La economía rusa no acaba de transformarse

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Febrero 2020 / 77

Desde Moscú

Apuesta: Presionada por las sanciones occidentales, Rusia intenta diversificar su aparato productivo, una política que solo ha dado fruto en el sector agrícola.

Vladimir Putin en la región agrícola de Stavropol. FOTO: KREMLIM

La escena tiene lugar en agosto de 2010: Rusia se enfrenta a una sequía sin precedentes y a violentos incendios forestales, se augura una cosecha de cereales desastrosa. En la televisión, Vladimir Putin, entonces primer ministro, interroga a su ministro de Agricultura sobre las consecuencias de esa crisis en el precio de los productos alimentarios. El efecto sobre los precios será muy limitado, asegura este último, pues “más del 65% de los productos alimentarios que se consumen en Rusia son importados”. El rostro de Putin se descompone. Para el dirigente ruso, que hasta entonces no había prestado un interés especial al sector agrícola, esa cifra es una sorpresa. Tras 10 años en el poder, parece darse cuenta por primera vez de la enorme dependencia que tiene Rusia de las importaciones, prácticamente financiadas por sus exportaciones de hidrocarburos.

Sin embargo, no es ninguna novedad. Desde comienzos de la década del año 2000, la diversificación de la economía es un tema recurrente en la política rusa, sin que, por ello, se haya emprendido ninguna acción concreta. A pesar de las alteraciones de los precios de los hidrocarburos, la creencia de los estrategas del Kremlin es muy simple: las reservas mundiales de petróleo van a ir disminuyendo en las próximas décadas por lo que, a largo plazo, su precio aumentará, y Rusia, poseedora de importantes yacimientos, no puede sino ganar. En 2014, los hidrocarburos representan el 65% de las exportaciones del país y cerca del 50% del presupuesto del Estado, y con tendencia al alza. “Rusia es un país que no produce nada”, declaraba Barak Obama en agosto de 2014, una frase muy dolorosa para los rusos, pues les toca en un punto muy sensible. Pero ese mismo año, la economía del país dio un vuelco.

 

SANCIONES POR CRIMEA

En marzo de 2014, Rusia se anexiona ilegalmente la península ucraniana de Crimea. Inmediatamente, Europa y Estados Unidos establecen una serie de sanciones económicas. En marzo-abril, varias decenas de personalidades políticas y de altos funcionarios ven congelados sus haberes. Y, lo que es más importante, el 12 de septiembre de 2014, la Unión Europea prohíbe a varios grandes bancos rusos acceder a los créditos europeos. Paralelamente, el precio del petróleo se desploma en los mercados internacionales pasando de 110 a menos de 50 dólares el barril en el momento más álgido de la crisis. El presupuesto ruso, calculado sobre una base de 110 dólares el barril, se hunde, seguido por el rublo, que pasa en unas semanas de un tipo de cambio de 43 a 85 rublos por euro. En los últimos meses del año 2014 se dan escenas de pánico, los consumidores rusos se precipitan a las tiendas de electrodomésticos para comprar televisiones y neveras antes de que sus precios se actualicen. Los que han contratado préstamos en dólares o en euros se arruinan.

“Rusia es un país que sabe hacer la elección correcta… cuando se encuentra acorralado”, subraya Christopher Weafer, director del think tank MacroAdvisory, especializado en la economía rusa, “y esa crisis dio a Putin la ocasión de impulsar su visión personal del desarrollo de la agricultura en Rusia”. Como reacción a las sanciones, Moscú estableció, en agosto de 2014, un embargo sobre prácticamente la totalidad de los productos alimentarios estadounidenses y europeos. De un día para otro, los quesos franceses e italianos, la charcutería, la fruta de Europa del Este desaparecieron de los estantes de las tiendas. La consigna es la “sustitución de las importaciones”: todo lo que antes se importaba del extranjero se produciría a partir de entonces en Rusia.

 

DEPRECIACIÓN DEL RUBLO

Paralelamente, el Gobierno facilita a las empresas agrícolas acceder a créditos preferentes. En un país en el que un siglo de colectivismo ha hecho que desaparezca la agricultura campesina y las explotaciones familiares, el sector agrícola está en manos de gigantescos agroholdings. Estos ven cómo su capacidad financiera se ve multiplicada por 10 gracias a ese acceso a los créditos, así como por la desaparición extranjera tras el embargo y un repentino entusiasmo de los inversores rusos, privados del acceso a los mercados internacionales. Esos holdings “pueden, así, comprar material de alta tecnología, como la vigilancia de los campos por drones o por satélite. Gracias a esas financiaciones, Rusia se moderniza para lograr un mayor rendimiento del campo”, explica un empresario francés instalado en Moscú, especializado en el ámbito de los servicios a las explotaciones agrícolas y que, precisamente, les suministra ese equipamiento de punta.

