Retroceso // Una globalización menos intensa

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Julio 2020 / 82

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K. Trolle

La pandemia abre una etapa menos liberal en la economía internacional sin provocar el regreso a nacionalismos exacerbados. Un escenario ideal.

La pandemia “va a cambiar la globalización tal como la hemos conocido en los últimos 40 años (…) el ciclo de ese tipo de globalización ha llegado a su fin”. Al hacer este pronóstico, a mediados de abril en una entrevista al diario británico Financial Times, el presidente francés, Emmanuel Macron, no corría ningún riesgo. En la última década, la globalización de las economías ha cambiado. Si no en el sentido de una desglobalización, al menos en el de una globalización de menor intensidad. ¿Puede la epidemia de coronavirus acentuar esa tendencia?

Menos cadenas de valor

Para el profesor de Harvard Dani Rodrick, la crisis actual no representa un elemento revolucionario,  sino que “básicamente refuerza y consolida varias tendencias ya existentes”. La más importante de ellas es la relativa a las famosas cadenas de valor globales: la organización de una cadena de producción repartida en varios territorios, a lo largo y ancho del mundo, para aprovechar los costes más bajos. Se mide su desarrollo con el peso de los productos intermedios en el comercio internacional, los que se importan para ser ensamblados con otros y luego se reexportan. 

China comienza a abandonar las cadenas de valor globales y se centra en la demanda interior

La dependencia de proveedores baratos pero lejanos ha terminaddo siendo una desventaja

China ha desempeñado un papel clave en este proceso, y su progresiva entrada en la economía de mercado a partir de 1979 ha sido uno de los pilares de la globalización. Pero hace ya varios años que el país vuelve a estar centrado en su demanda interior. “En 2004, el valor de las importaciones chinas destinadas a ser reexportadas representaba el 29% del total de las exportaciones. En 2019, había caído al 13,2%, indica Patrick Zweifel, economista jefe de Pictet Asset Management. El país está saliendo progresivamente de las cadenas de valor globalizadas. Se está desglobalizando.

Y no es el único. Desde 2008, el porcentaje del comercio mundial vinculado a la participación en las cadenas de valor está disminuyendo debido al cambio de estrategia de las firmas y afecta a prácticamente todos los sectores. “En este sentido, la crisis del coronavirus no constituye, pues, un punto de inflexión. Pero sí puede constituir un acelerador, aunque hay que ser prudentes”, explica Stéphane Déo, de LBPAM (La Banque Postale Asset Management).

También se nota un retroceso en la globalización financiera. A nivel mundial, entre comienzos de 2008 y finales de 2019, las actividades internacionales de préstamos y depósitos entre bancos se redujo en un 35%. Desde 2008, dos tercios del mercado internacional de los productos financieros especulativos se ha esfumado. El porcentaje de la deuda de los gobiernos en manos de no residentes también está muy orientado a la baja. En EE UU, los extranjeros tenían el 40% de la deuda pública a finales de 2019, frente a cerca de la mitad en 2018. Lo mismo pasa en la zona euro: por ejemplo, en Francia, un importante país prestatario, los no residentes ya solo tienen un 54% de su deuda, frente al 70% en 2010.  

No necesariamente más relocalización

¿La pandemia actual es susceptible de acelerar esa tendencia de la última década hacia un retroceso de la globalización? Precisemos, de entrada, que menos globalización no significa necesariamente más relocalización de las actividades y de los empleos. En el caso de Francia, la razón es muy simple: ha habido muy pocas deslocalizaciones. Según los datos del Insee (Instituto Nacional de la Estadística y de los Estudios Económicos en sus siglas en francés) solo el 5% de las empresas francesas han deslocalizado su producción.

35% se han reducido los préstamos y depósitos entre bancos de países distintos desde la crisis de 2008

La covid-19 ha mostrado hasta qué punto la dependencia de unos proveedores baratos pero lejanos termina siendo una desventaja. Ello puede llevar a las firmas, si no a desglobalizar, al menos a diversificar sus proveedores dando preferencia a una organización más regional de sus procesos de producción. Pero también en este caso, no haría sino acentuar una tendencia ya existente. Por ejemplo, el comercio intraasiático representaba el 46% de las exportaciones de los países de la zona en 2018, frente al 28% en 1998. Y lo mismo ocurre en las otras regiones: de hecho, la globalización es cada vez más una regionalización. En Francia, dos tercios de las importaciones de bienes intermedios proceden ya del resto de Europa, frente a menos del 10% de EE UU y aproximadamente el 5% de China, subrayan Guillaume Gaulier y Vincent Vicard, investigadores del Centro de Estudios Prospectivos y de Informaciones Internacionales (CPII, en sus siglas en francés).

