El ‘test’ del desempleo masivo

Comparte
Pertenece a la revista
Octubre 2016 / 40

YVES LE ROLLAND Y GILLES ROBERT

La persistencia de un paro considerado estructural explica el giro de las políticas que estimulan la demanda a las que incitan la oferta. Ejemplo: la reforma laboral francesa

ILUSTRACIÓN: PEDRO STRUKELJ

1. Los neoclásicos: la opción de la flexibilidad del coste laboral

En la segunda mitad del siglo XIX, una serie de economistas sentaron las bases del análisis, denominado neoclásico, del mercado laboral. En su opinión, el tiempo de trabajo es una mercancía como otra cualquiera y, por tanto, objeto de oferta y demanda.

La oferta procede de las personas que se presentan en el mercado laboral (los “activos”). Estas hacen sus cálculos en función de la utilidad que sacan de una hora de trabajo (el salario que obtienen y los bienes de consumo a los que tendrán acceso gracias a ese ingreso) y de la desutilidad de esa hora de trabajo (cansancio, renuncia al tiempo libre...). Por tanto, cuanto más elevado es el salario, mayor será la oferta de horas laborales. En lenguaje económico: la función de la oferta de trabajo es creciente. 

La demanda laboral proviene de los empleadores que, por su parte, razonan en función de la rentabilidad. Lo que les interesa es comprar más horas laborales siempre y cuando les genere un ingreso (el valor añadido que dicha hora permite producir) superior a lo que ésta le ha costado. Por ello, cuanto menor es el coste laboral, más inclinados están los empresarios a comprar mercancía de trabajo. La función de la demanda laboral es por ello decreciente y estrictamente inversa a la de la oferta laboral. Si los precios de los bienes y servicios, y también los del trabajo, son libres en un mercado en el que la competencia es perfecta, se establecerá un equilibrio que hará posible una armoniosa regulación de esos intereses opuestos manteniendo el pleno empleo.

En esas circunstancias, el paro sólo puede proceder de un choque externo al mercado laboral (una fuerte reducción de las exportaciones  que provoque una contracción de la actividad económica, por ejemplo) o de una competencia falseada. Pero se supone que también en este caso el mercado restablece un nuevo equilibrio a través de la fluctuación de los salarios, como  recordaba el economista británico Arthur Cecil Pigou (1) : “Cuando el porcentaje de paro es elevado, la competencia entre los asalariados para ser empleados (...) tiende  a hacerles aceptar salarios menos elevados; por el contrario, cuando el porcentaje es bajo, la competencia entre empleadores para conseguir una mano de obra escasa tiende a elevar dichos salarios”. Desde entonces, cada vez que aumenta el paro, los economistas neoclásicos no dejan de repetir que se debe permitir una bajada de los salarios para poder volver al pleno empleo. 

Para dichos economistas, un nivel demasiado alto del salario mínimo, unido a unas cotizaciones sociales excesivas, desanima a los empleadores a contratar, mientras que una protección social (subsidios de  desempleo, salarios mínimos sociales) demasiado generosa desincentiva a las personas privadas de empleo a volver a la actividad laboral (situaciones calificadas de “trabas al empleo” o “a la actividad”).

El mercado restablece el equilibrio mediante la fluctuación salarial

Los neoclásicos dicen que el salario alto desanima al empleador

Esta concepción es la que ha inspirado las reformas del mercado laboral llevadas a cabo en Europa en estos últimos años, especialmente las reformas Hartz en Alemania a partir de 2002 que han hecho bajar el coste laboral, desarrollando el trabajo interino, los minijobs pagados a 400 euros mensuales, o reduciendo el subsidio de desempleo. Esta política ha permitido que el índice de paro alemán sea del 7%, aunque a costa de un importante desarrollo de empleos a tiempo parcial y de la pobreza trabajadora. Además, ha impuesto un auténtico dumping salarial a los socios europeos de Alemania (véase el gráfico) al permitirle mejorar su competitividad-precio como contrapartida de una política muy poco cooperadora. En efecto, si todos los países europeos hubieran adoptado una estrategia similar, Alemania habría tenido un aumento de competitividad nulo y el conjunto de asalariados europeos se hubiera empobrecido.


