Cuando las élites rechazan al pueblo

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Octubre 2016 / 40

El voto en el Reino Unido a favor del Brexit, la anunciada presencia del Frente Nacional en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas, el auge de los partidos populistas extremistas en Europa, Donald Trump elegido por millones de estadounidenses como candidato a presidir la primera potencia mundial. No hay duda: es la expresión del rechazo de las élites por el pueblo.

Podríamos entretenernos recordando que el ex campeón del Brexit, Boris Johnson, ha estudiado en Eaton y Oxford, el clásico trayecto de las élites británicas, que Trump es  millonario, etc. En resumen, que no son precisamente los mejores representantes del pueblo. Pero el problema es más grave. La causa de esas letales evoluciones políticas se halla en el rechazo del pueblo por unas élites políticas y económicas.

 

EL ABANDONO DE LAS POLÍTICAS 

Jean-Jacques Rousseau ya nos previno en su Discurso sobre la economía política, publicado en 1755 en la Enciclopedia: “El peor de los males ya está hecho cuando hay pobres que defender y ricos que refrenar”. Thomas Piketty ha puesto cifras a una realidad social que se vive en muchos países: los ricos se enriquecen deprisa y los pobres ven escasas posibilidades de mejorar su condición. Los recientes estudios de otros especialistas en desigualdades, como Branco Milanovic o Anthony Atkinson, confirman esa constatación.

¿Quién es responsable de esa situación? Los partidos conservadores no sólo se burlan de ella, sino que hacen todo lo posible por acentuar la tendencia de los ricos a seguir enriqueciéndose. No hay más que ver a los candidatos a las primarias de la derecha francesa, que prometen menos impuestos para los ricos y menos reparto del Estado de bienestar. Por su parte, los partidos socialdemócratas han abandonado la lucha: hoy, pretender defender a los pobres y, sobre todo, refrenar a los ricos significa pertenecer a la izquierda anticuada y retrógrada.

Y por lo que se refiere a los jefes del CAC 40, que cobran anualmente de media cerca de doscientos cincuenta años de salario mínimo o el salario anual  que cobraría un cuadro medio durante setenta años de vida activa, viven en un mundo ajeno al de la mayoría de la gente. 

En medio del auge del fervor revolucionario de 1788, al abad Sieyès denunciaba en su Ensayo sobre los privilegios esa voluntad de ruptura de las élites económicas y políticas: “Me doy cuenta, ustedes no quieren tanto ser distinguidos por sus conciudadanos como distinguirse de sus conciudadanos”.

 

EL PRECIO QUE PAGAR

Nuestras sociedades terminan por sufrir los costes de ese abandono. Los pobres, en realidad todos los que sufren o sienten la amenaza de un desclasamiento, terminan por rebelarse. Su revuelta pasa hoy por el rechazo a todo lo extranjero —el inmigrante, Europa, la globalización— y a los que consideran responsables de su situación, en un batiburrillo en el que se mezclan el rico, Bruselas, el jefe, China, el alto funcionario, el político, etc.

Esta revuelta es hasta el momento pacífica porque se expresa fundamentalmente a través de las elecciones. Hasta el presente, la consecuencia más dañina ha sido el Brexit. ¿A la espera de unos resultados electorales más dramáticos?

Nuestras élites deberían ser las primeras en evitarlo pero, como decía el economista liberal inglés John Stuart Mill en sus Principios de economía política de 1848, “todas las clases privilegiadas y poderosas han utilizado su poder en beneficio de su egoísmo”. Por desgracia, sigue siendo cierto, y no estamos más que empezando a pagar el precio.