Hollande o el arte del equilibrio

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Enero 2014 / 10

París se dispone a recortar el gasto público tras la fuerte subida de impuestos. Demasiado para los suyos, y poco para los partidarios de la austeridad liberal.

FOTOGRAFÍA: PARLAMENTO EUROPEO

Desde la Comisión Europea hasta el Movimiento de las Empresas de Francia (Medef, organización patronal francesa), pasando por la agencia de calificación Standard & Poor’s. Todo el mundo coincide en una cosa: si la economía francesa va mal es porque el presidente del país, François Hollande, no hace todo lo necesario. Lo necesario para la competitividad de las empresas, para flexibilizar el mercado de trabajo y, sobre todo, para reducir el déficit y la deuda públicos. Esa falta de firmeza reduce el potencial de crecimiento de la economía francesa y, por tanto, su capacidad de recuperar la competitividad y controlar eventuales desajustes de los presupuestos estatales.

Por el contrario, el economista estadounidense Paul Krugman no para de alabar en su blog la situación de la economía francesa si se compara con las de los otros países eu-ropeos, mientras que un número creciente de expertos —del Fondo Monetario Internacional (FMI) al Crédit Suisse, e incluso de la propia Comisión— subrayan los efectos negativos de una austeridad demasiado elevada y señalan el riesgo de una posible deflación si Europa pisa el freno excesivamente a fondo. Así que el presidente francés, ¿hace demasiado o demasiado poco?

No se puede negar que, desde hace varios años, Francia vive en la austeridad. Mientras que la economía francesa ha tenido un crecimiento medio próximo al cero entre 2009 y 2013, el déficit presupuestario ha pasado en el mismo período del 7,6% del PIB a cerca del 4%. Esta reducción de 3,5 puntos, en una fase sin demasiados ingresos fiscales debido a la atonía de la actividad, solo puede explicarse por una actuación voluntarista de los diferentes gobiernos, tanto el anterior como el actual.

 

Los economistas del Observatorio Francés de las Coyunturas Económicas (OFCE) han intentado medir el impacto de esa austeridad sobre el crecimiento. El resultado impresiona: de medio punto perdido en 2010 se pasa a 1,4 puntos este año. Debemos sumarle las consecuencias de la generalización de esta política en Europa, que priva a Francia de cualquier estímulo exterior. Al final, las políticas de austeridad siempre les han costado caras a la economía francesa: de 0,8 puntos del PIB en 2010 a 2,2 puntos en 2013.

 

REMUNERACIONES Y RENTA

En otras palabras, si el Gobierno de Ayrault no se hubiera embarcado desde su llegada al poder en una carrera loca en pro del ajuste, el crecimiento francés habría alcanzado el 2,5% en lugar del crecimiento nulo o apenas positivo que se espera para 2013. Y se puede incluso ir más lejos. Según el OFCE, “las recuperaciones consecutivas a las diferentes crisis que han afectado la trayectoria de la economía francesa siempre supusieron, en cinco años, un aumento de la actividad de, al menos, el 5% por encima de su nivel máximo anterior a la crisis. Esta vez, a los seis años del comienzo de la crisis y a los cinco de la quiebra de Lehman Brothers, seguimos por debajo del nivel anterior a la crisis.

Ahora bien, desde 2010 Francia tuvo un inicio de recuperación que la puso sobre los raíles de las salidas de la crisis tras los hundimientos de 1975, 1980, 1992 y 2001. Ha sido una política de austeridad cada vez mayor la que ha abortado ahora esa embrionaria recuperación. Pero igual que hay dietas que adelgazan definitivamente y otras después de las cuales se vuelve a coger peso, los partidarios de la austeridad a ultranza reprochan al presidente haber seguido el mal camino al optar por reequilibrar las cuentas públicas mediante la subida de impuestos en lugar de hacerlo a través de una reducción del gasto.

De hecho, entre 2010 y 2013, las retenciones obligatorias no han dejado de subir. Han pasado del 42,5% al 46% del PIB. Desde 2010, el 80% de la austeridad ha consistido, pues, en austeridad fiscal, lo cual ha mermado el poder adquisitivo de los hogares y ha obligado a las empresas a contribuir al esfuerzo. Esta fase ha terminado. Se supone que las retenciones aumentarán ligeramente en 2014 —al 46,1% del PIB—, y la austeridad gravitará esencialmente sobre el gasto.

El país asiste, además, a una oleada de agitación antifiscal, alimentada por el propio ministro de Economía, que ha ayudado a la pausa en este ámbito a la espera de la revisión profunda anunciada por el primer ministro en el pasado noviembre. Paradójicamente, los que más se manifiestan —las empresas— son aquellos a los que les van a bajar los impuestos.

