EE UU-China: la guerra fría económica

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Junio 2019 / 70

Crisis: El tiempo de la globalización, como vector de prosperidad mundial y pacificación de las relaciones internacionales ha pasado. 

Los presidentes Donald Trump y Xi Jinping, durante una reunión bilateral en Pekín en 2017. FOTO: LA CASA BLANCA

Chinamérica: quizá recuerden que ese era el nombre que, en la primera década del siglo XXI, propusieron el historiador Niall Ferguson y el economista Moritz Shulairck para describir la relación simbiótica que se había creado entre las economías de EE  UU y de la República Popular China tras la adhesión de este país a la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001. Los productos chinos invadían el mercado de Estados Unidos mientras las firmas estadounidenses incluían a China en sus cadenas globales de producción, beneficiándose de los bajos salarios de ese país y accediendo, a la vez, a un mercado potencialmente fenomenal.

La afluencia de capital chino presiona sobre los tipos de interés 

La negociación afecta a la naturaleza del desarrollo chino

China, por su parte, se sustentaba en la tecnología estadounidense para modernizarse y reciclaba sus excedentes comerciales hacia Estados Unidos comprando títulos de deuda pública estadounidense, lo que le permitía bloquear la apreciación de su tipo de cambio y seguir siendo ultracompetitiva. A su vez, la afluencia de capital chino presionaba en Estados Unidos sobre los tipos de interés a largo plazo*, estimulando el endeudamiento de los hogares y de las empresas de ese país, cuyo crecimiento económico podía así proseguir a pesar de un déficit exterior creciente, que era la imagen invertida de los excedentes por cuenta corriente chinos.

 

HACIA UN REEQUILIBRIO DE LOS INTERCAMBIOS COMERCIALES

Este modelo, que evoca la edad de oro de la globalización, se descompone ahora ante nuestros ojos. La escalada arancelaria iniciada por la Aministración Trump en enero de 2018 no es únicamente la reacción tardía de un país superado por el déficit creciente de sus intercambios bilaterales. El déficit del comercio con China, de un orden del 2% del PIB estadounidense, equivale a la mitad del déficit comercial total de Estados Unidos y al 80% de su déficit por cuenta corriente. Pero este último se ha contraído a la mitad respecto a los años 2000 y no supera el 2,5% del PIB desde 2013. Por su parte, China ha visto cómo su superávit por cuenta corriente* se hundía, pasando de un 10% del PIB en 2007 a prácticamente cero en 2018. Si bien el país sigue siendo excedentario en sus intercambios comerciales (3% del PIB), es deficitario en el mismo porcentaje en sus intercambios de servicios, debido fundamentalmente al auge del turismo chino hacia el extranjero. El argumentario tradicional sobre el neomercantilismo* chino y la infravaloración del yuan ha quedado, pues, largamente superado.

Xi Jinping ha virado hacia la autocracia y el dirigismo

Aunque el acuerdo que se está negociando entre China y Estados Unidos crea las condiciones necesarias para un reequilibrio de los intercambios en el horizonte de 2024, debido sobre todo al compromiso de Pekín de proveerse masivamente de productos estadounidenses en los ámbitos agrícola y energético, no trata especialmente de las cuestiones comerciales. Los negociadores tropiezan sobre todo contra la exigencia estadounidense de que China aplique estrictamente las normas de la OMC respecto a la propiedad intelectual, acabe con las transferencias obligadas de tecnología a las que se exponen las firmas estadounidenses que operan en China, elimine las restricciones a las inversiones extranjeras en los ámbitos controlados por las empresas públicas chinas, así como las subvenciones de todo tipo con que se benefician los productores chinos, a todo lo cual se añade, evidentemente, el establecimiento de un mecanismo de control de la efectividad de los compromisos de Pekín. Suponen toda una serie de puntos que afectan a la naturaleza misma del modelo de desarrollo chino y que son objeto en Estados Unidos de un apoyo político que supera las divisiones partidistas.