2. Los keynesianos: el Estado para sostener la demanda

En el contexto de crisis y paro masivo de los años 1930, el economista británico John Maynard Keynes constata, sin embargo, que, a diferencia de lo que afirman los economistas clásicos, no se produce ninguna vuelta automática al equilibrio del mercado laboral pese a la bajada del coste laboral. Recomienda un cambio de perspectiva y refuta la “ley” establecida en el siglo XVIII  por el economista francés Jean-Baptiste Say según la cual “toda oferta crea su propia demanda”,  los ingresos distribuidos debido a la producción se transforman en otros tantos mercados adicionales garantizando los empleos.

Para Keynes, el nivel de empleo depende sobre todo de las perspectivas de demanda* futura que prevén los empresarios. Si esas perspectivas son pesimistas, éstos no invierten ni contratan y la producción puede ser sostenidamente insuficiente para garantizar el pleno empleo de la mano de obra disponible. La economía conoce entonces lo que Keynes denominaba un equilibrio con desempleo*. En efecto, el salario no es únicamente un coste que cada empresario tendría interés en reducir lo más posible. Es también, y sobre todo, un ingreso cuyo nivel garantiza las perspectivas de mercados para la producción. 

Según esta perspectiva, sólo los poderes públicos pueden permitir una vuelta al pleno empleo influyendo en las previsiones de los agentes mediante políticas coyunturales enfocadas a estimular la actividad. A través de la política presupuestaria, de la política monetaria o de una política de ingresos, el Estado puede, en efecto, estimular la demanda de consumo (por ejemplo, aumentando el poder adquisitivo a través de una revalorización del salario mínimo), pero sobre todo, la demanda de inversión (encargando grandes obras o favoreciendo  la financiación de las empresas mediante una política monetaria adecuada).

En caso de lentificación de la actividad, dicha política desempeñará un papel anticíclico de impulso. De este modo, un gasto dado en inversión se traducirá en un reparto equivalente de ingresos, pues los gastos de unos son los ingresos de otros. Estos ingresos adicionales van a repartirse a su vez entre un aumento del ahorro y unos gastos de consumo o de inversión. Estos nuevos gastos constituirán a su vez un ingreso adicional que se distribuirá en el circuito económico, y así sucesivamente. Al final, el gasto inicial habrá tenido, pues, un efecto más que proporcional (lo que los economistas denominan efecto multiplicador) sobre los ingresos, el consumo y, después, sobre la producción y el empleo. 

Para Keynes el nivel de empleo depende de la espectativa de demanda

La crisis de 2008 ha demostrado la pertinencia de Keynes 

El marco teórico impuesto por Keynes  dominó en los países industrializados durante los Treinta Gloriosos Años. Pero la crisis del petróleo de 1970 mostró sus limitaciones: las intervenciones del Estado daban resultados cada vez más modestos respecto a la lucha contra el paro a la vez que estimulaban la inflación. La revolución neoliberal de los años 1980, al favorecer la globalización económica y la desregulación financiera dio el golpe de gracia a estas políticas a favor de las políticas de austeridad presupuestaria y rigor monetario. 

Sin embargo, la crisis financiera de 2008 ha demostrado de nuevo la pertinencia del enfoque keynesiano. Al combinar una política monetaria expansiva con un déficit presupuestario considerable e inversiones para estimular la actividad, Estados Unidos han logrado recuperar, desde 2010, un crecimiento anual medio superior al 2% del PIB y bajar su índice de paro al 5% pese a que el índice de actividad no ha alcanzado el nivel de antes de la crisis. Por el contrario, en la zona euro, donde desde 2010, se ha optado por una política claramente menos expansionista, el empleo sigue sin alcanzar en 2016 su nivel de antes de la crisis.


