Desafío // ¿Podemos defendernos de los cines negros?

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Mayo 2020 / 80

Ilustración
Adel Antemi Valiente

Los acontecimientos catastróficos e imprevisibles ponen a prueba la capacidad que tiene lo político de protegerse contra amenazas desconocidas. Sin embargo, existen algunas defensas.

¿Se habría podido prever la pandemia de covid-19 que golpea a todo el mundo? ¿Adivinar que surgiría en China antes de expandirse por el resto del planeta? ¿Que conseguiría hacer tambalearse la economía al obligar a países enteros a confinarse?

Para numerosos observadores, esta crisis sanitaria y económica es un cisne negro. La expresión, acuñada en la Antigüedad, fue durante mucho tiempo una metáfora para describir un acontecimiento considerado imposible… hasta que los exploradores europeos descubrieron un auténtico cisne negro en Australia. Hoy, el cisne negro es un concepto, teorizado por el estadístico libanoestadounidense Nassim Nicholas Taleb en un ensayo del mismo título publicado en 2007.

Designa un acontecimiento con tres características: a priori parece imprevisible, sus consecuencias son masivas y puede explicarse a posteriori (pues las informaciones que habrían permitido preverlo existían). Para Taleb, la historia está jalonada de cisnes negros: el asesinato del archiduque Francisco Fernando en 1914, los atentados del 11 de septiembre de 2001...

¿Es el coronavirus, entonces, un cisne negro? No todo el mundo está de acuerdo. Paul Charon, responsable del programa Información y anticipación del Instituto de Investigación Estratégica de la Escuela Militar de Francia (IRSEM) observa: “la mayoría de los organismos encargados de la anticipación estratégica habían previsto una pandemia ligada a una enfermedad respiratoria”, como el Consejo Nacional de Información estadounidense desde 2004 y el libro blanco francés sobre la defensa en 2008… “Los especialistas incluso anticiparon que el origen del virus sería China o el Sureste asiático, donde la gran densidad de población y de animales facilita la transmisión entre especies”, añade. “Tenemos otra metáfora para estas situaciones: hablamos del elefante negro, pues la amenaza, que se percibe claramente, no conlleva ninguna medida correctiva por parte de los gobiernos”, prosigue Charon, quien distingue varios obstáculos que impiden que se tengan en cuenta estas amenazas: sobrecarga de información, diversos sesgos cognitivos o tendencia a trabajar sobre las amenazas señaladas oficialmente en detrimento de potenciales amenazas futuras.

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Es preciso estudiar la resiliencia de sistemas complejos y cambiantes

¿Cómo protegerse de los próximos acontecimientos imprevistos? “En el ámbito sanitario sería pretencioso decir que se pueden anticipar todos los escenarios de crisis”, explica Pierre André Juven, sociólogo de la salud en el Centro Nacional de Investigación Científica de Francia (CRNS). Esta incertidumbre natural no debe impedir que el sistema sanitario se prepare para absorber futuras conmociones, lo que exige, según él, abandonar la goberanza de los hospitales públicos basada en la optimización. “Los indicadores de eficacia, como el índice de ocupación de camas, conducen a que el sistema sanitario funcione a pleno rendimiento en una situación normal. Y en el momento en que se ve desbordado por un elemento incontrolado llegan los estragos”, señala Juven. Dar márgenes de maniobra al servicio público para hacerlo más resiliente no significa que logremos parar cualquier tipo de crisis sin daños, pero sí que podremos responder mejor.

 

Resiliencia económica

Esta resiliencia puede crearse más allá del sector sanitario. Para la economista Laurence Scialom, profesora en la Universidad ParísNanterre, la crisis pone de manifiesto la vulnerabilidad de todo el sistema: longitud de las cadenas de valor, producción ajustada y, sobre todo, inestabilidad del sistema financiero.

Este último no logra, en tiempos tranquilos, protegerse frente a la próxima crisis. “Es la paradoja de la tranquilidad de Minsky: cuando todo va bien, baja la aversión al riesgo, y todo el mundo —tanto los bancos como las empresas— se autoprotege menos, se endeuda en exceso y se queda con un capital insuficiente. Pero en el momento en el que el ciclo da la vuelta, todo el mundo se da cuenta de que no está suficientemente capitalizado. Las empresas intentan desendeudarse y los bancos cortan los créditos para reducir su balance. Estos ajustes procíclicos no hacen sino agravar la crisis.

“Si hace 50 años, cuando las finanzas estaban muy reguladas, hubiera sobrevenido una crisis como la de ahora no habría habido un cataclismo financiero como el actual”, estima Scialom. La economista hace un llamamiento a “segmentar las actividades de depósito y de mercado” para “acabar con esos bancos too big to fail”.

Esta política de resiliencia permitirá también, según ella, luchar contra los efectos de otros cisnes, esta vez verdes. Esos “cisnes verdes” son, en cierto modo, los cisnes negros del cambio climático. Mencionados por primera vez en enero de 2020 en un informe del Banco de Pagos Internacionales (BPI) —organización que reúne a muchos bancos centrales— esos palmípedos inquietan aún más que sus homólogos negros. En primer lugar, según el informe, existe un “alto grado de seguridad” de que se materializarán en el futuro debido al progreso del calentamiento global. En segundo lugar, su naturaleza misma entraña un riesgo existencial para la humanidad, y su dinámica de complejas interacciones y de reacciones en cadena hace que los cisnes verdes sean mucho más imprevisibles que los cisnes negros “habituales”.

Según Matthieu Auzanneau, director del think tank The Shift Project, estamos ya en ese futuro. “La crisis energética nos ha hecho abandonar el bussines as usual desde 2008”, afirma. Esos riesgos de nuevo tipo exigen una política de prospectiva estratégica como la llevada a cabo por Francia en la posguerra para reconstruir el país. “La crisis sanitaria del coronavirus muestra que sólo el papel planificador del Estado puede responder a la increíble fragilidad del sistema”, observa Auzanneau.

 

Imaginación y pesimismo

La prospectiva no constituye, sin embargo, una ciencia sencilla. “Hay muchos escenarios que nunca se anticipan porque los analistas los dejan de lado por considerar, consciente o inconscientemente, que la hipótesis es poco creíble por no decir inverosímil”, subraya Paul Charon, que considera que, en estos casos, la imaginación es una virtud fundamental.

Matthieu Auzanneau abunda: “el único modo de explorar un futuro que va a sufrir una conmoción es inventar futuros diferentes, agradables o desagradables”. De ahí la necesidad de “cultivar cierto pesimismo” que no deja de recordar al “catastrofismo ilustrado” reivindicado por el filósofo Pierre Dupuy. Esta actitud, auténtico caminar al borde del precipicio intelectual, exige no solo imaginar un futuro espantoso, lleno de cisnes y de elefantes negros (o verdes), sino también considerarlo un “destino” con el único fin de tomarlo en serio para evitar que se materialice.