¿La mejor película europea?

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Febrero 2014 / 11

Periodista

Paolo Sorrentino ha hecho un remake muy libre de La dolce vita de Fellini 40 años después.

Fotograma de La grande bellezza.

La grande bellezza ha sido elegida la mejor película europea de 2013. Su director, el napolitano Paolo Sorrentino, ha sido considerado también el más inspirado de entre los del viejo continente durante el mismo período de tiempo, y su protagonista, Toni Servillo, se ha hecho acreedor a una distinción de igual categoría pero en el apartado consagrado a los actores.

¿Es justa esta acumulación de galardones para La grande bellezza? La película de Sorrentino es un algo así como un remake muy libre de La dolce vita, ya saben, la película con la que Federico Fellini escandalizó al Vaticano en 1960. Ahora, en 2013, los cardenales proponen recetas de cocina cuando les formulan dudas espirituales. Y la fiesta, en una Roma que aún no ha dejado de ser berlusconiana del todo, ya no está en Via Veneto, sino en las terrazas privadas de la ciudad. Por lo demás, todo sigue más o menos igual: los monumentos en su sitio, las lucciole también, los periodistas con ambiciones literarias aplazando estas frente a las tentaciones de la vida nocturna; los aristócratas, arruinados pero siendo aún elementos decorativos importantes; el Vaticano, omnipresente a pesar de que sus excomuniones apenas inquieten...

La diferencia entre la Roma de Fellini y la de Sorrentino es una cuestión de tono. Fellini era un moralista y Sorrentino es un cronista. El primero se sentía atrapado por la frivolidad, mientras que el segundo la organiza. Y no se crea que eso determina que Sorrentino sea más optimista: cuando filma las limusinas, lo hace como si se tratase de coches fúnebres trajinando cadáveres de chicas encocainadas y hombres de negocios asfixiados por sus millones.

Marcello, en La dolce vita, soñaba en una novela, mientras que Jep Gambardella, el héroe e hilo conductor de La grande bellezza, ya la ha escrito. Pero de eso hace 40 años y luego nada. El vacío. Los artículos bien pagados para revistas lujosas, los comentarios teatrales, las entrevistas sarcásticas a supuestas artistas conceptuales que hablan de si las ciudades o los lugares transmiten buenas o malas “vibraciones”. Y mucha agitación nocturna y algunas normas de buena educación como no decirles la verdad a los otros si no quieres que te la digan a ti.

La película está constituida por una sucesión de momentos, sin un eje dramático que pretenda darles continuidad, un poco como un alternar fiestas, entierros, trabajo y conversaciones. Se abre con una cita de Louis-Ferdinand Céline sacada de su Voyage au bout de la nuit, una obra maestra de la desesperación propia del siglo XX, sigue con un turista oriental que se desmaya ante una panorámica de Roma —quizá víctima del síndrome de Stendhal y justificador del título— y se desarrolla siguiendo la existencia de dandi de Jep Gambardella hasta que este decide volver al lugar de origen, al secreto de un amor juvenil no consumado para así salir de su marasmo creativo. ¿Lo conseguirá? El film se acaba ahí, menos negro en eso que el de Fellini.

¿Es la mejor película? Es una película importante. ¿Es una obra redonda? Es una obra ambiciosa. ¿Es una trabajo sincero? Lo es sobre los límites de la insinceridad como arte. Y nos confirma a Paolo Sorrentino como el director que mejor filma las fiestas y los bailoteos nocturnos.