“El 1% de ricos hace todo para que la sociedad no sea igualitaria” // Entrevista a Joseph Stiglitz

Comparte
Pertenece a la revista
Noviembre 2015 / 30

Joseph Stiglitz empezó a estudiar economía para cambiar el mundo. Hoy se dice “asombrado” por la brecha entre las aspiraciones de entonces y la realidad.

Joseph Stiglitz El profesor de Economía en la Universidad de Columbia acaba de publicar este año ‘La gran brecha’ (Taurus). FOTO: PARLAMENTO EUROPEO

Usted dice que la izquierda comprende mucho mejor los mercados financieros, y los mercados en general, que la derecha.

La única motivación de mucha gente de la derecha es ganar dinero. Y una de las maneras de ganar mucho es tener un monopolio. Fíjese en Microsoft, o en el hecho de que el sector bancario esté mucho más concentrado tras la crisis de lo que estaba antes. Para la derecha, todo va bien si los mercados hacen ganar dinero.

Los economistas de izquierda son mucho más sensibles al funcionamiento real de los mercados: ¿son transparentes?, ¿son competitivos? Por eso buscan una auténtica regulación que haga los mercados más eficaces. ¡Es una auténtica paradoja que las únicas personas que desean que los mercados funcionen como mercados estén en la izquierda!  

También dice usted que los dirigentes políticos de izquierda buscan el crecimiento tanto como los de derecha, pero que no se trata del mismo crecimiento. ¿Qué quiere decir con ello?

¿Cómo se puede medir el crecimiento? Un aumento del producto interior bruto (PIB) beneficia esencialmente al 1% de los más ricos, pero no es el síntoma de una economía sana. Los partidos de la derecha dicen: “Mientras un empresario como Bill Gates tenga éxito, la economía va bien”. Yo no lo creo así: en Estados Unidos, el ingreso mediano [el que divide a la población en dos, una mitad gana más dinero y otra mitad gana menos] es inferior al de hace un siglo y los salarios más bajos de la escala son inferiores a los de hace cincuenta años. Un crecimiento de izquierdas sería aquel que contribuye a reducir las desigualdades.

Una de las cosas que definen a la izquierda es también el convencimiento del papel fundamental del Estado en las innovaciones que cambian la vida de la gente.

Una economía innovadora es siempre resultado de una combinación de actores públicos y actores privados. En este reparto de tareas, las investigaciones fundamentales, las grandes ideas innovadoras proceden del sector público. El transistor, el láser, la secuencia del ADN, Internet... son fruto de las universidades públicas. Luego, el sector privado es mejor a la hora de transformar esas ideas en productos y beneficios. Las empresas privadas sólo querían descubrir la secuencia del ADN de algunos genes, los que les podían reportar dinero, y gracias a la investigación pública se hizo para la totalidad de los genes, en beneficio de todos.
 
Usted explica que abandonó su idea de estudiar física por la de estudiar economía para cambiar el mundo. Pero en su libro afirma que, cincuenta años después, no puedo por menos de asombrarse “por el abismo que separa nuestras aspiraciones de entonces y lo que hemos logrado”. ¿Por qué es tan difícil cambiar el mundo?

Yo estaba presente cuando Martin Luther King pronunció su célebre discurso I have a dream [‘Tengo un sueño’]. Hablaba de la discriminación racial, pero también de justicia social. El problema es que el 1% de los más ricos hace todo lo que está en su mano para mantener unas sociedades no igualitarias. Los privilegiados quieren conservar sus privilegios, los que están en una posición de monopolio quieren conservar su monopolio... La desilusión procede del hecho de que en democracia crecemos con la idea de que se supone que nuestras sociedades evolucionan en interés de las clases medias, cuyo objetivo es vivir con pocas desigualdades. 

En realidad, somos víctimas de un déficit democrático. Las grandes desigualdades económicas se traducen en grandes desigualdades políticas con la fórmula “un dólar-un voto”. En nuestras últimas elecciones presidenciales, cada candidato gastó 1.000 millones de dólares y la pró-xima costará aún más. Se recurre, entonces, a las “contribuciones”, que prefiero llamar “inversiones”: quienes dan dinero esperan que se les devuelva en forma de normas que favorezcan sus intereses. Por eso es tan difícil cambiar las cosas.

¿Por qué la crisis financiera, económica y social de los últimos años no ha sido favorable a las ideas progresistas?

Para mí ha constituido una gran decepción. En Estados Unidos, parte de la explicación es que el presidente Barack Obama no ha sido todo lo valiente políticamente que se podía esperar. Se ha rodeado de unos consejeros económicos demasiado próximos a la mentalidad de los mercados, que le han intimidado.

Roosevelt cambió la situación porque era Roosevelt y Obama no lo ha hecho por su culpa: ¿la ecuación personal del presidente es importante?

Estoy convencido de ello. [Franklin D.]Roosevelt tuvo valor. Aceptó luchar contra la fuerte oposición de que era víctima para imponer el Estado de bienestar o la regulación bancaria y financiera. Obama sólo ha sido un artífice de semimedidas. Ello se debe en parte a la diferente personalidad de ambos dirigentes, pero también a que hoy el dinero ocupa un lugar mucho más importante en las decisiones políticas que en los años treinta.

A pesar de todas esas desilusiones, usted sigue luchando en todos los frentes.

¡Aún tengo esperanza! En Estados Unidos, el asunto de las desigualdades se sitúa ahora en el centro de los debates políticos, tanto para los candidatos demócratas a las elecciones presidenciales de 2016 como para el republicano Jeb Bush. Hemos logrado modelar el debate nacional sobre esta cuestión.

La movilización de la sociedad civil también es alentadora. El 70% de los estadounidenses considera que el salario mínimo es demasiado bajo. Como es imposible lograr una mayoría sobre el tema en la Cámara de Representantes, en Los Ángeles, en Nueva York y en otras partes ha sido la presión de la sociedad civil la que ha conseguido que se decida aumentarlo. Finalmente, hasta el momento todos los candidatos demócratas a la presidencia son auténticamente progresistas. Ninguno tiene un proyecto del tipo de Tony Blair; incluso Hillary Clinton se ha distanciado de Bill prometiendo más regulación del sector financiero y de los salarios de la patronal. Y la gente acude en masa a los mítines. Creo que, desde hace décadas, el movimiento progresista no había sido tan fuerte. 

 

TEMAS RELACIONADOS

"Recordad la guillotina"