El principio del sabotaje

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Diciembre 2021 / 97

Ilustración
Andrea Bosch

Para mantener sus beneficios, la dirección y el accionariado de las empresas a menudo intentan saltarse el principio de competencia boicoteando a clientes, a rivales y al fisco.

Si hacemos caso a los economistas adeptos a la teoría dominante, la fuerza de la economía de mercado radica en el principio de competencia. Tener que enfrentarse a los competidores hace que un directivo se vea empujado a innovar, a procurar ser más eficaz, a disminuir los precios o a aumentar la calidad de sus productos. Es evidente que este tipo de empresariado existe, pero, según el economista estadounidense Thorstein Veblen, que desarrolló la idea a partir de 1919, no es la mayoría (1). Y es que si se sigue el razonamiento de la teoría dominante hasta el final, la tendencia general de los beneficios es a cero: cuando empresas nuevas entran en un mercado, aumentan la oferta y esto provoca una bajada de los precios, y, por tanto, de los beneficios. El beneficio de una empresa no es más que una situación temporal; solo dura el tiempo que tardan los rivales en darle alcance. 

Pero ni los directivos ni sus accionistas lo aceptan, explica Veblen. Para mantener sus beneficios el mayor tiempo posible, emprenderán estrategias voluntarias de sabotaje, es decir “cualquier maniobra con el fin de ralentizar, volver ineficaz, echar a perder, obstruir” la producción, como, por ejemplo, comprar empresas de la competencia. Ese era el caso de los numerosos trusts que había en la época de Veblen (Rockefeller en el sector del petróleo, Carnegie en el del acero, etcétera). “Esas maniobras (…) ocupan un amplio lugar en la conducta cotidiana de los negocios”, afirma el economista.

Triple sabotaje 

Recientemente, dos investigadores, Anastasia Nesvetailova y Ronen Palan, han retomado la idea del sabotaje para aplicarla a las finanzas contemporáneas (2). Y han descompuesto el concepto en tres dimensiones: el principio del sabotaje de la economía de mercado consiste en sabotear a los clientes, en sabotear a los competidores y en sabotear al Estado. ¡Y cuando se es muy fuerte, se logra sabotear a los tres!

En ese mundo económico, “la competencia es el enemigo del beneficio”, recuerdan los  autores. El objetivo es alcanzar un beneficio razonable, pero, como ya  decía Veblen, para un empresario “un beneficio razonable significa siempre lograr el mayor beneficio posible”. 

En este marco de análisis, la calidad de las medidas de regulación se mide en función de su capacidad de limitar, por no hablar de suprimir, las prácticas de sabotaje.  

Abusos financieros, cárteles y control de datos

El mejor ejemplo de sabotaje a los clientes lo dio Goldman Sachs. Como demostró el Senado estadounidense, hasta 2007 el banco de inversión les vendía productos financieros incitándoles a apostar  por el aumento de los precios del sector inmobiliario… mientras, en paralelo, apostaba por su hundimiento. Era una apuesta que ganaba Goldman Sachs en detrimento de sus clientes. 

Otro ejemplo son los cárteles. Son acuerdos ilegales entre empresas a priori competidoras para limitar la producción, controlar coordinadamente las respectivas cuotas de mercado y fijar unos precios elevados a los clientes que, según estiman los expertos, serían superiores al 20% o al 30% a lo que serían sin los cárteles. 

En los últimos cinco años, la Comisión Europea ha impuesto 5.800 millones de euros de multas por acuerdos entre vendedores de camiones, de ascensores y de productos financieros, entre otros. Hace ya más de una década que las autoridades públicas se movilizan, tanto en EE UU como en Europa, para luchar contra los cárteles.

Podemos hablar también del modo en que las plataformas digitales utilizan, sin su consentimiento, los datos personales de sus clientes con fines publicitarios. En Europa, el reglamento general de protección de datos (RGPD) intenta limitar este tipo de prácticas imponiendo la transparencia de las informaciones recogidas y su circulación.

Comprar la empresa rival

Una técnica antigua de sabotaje a las empresas de la competencia consiste en comprarlas para controlar su desarrollo e intentar alcanzar una posición dominante. Es la práctica denominada de los "barones ladrones", que es como, a finales del siglo XIX, se llamaba en EE UU a los Rockefeller (petróleo), Astor (sector inmobiliario), Venderblit (ferrocarriles), etcétera.

Esta práctica no ha desaparecido: cuando Facebook se dio cuenta del creciente éxito de Instagram y constató el de WhatsApp, se apresuró a comprar esas dos empresas de la competencia para situarse en una posición dominante. Esto ha provocado que la empresa se enfrente a una denuncia por parte de la Federal Trade Commission, la autoridad estadounidense de regulación de la competencia, que pide que se obligue a Facebook a revenderlas. 

En los últimos años, y a ambos lados del Atlántico, los gigantes tecnológicos han tenido que pagar cuantiosas multas por sus prácticas anticompetitivas. Ahora se hallan bajo la amenaza de las autoridades públicas por abuso de posición dominante y sufren los ataques de sus competidores, como es el caso de Apple, cuestionada, por una parte, por Spotify, que pide estar presente en sus teléfonos inteligentes y, por otra, por Epic Games (creadora de Fortnite), que pone en cuestión el derecho de Apple a obligar a los jugadores a pasar por su sistema de pago y a retener, de paso, el 30% de comisión. 

“La competencia es el enemigo del beneficio” Anastasia Nesvetailova y Ronen Palan, investigadores

Hay muchas otras técnicas de sabotaje a los competidores. La primera motivación para corromper a los funcionarios es hacerse con mercados que, en caso contrario, no se habrían conseguido. El mercado mundial de contratos públicos se calcula en 13 billones de dólares anuales, una suma que, comprensiblemente, despierta la codicia. La guerra de la información puede ser un arma útil: Francia, por ejemplo, sufrió las consecuencias en el caso Alstom, cuando General Electric se benefició de informaciones proporcionadas por los servicios secretos estadounidenses y del encarcelamiento de uno de los cuadros de Alstom acusado de corrupción por proceder a recomprar una parte de la actividad de la empresa francesa tras haberla desestabilizado.

Finalmente, las empresas no se olvidan de sabotear al Estado. El primer sabotaje es el del fisco: en la actualidad, se calcula que el 40% de los beneficios de las multinacionales se transfieren artificialmente a paraísos fiscales. Otra forma consiste en influir en las decisiones públicas. El sociólogo Sylvain Laurens ha mostrado el modo en que las grandes empresas actúan en Bruselas: el trabajo de influencia está menos enfocado a reducir las regulaciones públicas, con el fin de que pueda actuar la competencia, que a lograr subvenciones, mercados y orientar las normas públicas para que estas apoyen unas posiciones económicas dominantes. 

La economía de mercado es una batalla feroz que tiende a reducir los beneficios. Y es sobre todo mediante el sabotaje como las empresas intentan mantenerlos: sabotaje a los clientes, a la competencia, a los Estados y, deberíamos añadir, a la naturaleza. El objetivo es escapar a las leyes de la oferta y la demanda para permanecer en una posición dominante. 

¡La ley del mercado solo es buena para los demás! 

 

(1). The Engineers and the Price System, B. W. Huebsch, 1921.
(2). Sabotage. The Hidden Nature of Finance, Public Affairs, 2020.