Los bancos centrales van a por todas

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Octubre 2019 / 73

Esfuerzo: adicional A ambos lados del Atlántico, las instituciones financieras se disponen a echar mano al bolsillo para sostener la economía.

Christine Lagarde, próxima presidenta del BCE, y David Sassoli, presidente del Parlamento Europeo. FOTO: PARLAMENTO EUROPEO

Demasiado política y no lo suficientemente banquera para unos, capaz de llegar a acuerdos para otros. El nombramiento de Christine Lagarde al frente del Banco Central Europeo (BCE) ha provocado numerosas reacciones en el mundo económico y financiero, que espera con impaciencia saber si la ex directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI) estará a la altura de Mario Draghi.

Tras un mandato de ocho años, el actual presidente del BCE dejará su puesto el próximo 31 de octubre. Aunque haya desplegado unos recursos sin precedentes para sostener la actividad económica, hoy parece necesario hacer un esfuerzo adicional. Draghi se va habiendo preparado a todos para nuevas medidas encaminadas a salvar el crecimiento, en la senda de Estados Unidos. Pero, ¿pueden salvar la economía los banqueros centrales?

 

PRUDENCIA EUROPEA

El pasado 6 de junio en Vilna (Lituania), durante una de esas conferencias de prensa milimetradas cuyo secreto posee el BCE, Mario Draghi anunció que los tipos de la institución seguirían en sus niveles actuales “al menos durante el primer semestre de 2020”. Han sido seis meses más de lo que él indicó en la última reunión del Consejo de Gobierno el pasado mes de marzo y un año más de lo que estimó en enero. ¿Con qué objetivo? Estimular el crecimiento económico. En la línea del programa de compra de activos (mayoritariamente obligaciones del Estado) establecido tras la crisis financiera (el famoso quantitative easing, QE), los bancos pueden, pues, seguir tomando prestado dinero a un tipo nulo, es decir, sin pagar intereses. El mensaje del BCE a los intermediarios financieros es claro: presten, presten, sigan prestando. Los bancos seguirán también pagando para poder dejar su dinero dormir tranquilamente en las cajas fuertes de la institución de Fráncfort en lugar de prestarlo, pues el BCE mantiene su tipo de depósito en -0,4%.

Y eso no es todo. Mario Draghi anunció el 18 de junio, con motivo del foro anual de la institución celebrado en Sintra (Portugal), que, a falta de una mejoría de las perspectivas económicas y de una inflación a un nivel próximo a su objetivo (por debajo, pero a un nivel cercano al 2% frente al 1,1% en abril), “serán necesarias unas medidas adicionales de apoyo”, sin precisar si ese estímulo monetario pasará por el canal de los tipos o por una resurrección del QE… a apenas unos meses de su interrupción. Donald Trump reaccionó inmediatamente denunciando la competencia desleal de la zona euro, cuya política expansionista aumenta la cantidad de moneda en circulación, lo que devalúa el euro, haciendo así que las exportaciones del Viejo Continente sean más competitivas.

 

PALOMAS Y HALCONES

Después, la Fed anunció, tras su reunión del 31 de julio, una bajada de un cuarto de punto de sus tipos de referencia, ahora entre el 2% y el 2,25%. Si un nivel de paro bajo (3,7% en junio en Estados Unidos) anima tradicionalmente a los banqueros centrales a aumentar sus tipos para combatir una eventual vuelta a la inflación, esta última sigue siendo curiosamente baja al otro lado del Atlántico (+ 1,6% en junio). Los riesgos de ralentización del crecimiento mundial y la incertidumbre ligada a la guerra comercial entre China y Estados Unidos han hecho también inclinar la balanza de la Fed a favor de una relajación monetaria. ¿En respuesta quizá también a las presiones ejercidas por Donald Trump, quien, desde hace meses, acusa a la institución de impedir que la economía estadounidense “despegue como un cohete”? El presidente de la Fed se ha guardado muy mucho de dar pábulo a esta hipótesis, afirmando que “jamás tendrá en cuenta consideraciones políticas”.

Draghi se va tras preparar medidas para salvar el crecimiento

La cantidad de euros en circulación favorece las exportaciones de la UE

La Fed también 
defiende una relajación monetaria

La persistencia de tipos bajos tiene algunos inconvenientes, sobre todo el aumento de precios en el sector inmobiliario, una mala asignación del capital debido a una reducción artificial del coste de algunos proyectos o un aumento demasiado rápido del endeudamiento privado. Otro argumento que avanzan los partidarios de una política monetaria más restrictiva (los denominados halcones en la jerga financiera) es que aumentar los tipos permitiría bajarlos en el próximo giro de la coyuntura y, con ello, no privarse de los márgenes de maniobra permitidos por el apalancamiento monetario. ¿Aumentar los tipos… para bajarlos unos meses después? Como subraya Florence Pisani, economista de la sociedad de gestión de activos Candriam, “carece de coherencia y, seguramente, en lugar de resolver la situación la agravaría”.

En resumen, las palomas monetarias, que consideran que la actividad económica aún es muy tímida y recomiendan estimularla con ayuda de tipos bajos, están hoy en posición de fuerza. A este campo es al que pertenece, a priori, Christine Lagarde. “Nada indica que vaya a llevar al BCE en una dirección radicalmente opuesta a la de Mario Draghi”, señaló en Twitter el investigador del Instituto Bruegel Grégory Claeys tras analizar los comentarios sobre política monetaria hechos por Lagarde cuando estaba en el FMI. Aunque algunos temen menos proactividad respecto a su predecesor, que heredó el apodo de Super Mario, una cosa está clara para el servicio de estudios del Crédit Agricole: “El hecho de que el presidente del Bundesbank –el banco central alemán–, Jens Weidmann, fuera eliminado de la carrera sugiere que el tono dovish [expansivo] del BCE continuará”. Christine Lagarde podrá contar con el nuevo economista jefe del BCE para que la acompañe en esta vía. El irlandés Philip Lane, que asumió el cargo el 1 de junio, es conocido por volar, como su predecesor, con las palomas.

