jornadas Internacionales de finanzas cooperativas (Financoop) muestra bien el nuevo escenario que se está creando. Las jornadas, coordinadas por la Fundación Seira, aspiran a poner en contacto proyectos de la economía social con entidades con posibilidades de financiarlas y reunió a más de 200 cooperativistas y socios de entidades sociales con una representación de esta red de instrumentos financieros del cooperativismo, integrada por Caixa d’Enginyers, Cajamar, Elkargi, Laboral Kutxa, Fiare Banca Etica, Coop57 y Gicoop, entre otros.

En una sola mañana se abordaron peticiones de financiación a largo plazo de  200 millones de euros, que deberán rematarse en los próximos meses, con seis cooperativas seleccionadas para presentar sus proyectos en el plenario: la empresa de producción y comercialización de energía Som Energia, que buscaba dinero para construir un parque eólico; la escuela cooperativa Nou Patufet para construir una nueva sede; la cooperativa de viviendas Sostre Cívic para un proyecto de cesión de uso —a medio camino entre la propiedad y el alquiler—; la cooperativa de energía EMELCAT para un proyecto a fin de almacenar energía eléctrica; la cooperativa de salud COS para montar un nuevo centro clínico, y el Grupo TEB para construir otra nave para su actividad industrial. 

El resto de entidades asistentes pudieron participar en reuniones cara a cara con los potenciales financiadores en una sesión clásica de venta de proyectos empresariales a inversores, tan habituales en el capitalismo, con una diferencia básica: aquí nadie piensa en forrarse, ni el emprendedor ni el financiador, sino que el objetivo de ambos es simplemente —y no es poca cosa—  sustentar empresas viables con un impacto social positivo y que funcionen siguiendo los valores cooperativos (democracia interna, transparencia, equidad, etc.). La misma fórmula jurídica impide en la práctica que la motivación sea buscar el pelotazo: en las cooperativas, manda el trabajo bajo la premisa de “una persona socia, un voto” y, aunque es posible repartir dividendos una vez nutrido el fondo de reserva, no existe un mercado para comprar y vender acciones ni, en consecuencia, hacerse rico con una eventual revalorización de la acción.

Ello no significa que no existan mecanismos equiparables a las acciones de las empresas mercantiles, que se han ido desarrollando en los últimos años precisamente para atraer inversiones al sector más allá del crédito. Evidentemente, para las empresas es mucho mejor atraer capital que conseguir crédito —que habrá que devolverlo y genera un interés—, y las cooperativas han ido sorteando este hándicap con fórmulas como los préstamos o títulos participativos (que pueden dar voz y hasta voto a los inversores en la Asamblea general), los socios-colaboradores (que son socios a todos los efectos y cuentan con derecho de voto, nunca mayoritario, en la Asamblea), y el llamado “capital paciente”, que en la práctica se trata de créditos a largo plazo en condiciones tan favorables que incluso contablemente pueden equipararse al capital.


MANTENER EL CONTROL

Impulsar este tipo de fórmulas es una prioridad de la economía social en todo el mundo: asegurar el capital necesario sin perder el control por parte de los socios es una de las cinco prioridades estratégicas que la Alianza Internacional de Cooperativas definió en 2012 para esta década.

La paradoja es que el acceso al crédito convencional parece hoy ya mejor resuelto en el mundo cooperativo que en las empresas mercantiles y la banca convencional, que con la crisis cerró el grifo, lo que a su vez castigó a decenas de miles de empresas, que vieron cortadas súbitamente sus fuentes de financiación. El problema de la economía social es justo el contrario: “A menudo lo que falta no es financiación, sino que hay dificultades para encontrar proyectos que financiar”, sostiene Daniel Sorrosal, asesor de la federación europea de la banca ética (Febea), que suma  30.500 millones de euros en activos  y préstamos concedidos por 18.000 millones.