La depreciación del rublo, vivida como un traumatismo por la población, da una ventaja considerable a los productores nacionales respecto a las importaciones. “El rublo estaba sobrevalorado desde hacía mucho tiempo”, afirma Emmanuel Quidet, presidente de la Cámara de Comercio Franco-rusa, “el tipo de un euro por 40 rublos no era sostenible, su real valor de equilibrio se sitúa entre 60 y 70 rublos por euro”. 

El resultado es fulgurante. En el periodo de dos años, gracias a esa política voluntarista, las importaciones agrícolas caen de alrededor de 9.000 millones de dólares en 2013 a 143 millones de dólares en 2015. Por su parte, las exportaciones agrícolas aumentan en un 270% y en 2016, Rusia, hasta entonces importadora neta, pasa a ser el primer exportador mundial de trigo.  Hoy, es también exportador neto de carne de corral, autosuficiente en carne de cerdo y está a punto de serlo en carne de bovino. 

 

LA INDUSTRIA SE ESTANCA

A partir de 2016, las exportaciones de hidrocarburos ya no representan más que el 23,3% del PIB, frente al 26,1% de cuatro años antes. La cifra sigue siendo considerable, pero la tendencia a la baja también lo es. Es una tendencia que se debe mayoritariamente al desarrollo de la agricultura, que ha pasado en el mismo periodo, del 3,8% al 4,4% del PIB.

“El desarrollo de la agricultura es un éxito porque los rusos no tenían otra opción”, afirma Christopher Weafer, “en otros sectores, la diversificación es mucho más lenta”. Desde el cambio de 2014, los sectores considerados fuertes de la industria, como la manufacturera, la de armamento e incluso la del automóvil, que vivió una época dorada en 2010 y 2013 gracias a las masivas inversiones de fabricantes extranjeros como Renault-Nissan y Volkswagen, no paran de estancarse por falta de inversiones y de mercado.

Rusia apuesta hoy por las nuevas tecnologías como eje principal de diversificación de su economía. “El porcentaje del sector digital representa el 3,9% del PIB”, explica Renat Khalimov, director de la zona económica especial de Innopolis, un clúster dedicado a la innovación instalado en el corazón de Tatarstán. “Pero en los grandes países desarrollados, ese porcentaje es ya superior al 10%. Esa es la cifra que queremos alcanzar”. En ese caso también es necesaria una política voluntarista. Desde los años 2010 y la presidencia de Dimitri Medvedev (2008-2012), entre dos mandatos de Vladimir Putin, varios proyectos de desarrollo de la economía digital se pusieron en marcha, como los parques tecnológicos dedicados a la innovación. Pero lo más importante es que el acceso a los mercados públicos está reservado al software concebido en Rusia, un instrumento muy eficaz ya que las Administraciones y empresas públicas representan alrededor de un tercio de la economía del país.  

 

MENOS INVERSIÓN FORÁNEA 

Sin embargo, Rusia está presta a caer en sus viejos defectos al primer síntoma de aumento del precio de los hidrocarburos. “Al Gobierno le gusta presumir de haber reducido la dependencia del petróleo de nuestra economía, pero no es del todo cierto”, declaraba el pasado febrero el representante de los empresarios rusos, Boris Titov, citado por la prensa: “A finales de 2015, el porcentaje de los ingresos petroleros en el presupuesto había caído al 30%, pero en el momento en que subieron los precios, en 2018, dieron un salto de nuevo al 40%”.  Y lo que es más importante, los muy elevados tipos de interés que reinan en el país debido a la fragilidad del sector bancario, dificultan a las empresas rusas el acceso al crédito. Las sanciones estadounidenses de 2018, cuyo punto de mira es el sector financiero, causan también mucho daño. Los inversores extranjeros se han dividido entre 10 entre 2013 y 2017, debido sobre todo a la imagen degradada del país tras la crisis ucraniana y a un clima de los negocios estructuralmente muy inestable, minado por la corrupción y la instrumentalización de la justicia penal en la solución de conflictos comerciales, como pasó con la detención del empresario francés Philippe Delpal en  febrero de 2019. Esta situación aumenta la infrainversión crónica que sufre la economía y frena su diversificación.

“La economía rusa no ha cambiado del todo”, concluye Christopher Weafer, “hay grandes inversiones en las nuevas tecnologías y en sectores industriales cruciales, especialmente en el petroquímico, en los que los rusos intentan subir de nivel y exportar productos refinados. Pero no hay que esperar ver resultados antes de 10 años”.