EE UU guarda bajo llave sus mejores chips

Por Yann Mens
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Enero 2023 / 109

Fotografía
IBM

Con el fin de poner trabas al progreso tecnológico chino, Washington prohíbe exportar los microprocesadores más avanzados al gigante asiático.
 
Evidentemente, no se trata de una guerra, pero sí tiene todo el aspecto de una gran ofensiva, en este caso, con arsenal jurídico. El pasado 7 de octubre EE UU decidió que, a partir de ahora, China se verá privada de los chips electrónicos estadounidenses más modernos, por ejemplo, los de los algoritmos de inteligencia artificial y los de tecnología militar avanzada. También estará prohibido venderles programas informáticos y equipos susceptibles de fabricar esos microprocesadores.
Esta vez, la medida no se centra en un objetivo determinado; todo lo contrario: si hasta ahora unas empresas chinas concretas como el gigante de las comunicaciones Huawei —sospechoso, según Washington, de estar controlado por los servicios de seguridad chinos—, han sufrido las sanciones de EE UU, ahora es todo el país el que las sufrirá.
El objetivo está claro: frenar el progreso tecnológico de Pekín para garantizar la incontestable superioridad de EE UU en este ámbito estratégico. De hecho, aunque se fabrican y se montan en el extranjero, sobre todo en Taiwán y Corea del Sur, los chips más elaborados generalmente se conciben y ponen a punto en suelo estadounidense. Con el fin de privar de ellos a su gran rival por la supremacía mundial, Estados Unidos quiere imponer la expedición de licencias de importación. Y lo hará con condiciones muy estrictas, según precisan las propias autoridades estadounidenses.
 
Giro de tuerca reglamentario
Una de las originalidades de la batería de sanciones del 7 de octubre respecto a las medidas precedentes es que no se refieren únicamente a los materiales, sino también al personal: los ciudadanos estadounidenses y los simples residentes en EE UU pueden ser perseguidos judicialmente si ayudan a China a desarrollar los chips prohibidos. Además, las sanciones afectan también a los proveedores no estadounidenses de China cuyos materiales contienen componentes concebidos en Estados Unidos. De ahí la inquietud manifestada por los industriales del sector y sus gobiernos, frecuentemente aliados de EE UU, en cuanto a la expedición por Washington de licencias autorizando la exportación a China y a las especificaciones tan precisas de los materiales afectados.

El riesgo es que China se lance a invertir en el desarrollo de sus propios procesadores

 
Los dos principales conglomerados coreanos del sector, Samsung y SK Hynik, han logrado provisionalmente seguir suministrando material a sus clientes chinos durante un año. Para la Unión Europea, que sufre de un considerable retraso en este terreno, como ilustra la propuesta de una ley europea de chips el pasado mes de febrero —pendiente de adoptar y de financiar—, el riesgo inmediato de daños colaterales es escaso. Existen incluso algunos nichos de excelencia relativamente autónomos de los componentes estadounidenses, en particular, en Países Bajos, donde la firma ASML tiene un monopolio de hecho sobre una tecnología hiperespecializada, las máquinas de litografía ultravioleta extrema. En su momento, la Administración de Trump presionó al Gobierno  neerlandés para que la empresa no suministrase a China algunos de sus materiales más  avanzados. Visiblemente, a la Administración de Joe Biden le gustaría lograr que la lista se amplíe.
Más allá de las fricciones que puede provocar con los aliados de Washington, una de las críticas de la salva de sanciones que el Gobierno de Washington ha impuesto a China suscita el temor, incluso en EE UU, de que induzca a China a invertir como nunca en los chips más complejos, a emprender una especie de Larga Marcha forzosa.