150 entidades buscaban hasta 200 millones en el reciente Financoop

A la banca ética le faltan proyectos para financiar

Esta paradoja tiene una explicación sencilla: con la última crisis, más gente ha tomado conciencia de los abusos de la banca convencional y ha depositado sus ahorros en la banca ética y cooperativa, que han tenido un crecimiento importante. Esta buena noticia, sin embargo, tiene su reverso: las entidades deben pagar una retribución al ahorrador, aunque sea baja, que se compensa con los créditos que otorga el banco. Si no encuentra proyectos viables para hacer circular el dinero, este aumento de ahorro acabará lastrando  las cuentas de la entidad financiera. A la banca convencional le es difícil prestar por sus propios agobios; pero la ética y cooperativa necesita hacerlo  y no siempre puede.

La magnífica evolución en España de Coop57, cooperativa de servicios financieros surgida de la economía solidaria —el segmento más militante de la economía social— es ilustradora de esta situación. Entre 2010 y 2016, las aportaciones de los socios han pasado de sumar 8 millones de euros a 32,9 millones, mientras que el saldo vivo de préstamos concedidos por la entidad ha crecido de 6,4 millones a 13,2 millones. Es decir: en el mismo período el ahorro captado se ha multiplicado por cuatro, mientras que el crédito concedido, sólo por dos. La entidad ha respondido a este problema con su propia lógica de economía solidaria: aumentando los fondos propios, que ya no tienen retribución, creando un fondo particular de garantía para reforzar los depósitos, aunque los riesgos son mínimos debido a la baja morosidad —inferior al 2%—, y reduciendo la retribución a las aportaciones voluntarias a sólo el 0,25%.

El resultado final es que hoy existen fondos esperando proyectos de la economía social —Coop57 no acepta otros—, naturalmente siempre que sean viables. Este músculo importante se ha puesto en evidencia en la reciente emisión de títulos participativos, coordinado por Coop57, para financiar un proyecto de cesión de uso de la cooperativa de viviendas La Borda: en apenas quince días se completaron los 865.000 euros requeridos, y ante el exceso de demanda hubo que ir al prorrateo. Las condiciones no eran ni de lejos extraordinarias en términos capitalistas: títulos de 1.000 euros con retorno a tres años y remuneración anual del 1,75%. Pero sí lo eran desde la perspectiva social: el dinero ayuda a materializar un proyecto que ofrece alternativas imaginativas, cooperativas y fuera de la lógica de mercado para hacer asequible un bien de primera necesidad como la vivienda.

Este tipo de emisiones de bonos o títulos de la economía social son en buena medida posibles gracias a otra innovación de Coop57: los avales mancomunados personales. Aunque también han ido ganando peso entidades de garantía recíproca con perspectiva social —como Elkargi sgr—, los avales mancomunados permiten trocear los riesgos que suponen los créditos entre toda la base social de la entidad, de forma que cada uno avala una parte en función de sus posibilidades: uno se responsabiliza de 50 euros mientras que otro avala 200 y el de más allá 1.000. Al tratarse de entidades socias de Coop57 —y, por tanto de máxima confianza mutua—, este aval múltiple ni siquiera se registra ante notario. La fórmula no sólo permite sortear el problema del aval, sino que la entidad financiera puede prestar sin miedo porque las posibilidades de acabar perdiendo el dinero son realmente mínimas ante la implicación de toda la base social.

En ocasiones, este tipo de emisiones ni siquiera llegan a la entidad financiera y los títulos se lanzan dentro de la propia cooperativa, que busca financiación entre su base social. Este ha sido hasta ahora el modelo habitual de Som Energia, cuya facturación supera ya los 21 millones de euros y cuenta con más de 34.000 socios. Sus proyectos los han financiado los propios socios —en ocasiones, en combinación con las finanzas éticas— en emisiones cubiertas en un santiamén, como cuando en septiembre de 2015 recaudaron 900.000 euros que precisaban en apenas dos horas.

La banca convencional suele dar la espalda a la economía social, sí. Pero… ¿y si lo más importante fuera en realidad contar con una amplia y motivada base social?