¿Contribuirá la epidemia a reducir aún más la internacionalización de las cadenas de valor? A corto plazo, sí. Según el escenario más optimista de la OCDE, este año las inversiones en el extranjero de las firmas bajarán, al menos, el 30%. Y quizá también a largo plazo, según explican los expertos  de la  Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), que anticipan unos efectos duraderos de la crisis sobre las políticas de los Estados respecto a las inversiones extranjeras. Estas van a ser más restrictivas para los sectores que ahora se consideran estratégicos, como los productos relacionados con la sanidad y la alimentación. La institución internacional prevé también que habrá menos nuevos tratados que faciliten las inversiones entre países y que se acelerarán las negociaciones de tratados en marcha en un sentido más restrictivo.

Europa ¿un tonto útil?

Mientras Japón está ofreciendo ya subvenciones a sus multinacionales para incitarlas a salir de China y relocalizarse, la Unión Europea podría ser el tonto útil de esta nueva globalización, como muestra la firma, el 28 de abril, del acuerdo UE-México. Las ONG, a iniciativa de Stop CETA, subrayan en este sentido: “en un momento en que la Unión Europea debería establecer de inmediato políticas tendentes a reducir nuestra dependencia de las importaciones energéticas y agrícolas, este acuerdo la aumenta”.

Finalmente, varios estudios muestran que, en el caso de algunos países, entre un tercio y la mitad de los flujos de inversión corresponden a transacciones artificiales vinculadas a estrategias de elusión fiscal. Un grupo de más de 130 países está negociando actualmente cómo oponerse a esos comportamientos y espera tener resultados a finales de año. 

Parece, por tanto, que la crisis epidemiológica más que provocar, refuerza la evolución hacia una globalización menos intensa que la iniciada en la década de 1990. Contribuye al surgimiento de una nueva fase, menos liberal, de la economía internacional sin provocar el retorno de un nacionalismo exacerbado. Un escenario ideal. 

 

¿Hacia una cuarta globalización?

En una conferencia organizada a comienzos de mayo por el Bendheim Center for Finance de la Universidad de Princeton, el economista estadounidense Dani Rodrick expuso una síntesis clarificadora de las fases históricas de la globalización.

El director del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, Harry Dexter White (izquierda) y John Maynard Keynes, consejero honorario del Tesoro del Reino Unido, en la Conferencia de Bretton Woods.
La conferencia se celebró del 1 al 22 de julio de 1944. Se reunieron delegados de las 44 naciones aliadas para regular el sistema monetario y el orden financiero tras la Segunda Guerra Mundial. De los acuerdos alcanzados nacieron el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF, parte del actual Grupo del Banco Mundial) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).

En la primera, de finales del siglo XIX a 1914, bienes, capitales y personas circulan con facilidad. No hay ninguna institución internacional reguladora, pero el régimen de patrón oro —la necesidad de respaldar toda emisión de moneda con las reservas de ese metal— impone políticas de austeridad a los Estados, tentados por los déficits presupuestarios a emitir moneda por parte de sus bancos centrales para financiarse.

Tras la II Guerra Mundial, la globalización cambia de rostro. Solo circulan libremente los bienes. Los movimientos de capitales internacionales están muy regulados y limitados, así como los de las personas. Una serie de instituciones internacionales se encargan de hacer respetar las reglas —Fondo Monetario Internacional (FMI), Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), etc.—, pero los Estados conservan espacios de autonomía nacional en lo que respecta a sus políticas públicas. 

En la década de 1990 nace la hiperglobalización: bienes y flujos financieros circulan prácticamente sin obstáculos, mientras que una serie de instituciones internacionales —FMI, Organización Mundial del Comercio (OMC), Unión Europea, etc.— imponen a los Estados la liberalización de sus economías y les restringen la libertad de elegir sus políticas económicas.

Una nueva fase se inicia con la crisis financiera de 2007-2008. La circulación de capitales es menos fuerte y el comercio mundial crece menos que la producción mundial. La ideología económica liberal es menos dominante en las instituciones internacionales, aunque puede seguir siendo pujante, sobre todo en Europa.

Desde el Reino Unido del brexit a EE UU y otras partes, los Estados quieren recuperar autonomía en lo referente a la política económica. Al mismo tiempo, el Banco de Pagos Internacionales (BPI), que agrupa a los banqueros centrales, aumenta su poder de regulación de los bancos, la OCDE pasa a ser un actor clave en la lucha contra los paraísos fiscales y las instituciones internacionales reguladoras ganan en poder. Las que, como la OMC, no se reinventan e intentan seguir imponiendo las mismas políticas liberales, se ven marginadas.

Se perfila una globalización de menor intensidad, con más autonomía y diversidad de las políticas públicas, que delegue la gestión de los bienes comunes a instituciones internacionales (habría que avanzar en los ámbitos de sanidad y clima). Si la crisis financiera y la de la covid-19 hacen posible esta nueva fase de la globalización, puede que no esté todo perdido.