 

LOS ESTADOS DEBEN TOMAR EL RELEVO

La primera mujer al frente del BCE se enfrenta a un trabajo nada desdeñable: convencer a los Estados para que acompañen al instrumento monetario aumentando sus déficits. Pues la debilidad de la inflación actual muestra, sobre todo, el rechazo de los Estados a utilizar el arma presupuestaria para crear demanda y relanzar, así, la economía. 

Un comportamiento difícilmente comprensible cuando en un periodo “de poco crecimiento, de tipos de interés prácticamente nulos y de inflación inexistente es legítimo que los poderes públicos se endeuden más”, opinó recientemente Thomas Piketty en una entrevista en Le Monde. Dicho de otro modo, los Estados no hacen su trabajo, y el BCE, que se esfuerza en tranquilizarlos indicando que los tipos seguirán bajos “todo el tiempo que sea necesario”, está obligada a hacerlo en su lugar a través de la política monetaria. 

“Aumentar la demanda pública permitiría estimular la inversión de las empresas que, a diferencia de los hogares, orientan su comportamiento no tanto por el nivel de los tipos del BCE como en función del dinamismo de la economía”, concluye Anton Brender, economista jefe en Candriam. Christine Lagarde tiene, pues, que convencer a los 19 gobiernos de la zona euro, algunos de los cuales –sobre todo, Alemania– serán con seguridad menos receptivos que otros. Esto verifica la teoría de la economía administrativa del “precipicio de cristal”, según la cual las instituciones tienen tendencia a llamar a las mujeres para impulsar los cambios en las situaciones más peligrosas.  

 

CLAVES

Pero, ¿por qué nos incumbe?

La mayoría de nosotros creemos que las variaciones de los tipos de referencia de los bancos centrales, es decir, los tipos de interés a los que ellos prestan dinero a los bancos, interesan únicamente a los amantes de la economía. Pero, en realidad, esas variaciones nos incumben a todos, pues las decisiones de los banqueros centrales determinan el coste del crédito. Hoy es muy bajo para las grandes empresas e incluso negativo para algunos Estados considerados seguros, como Francia y Alemania. Lo que significa, en definitiva, que unos inversores aceptan recuperar menos que la suma prestada y, por tanto, que al Estado… ¡se le paga por tomar prestado! 

El que el Banco Central Europeo (BCE) preste el dinero a tipo nulo a los bancos permite a estos últimos reducir sus gastos y otorgar, a su vez, créditos a tipos bajos a los hogares y a las empresas para estimular la actividad. Detrás de estos complejos ajustes de política monetaria lo que se juega es nuestra capacidad para financiar inversiones en sectores clave como la transición energética y limitar el alcance de los impactos sociales en caso de sacudidas económicas. Merece la pena estudiarlo con detalle, ¿no?

 

LOS BANQUEROS VUELVEN AL COLE

Todos los manuales nos enseñan que, si una economía se acerca al pleno empleo, los salarios y, por tanto, la inflación, aumentan. De ello se deriva el abecedario de toda política monetaria: aumentar los tipos de interés cuando el paro baja y las presiones inflacionistas aparecen para evitar que la economía se recaliente. Y bajarlos en el caso contrario. Solo que, en la actualidad, la inflación sigue baja a pesar de que ha disminuido el paro. La brújula que guía a los banqueros parece haber perdido el norte. “Y no lo hablamos suficientemente”, admitió a comienzos de junio en Boursorama Laurence Boone, economista jefe de la OCDE con motivo de los Encuentros Económicos, de Aix-en-Provence.

Esta anomalía, que se observa tanto en Estados Unidos como en Europa, no tiene nada de sorprendente para Anton Brender, economista jefe en Candriam: “Simplemente hay que admitir que aún estamos muy lejos del pleno empleo”. En efecto, a pesar de un índice de paro bajo, las personas que carecen de empleo –es decir, tanto los que están en el paro como las que ya no buscan trabajo por haberse desanimado, las que tienen invalidez, etcétera– son aún numerosas. Y este hecho frena el aumento de los salarios. 

Ahora bien, desde hace años, la Reserva Federal estadounidense (Fed) sobreestima el índice de pleno empleo de la economía estadounidense, es decir, aquel a partir del cual se supone que se manifiestan las presiones inflacionistas. Incluso el presidente de la Fed, Jerome Powell, interrogado el pasado julio por la diputada demócrata Alexandria Ocasio-Cortez con motivo de la presentación de su informe bianual ante el Congreso, terminó admitiéndolo. Las causas de esa ruptura del vínculo entre paro e inflación son numerosas: la flexibilización de los mercados laborales –que tiene como  consecuencia la erosión del poder de negociación del conjunto de los asalariados– y el aumento del porcentaje de los servicios en la economía global –cuyos precios evolucionan más despacio que los de los bienes, sobre todo porque están menos expuestos a la competencia internacional–.

También hay que tener en cuenta factores más volátiles como las variaciones del precio del petróleo. Reconociendo la existencia de estos cambios estructurales, la Fed ha lanzado recientemente un gran debate sobre su estrategia cuyos resultados se comunicarán a comienzos de 2020, una prueba de que la situación es seria.