Energía // El hidrógeno, entre promesas y pistas falsas

Comparte
Pertenece a la revista
Abril 2022 / 101

Fotografía
Claudio Centonze / UE

Para alcanzar la neutralidad climática es necesario desarrollar el hidrógeno como alternativa a los combustibles fósiles, pero no en cualquier circunstancia.

¿Es el hidrógeno el comodín para ganar la batalla de las energías fósiles? Durante mucho tiempo ha sido un impreciso proyecto de futuro, pero hoy se considera un sector estratégico.

La Unión Europea ha anunciado ya más de 50.000 millones de euros en inversiones hasta 2030, de los cuales casi 9.000 corresponden a España.

Se debe emplear prioritariamente el hidrógeno allí donde no haya una alternativa menos costosa

¿Responde esta aceleración a la emergencia climática? Un estudio del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales (IDDRI por sus siglas en francés), dependiente de la Facultad de Ciencias Políticas de París, invita a los responsables de tomar decisiones al respecto a examinar dos puntos fundamentales para juzgarlo: por una parte, las condiciones de producción de esa molécula energética no emisora de CO2, y por otra, el uso que se quiere hacer de ella, teniendo en cuenta que su elevado coste económico exige una importante aportación de dinero público. Respecto al primer punto, no hay que perder de vista que, si bien el hidrógeno no emite CO2 durante su combustión, su producción puede ser muy emisora. Hoy, el hidrógeno (que no se puede recoger en la naturaleza) se produce, a partir de metano fósil, con fines industriales y, muy marginalmente, para uso energético. Sirve fundamentalmente para fabricar amoniaco para la industria de los fertilizantes y para desulfurar los carburantes petrolíferos. Esta producción de hidrógeno es la causante del 2% de las emisiones de gases de efecto invernadero.   

Verde y azul

Para que el hidrógeno (utilizado como reactivo industrial o, crecientemente en el futuro, para el transporte o como combustible) contribuya a reducir las emisiones de CO2 hay, pues, que descarbonizar su producción. Bien mediante electrólisis del agua, a condición de que la electricidad proceda de fuentes no emisoras de CO2 (nuclear o renovables), el denominado hidrógeno verde, o bien a partir de metano fósil, aunque estableciendo técnicas de captación y almacenamiento del CO2 emitidas en dicha operación, el denominado hidrógeno azul.

El hidrógeno azul, recuerda el IDDRI, plantea múltiples problemas, desde las fugas de metano en el momento de su extracción y transporte hasta las pérdidas de CO2 en los dispositivos de captura y de almacenamiento. La falta de demostración industrial en un contexto de emergencia climática hace de él una opción discutible. 

Si no estuviera garantizado el resultado esperado respecto a las emisiones evitadas, podría darse que hubiera que utilizar durante muchos años unos equipos que se habría demostrado que son nocivos para el clima, o clausurarlos antes de su rentabilización, con la cantidad de dinero en pérdidas que ello supondría. Estos problemas tienen también una dimensión internacional, pues los actuales exportadores de gas podrían ser mañana exportadores de hidrógeno azul. Su transporte implicaría inversiones en infraestructuras de transporte en suelo europeo cuyo balance, por las mismas razones, sería negativo, activos varados.

Un uso razonable

Por el momento, estas grandes orientaciones sobre la producción del hidrógeno no están claras, y lo que nos jugamos desde el punto de vista climático es importante. Lo mismo pasa a la hora de su uso. En efecto, producirlo es caro, sobre todo en el caso del hidrógeno verde. Por eso, si el hidrógeno es escaso y caro, ¿cuál es la manera más pertinente de utilizarlo? 

Se debe, insiste el IDDRI, emplear prioritariamente el hidrógeno allí donde no haya una alternativa menos costosa, ya sea ahorrando energía o utilizando directamente fuentes de energía descarbonizada. Para empezar, hay que actuar sobre los usos industriales ya existentes, en los que hay que pensar también en función del imperativo ecológico. 

El uso de los fertilizantes nitrogenados tiene un importante impacto climático. Reducir su uso disminuiría, pues, la necesidad de hidrógeno en el sector, aunque ello nos lleva a problemas de política agrícola y alimentaria.  El hidrógeno está también llamado a desempeñar un papel importante en sectores muy difíciles de descarbonizar: la producción de acero, el transporte marítimo y el transporte aéreo. Pero a condición, también, de controlar la demanda. Asimismo, su papel será importante para equilibrar la oferta y la demanda de electricidad en el caso de sistemas eléctricos 100% renovables. 

Hay otros ámbitos en los que la pertinencia del hidrógeno es dudosa. Es el caso del transporte pesado por carretera. La batería es una opción más estratégica en el caso de los transportes regionales (menos de 400 km diarios, equivalentes al 62% de la actividad de transporte pesado en la Unión Europea). En los trayectos más largos, el hidrógeno ofrece la ventaja de una gran autonomía, pero tiene el problema de las infraestructuras de aprovisionamiento. Hay también otras opciones (ferrocarril, autopistas con catenarias) no excluyentes entre sí. Finalmente, algunos usos no son claramente óptimos, pues las alternativas descarbonizadas son mucho más económicas, como es especialmente el caso de los coches o de la calefacción de edificios. 

Si se hace un uso razonable de él, el hidrógeno será la pieza que falta para cerrar la ecuación de la neutralidad de carbono en el futuro. En caso contrario, será un pozo sin fondo de gasto poco pertinente para el clima, a costa de los ciudadanos y para beneficio de los actores de este nuevo sector industrial.