 

AMENAZA ESTRATÉGICA

La existencia de dicho apoyo demuestra el grado de amenaza estratégica que perciben tanto la clase política como las élites económicas estadounidenses. Aunque el carácter agresivo de la actitud estadounidense recuerda a la adoptada frente al Japón en la década de 1980, el desafío planteado por el ascenso de China es de una naturaleza y envergadura totalmente diferentes. Habría que remontarse a cuando Rusia puso en órbita alrededor de la Tierra el primer Sputnik para encontrar un sentimiento tan agudo de cuestionamiento del predominio de la tecnología estadounidense. La escalada tecnológica de Japón en la década de 1980 y los superávits por cuenta corriente que la acompañaron concernían a un país dos veces menos poblado (entonces) que Estados Unidos y situado bajo su paraguas atómico. La China comunista está cuatro veces más poblada que Estados Unidos y, aunque el nivel de vida de su población sigue siendo muy inferior al de las economías avanzadas, su masa económica, medida por unos tipos de cambio en paridad del poder adquisitivo*, supera ya a la de Estados Unidos.  Aunque su ritmo de crecimiento tiende a normalizarse, sigue siendo, al menos, el doble de rápido que el de Estados Unidos, que baja también a largo plazo.

Y, lo que es más importante, por más que China se haya abierto a la economía de mercado, es que sigue estando dirigida por un partido cuyo control sobre la sociedad ha subido un escalón al fichar digitalmente a la población.

El optimismo relativo que reinaba en Washington en en los primeros años del siglo XXI sobre el carácter ineluctable de una apertura política paralela a la apertura económica sufrió un duro desmentido en la siguiente década con la llegada al poder de Xi Jinping y la consolidación de su control de las instancias dirigentes del partido. La China de Xi no solo es más autocrática, como atestigua la abolición del límite constitucional de su reelección futura, más allá del segundo mandato presidencial iniciado en 2018, sino que también es más dirigista. La idea de que el mercado debe desempeñar un papel más decisivo en la asignación de recursos, que constituía el eje de las reformas llevadas a cabo desde 1978, ha sido abandonado por Xi, que no ceja de subrayar el papel de las empresas públicas a la hora de sustituir las importaciones por producciones locales.

En el ámbito financiero, el porcentaje de dichas empresas en los créditos otorgados por el sector bancario (bajo el control del Estado) ha pasado de un 30% en 2012 a un 80% en 2016. A la inversa, carente de crédito, el sector privado ve cómo su producción se estanca a la vez que las decisiones de sus empresas sufren un control cada vez más estrecho por parte de los cuadros del partido.

 

RIVALIDAD TECNOLÓGICA

Símbolo de las ambiciones chinas, el plan Made in China 2015  tiene como finalidad la de poner el poder financiero del Estado al servicio de la superioridad en ámbitos altamente estratégicios como la inteligencia artificial, la robótica, las telecomunicaciones, y las tecnologías de la información. Unas aspiraciones que serían perfectamente legítimas si no emanaran de un Estado cuyo objetivo oficial, reafirmado en un discurso de Xi Jianping y divulgado recientemente por la prensa oficial, sigue siendo el triunfo a escala mundial del socialismo (a la china) sobre el capitalismo. Y si no se basaran en lo que Estados Unidos califica como pillaje sistemático de las tecnologías extranjeras,  ya sea mediante el pirateo y el espionaje industriales, mediante la obligación que tienen las empresas extranjeras en operar en joint-venture con las empresas chinas o mediante la imposición de cesiones de tecnologías para acceder a los mercados públicos, las transferencias forzosas de tecnología se han convertido en un tema tanto más preocupante cuanto que ahora se trata de unas tecnologías sensibles desde el punto de vista de la seguridad nacional de los países afectados y de mantener la supremacía tecnológica a nivel planetario. 