3. El paro masivo ha obligado a afinar los análisis

Desde mediados de los años 1970, la persistencia de un paro masivo en numerosos países occidentales ha hecho que los economistas se pregunten por qué las fases de recuperación ya no permiten volver al pleno empleo. En este sentido, Joseph Stitglitz y George Akendorf demuestran que al empleador, dado que no conoce las cualidades reales de los candidatos a ser contratados (sufre de una asimetría de información), le interesa ofrecer un salario por encima del nivel de equilibrio, denominado “salario de eficiencia”. Ello le permitirá atraer a los mejores candidatos a la hora de contratar y garantizarse, a continuación, su fidelidad y su eficacia. Sin embargo, al actuar de este modo, el funcionamiento natural del mercado lleva a mantener unos salarios demasiado elevados, lo que constituye una fuente de paro y acentúa la diferencia entre los asalariados instalados (los insiders) y los postulantes a un empleo (los outsiders). 

Otra fuente de paro estructural*: los procesos de acoplamiento entre la oferta y la demanda de trabajo. Como recuerda el autor Christopher Pissarides, no basta con que se cree un nuevo puesto de trabajo para que haya un parado menos, pues es necesario que los candidatos tengan la cualificación exigida para ese puesto de trabajo. En caso contrario, podemos encontrarnos con muchos empleos vacantes en algunos sectores pese a la existencia de un paro masivo. 

Lo único que puede paliar esa distorsión es una política activa de formación. Especialmente en el caso de las personas poco cualificadas que se enfrentan a nuevas exigencias de cualificación debidas a los progresos tecnológicos. Si no, corren el riesgo de sufrir un paro “de reconversión” que puede ser de larga duración. Y cuanto más se alarga ese período, más se considera a esos parados como “inempleables”.

Finalmente, según algunos economistas, si el mercado laboral ha dejado de regularse de modo autónomo, se debe a la acumulación de normas inadaptadas. Consideran las condiciones de contratación y de despido especialmente restrictivas. Para remediarlo se han llevado a cabo diversas políticas enfocadas a garantizar una mayor flexibilidad* en la gestión de la mano de obra. Por ejemplo, a partir de mediados de los años 1980, se han desarrollado políticas de “activación del empleo” consistentes en endurecer las condiciones del subsidio de desempleo, cuya duración se limitó a la vez que se aceleraba su regresión durante ese período. Los demandantes de empleo deben también aceptar programas de formación si no quieren perder algunos de sus derechos. Finalmente, para incentivar a los parados a reinsertarse en el mercado laboral, se intenta aumentar la diferencia entre los subsidios que se dan y los ingresos por actividad. Es necesario, según el eslogan acuñado por la OCDE, que “el trabajo vuelva a ser rentable”. (2)

Acoplar oferta y demanda es fuente de paro estructural

Los demandantes de empleo deben aceptar  programas de formación

Dinamarca ha llevado a cabo una política original de flexibilidad

Estas políticas han llevado también a una suavización de las normas tradicionales que regulan los contratos laborales: de este modo se han desarrollado los contratos de duración limitada, los de sustitución, los que son a tiempo parcial y los mecanismos de anulación de la jornada laboral. En el marco de esta ampliación de la flexibilidad, Dinamarca ha llevado una política original al asociar una gran flexibilidad a una gran garantía de las condiciones salariales (véase  el recuadro). La ley laboral aprobada recientemente en Francia, se inspira oficialmente en ese modelo, pero con un desequilibrio manifiesto entre la flexibilidad y la garantía de los trayectos profesionales, aún embrionaria.

 

(1).  Arthur Cecil Pigou, The Theory of Unemployment, 1905.
(2). Making Work Pay : Taxation, Benefits, Employment and Unemployment, The OECD Jobs Strategy, OCDE, 1997.

 

* LÉXICO

Perspectiva de demanda: La demanda de bienes y servicios que prevén las empresas y en la que se basan para fijar sus previsiones de producción, de empleo y de inversión.

Equilibrio con desempleo: situación en la que el equilibrio entre la oferta y la demanda en el mercado de bienes y servicios no proporciona empleo al conjunto de los trabajadores en activo.

Paro estructural: paro insensible a las variaciones del crecimiento efectivo.

Flexibilidad del mercado laboral: conjunto de medidas encaminadas a suavizar las normas que enmarcan el derecho al trabajo.