Sin tanto ajuste, Francia podría estar creciendo por encima del 2%

Habrá recortes fiscales a empresas, pero más subidas para los hogares

Mientras que los hogares van a sufrir un aumento de impuestos de más de 12.500 millones de euros (IVA, impuesto sobre los ingresos, cotizaciones de jubilación...), las empresas se beneficiarán de una reducción de 10.000 millones, gracias a la entrada en vigor del CICE (Crédito de impuesto para la competitividad y el empleo), a los que hay que añadir los 4.500 millones de otras medidas (como el crédito de impuesto de investigación), de los que hay que restar 2.500 de imposición suplementaria del impuesto sobre sociedades. En resumen, un balance muy favorable para los empresarios.

En 2014 se controlará el déficit actuando más sobre el gasto público. El Gobierno quiere limitar su aumento al 1,7%. Para comprender mejor la importancia de este esfuerzo cabe recordar que, entre 2000 y 2007, su progresión fue del 4% de media y, en los últimos años, del 2,5%. No habrá, pues, una bajada global del gasto público, sino una desaceleración de su progresión como no se ha visto en décadas.

El 60% de ese esfuerzo acerca del gasto recaerá sobre las subvenciones a las colectividades locales, la masa salarial (congelación de los salarios de los funcionarios públicos y disminución de sus efectivos) y el gasto de inversión. El Estado de bienestar no se librará: soportará el 40% restante, principalmente en sanidad y jubilaciones.

 

GIRO EN BRUSELAS

Pero la opción de combatir el gasto público podría agravar los efectos de la austeridad. En efecto, desde hace más de un año, los expertos del FMI no dejan de repetir que, en períodos de crisis, una política de austeridad presupuestaria consistente en la reducción del gasto tiene efectos más negativos sobre la actividad y el empleo que las subidas de impuestos. La novedad se debe ahora a que algunos expertos de la Comisión Europea han llegado a la misma conclusión. Ian In’t Veld, economista de la Dirección General de Asuntos Económicos y Financieros, añade que la generalización de la austeridad en Europa aumenta el coste. ¡Y llega a sugerir a Alemania que reactive su economía!

Felizmente, a comienzos de 2013 Bruselas experimentó un primer giro ideológico y autorizó a Francia y otros países (España, Holanda y Portugal) a retrasar dos años, hasta 2015, el objetivo de alcanzar un déficit del 3% del PIB. Ello permitirá a la política presupuestaria gravitar un poco menos (0,9 puntos en 2014 frente a 1,4 este año) sobre la economía francesa.

Entre un problema de descontrol de las finanzas públicas y otro de austeridad de efectos mortíferos, el Gobierno intenta hallar claramente una vía intermedia. Su objetivo sigue siendo la necesaria disminución del déficit pero, tras haber subido mucho los impuestos, desea ahora levantar el pie. Comienza a tocar el gasto controlando su progresión en lugar de disminuirlo globalmente. Intenta limar el Estado de bienestar sin destruirlo. Quiere ganar tiempo apostando por el tratamiento social del paro para controlarlo.

Es esta vía intermedia la que decepciona al electorado de izquierda y enfada a los partidarios acérrimos de la austeridad liberal, cuyo mantra sigue siendo puramente ideológico: bajar los impuestos para cuestionar el Estado de bienestar, según Paul Krugman.

En una entrevista para Acteurspubliques.com del pasado 13 de noviembre, el presidente del Tribunal de Cuentas francés, Didier Migaud, intentaba mandar el mensaje de que “es posible hacerlo mejor con menos”. Y citaba, por ejemplo “el gasto en medicamentos, anormalmente elevado en Francia, que no se traduce en ventajas en términos de indicadores de salud”. Sin duda. Pero ninguno de los partidarios de la austeridad pide que se combata el poder de los laboratorios farmacéuticos o las retribuciones de los médicos. Una comparación del gasto público de diversos países europeos muestra que esto explica un punto de los 6,5 puntos del PIB en que Francia supera a la media europea. Pero la parte fundamental de la diferencia se debe a las jubilaciones, del orden del 13% del PIB, frente a un porcentaje entre el 8% y el 11% en el resto de los países en 2011. El Gobierno de Ayrault se ha esforzado en reducirlo, pero, una vez más, ajustando algunos indicadores en lugar de cambiar el sistema.

En resumen, no cabe duda de que Francia puede mejorar la eficacia de su gasto público y hacer algunos ahorros que serán bienvenidos. Pero no nos hagamos ilusiones: esas economías no satisfarán jamás a los extremistas de la austeridad. El presidente les envía unas muestras de deferencia que indignan a sus partidarios y no convencen a sus adversarios. La política del equilibrio es un juego difícil en el que se corre el riesgo de perder en los dos campos.