El partido controla cada vez más las decisiones de la empresa

Xi reivindica el triunfo del socialismo sobre el capitalismo

Las transferencias de tecnología, un tema que preocupa

El renacimiento del nacionalismo económico estadounidense se inscribe, pues, en un contexto de exacerbación de la rivalidad hegemónica entre las dos superpotencias y en el de una República Popular China que se vuelve a centrar en sí misma. El porcentaje de las importaciones de bienes y servicios en el PIB chino, que pasó del 11% en 1990 al 28% en 2006, ha bajado al 18% en 2017 (véase gráfico). Para las aproximadamente 500.000 firmas extranjeras que operan en China, el paréntesis histórico del Eldorado chino parece cerrarse poco a poco. Y con él, esa idea de la globalización como vector de prosperidad global y de pacificación de las relaciones internacionales desaparece progresivamente tras la cruda realidad de una nueva guerra fría, esta vez económica, con unos desafíos multiplicados por la posibilidad de predominio global que han abierto las tecnologías de la información y de la inteligencia artificial, por no hablar de sus aplicaciones para usos militares.

 

EL DATO

El caso de Huawei

La detención el 1 de diciembre de 2018 en Canadá de Meng Wanzhou, directora financiera de Huawei, y las acusaciones de espionaje industrial y robo de propiedad intelectual del Departamento de Justicia estadounidense contra el gigante de Shenzhen constituyen un episodio clave en la escalada de la rivalidad tecnológica entre EE UU y China. Esta escalada se vio agravada cuando el pasado 19 de mayo Google cortó el acceso a sus actualizaciones a Huawei en apoyo de la decisión de la Administración de Trump de acabar con lo que denuncia como un pillaje de las tecnologías estadounidenses por parte de China. 

Símbolo del fulgurante despegue de la China posmaoísta, Huawei, fundada en 1987, ha alcanzado en tres décadas la cima en el ámbito de los equipamientos de telecomunicaciones, con un 28% del mercado global, por delante de las europeas Ericsson y Nokia. Pero, sobre todo, se posiciona como líder indiscutible para el desarrollo de la futura 5G. Muy ligada a las autoridades chinas, Huawei está implicada en la vigilancia masiva o rating social de la población china.

A comienzos de 2018, la venta de smartphones Huawei estaba prohibida en EE UU porque el fabricante chino era sospechoso de poner en sus teléfonos chips que permitían espiar la actividad de los usuarios estadounidenses. Para Washington, el surgimiento de un monopolio digital global sometido al poder chino constituye una amenaza de primer orden, lo que explica las presiones que ejerce sobre sus aliados occidentales y asiáticos para excluir a Huawei de las licitaciones sobre 5G. Es un proceso susceptible de cuestionar la participación de la empresa en las cadenas de producción globalizadas que podría acelerarse si el Departamento de Justicia estadounidense incluye a Huawei en la lista de empresas extranjeras embargadas, bloqueando así el acceso del gigante chino a los softwares y circuitos integrados estadounidenses. 

 

LÉXICO

Tipo de interés a largo plazo: rendimiento de los bonos y obligaciones emitidas por el Estado con vencimiento superior a dos años. Una gran demanda de esos títulos favorece el aumento de su cotización, lo que reduce su rendimiento.

Saldo de la balanza por cuenta corriente: saldo de los intercambios de bienes y servicios al que se añade el de los ingresos del capitales (intereses, dividendos) invertido por los residentes en el extranjero y por los no residentes en el país considerado, así como las transferencias sin contrapartida (ayuda al desarrollo, transferencias de dinero de los trabajadores inmigrados, etcétera).

Neomercantilismo: doctrina económica que concibe el comercio internacional como un juego de suma cero y asocia la prosperidad de un país a su capacidad de maximizar el saldo de sus cuentas corrientes. 

Tipo de cambio en paridad del poder adquisitivo: tipos de cambios teóricos, calculados igualando el precio de una cesta de bienes de una moneda y el de otra. Esos tipos pueden diferir significativamente de los tipos de cambio de los mercados.