Cuando el Reino Unido amaba a la UE

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Abril 2019 / 68

Consulta: Tras 10 años de negociaciones, Gran Bretaña entró en la CEE en 1973. La decisión fue ratificada por un referéndum que se celebró en junio de 1975.

El conservador Edward Heath. El laborista Harold Winston. FOTO: Yoichi Okamoto

“¿Desea permanecer en la CEE?” El 6 de junio de 1975 es un día de referéndum en el Reino Unido. Pero ¿por qué esta pregunta cuando el país ha entrado en la Comunidad Económica Europea, CEE, como se decía entonces, solo dos años y medio antes, el 1 de enero de 1973? Por dos razones: porque el proceso de entrada en Europa ha sido muy laborioso, han pasado 10 años desde la primera petición y porque la adhesión, aunque ratificada por el Parlamento británico, está siendo muy criticada en el país.

 

PASOS ATRÁS Y PASOS ADELANTE

Efectivamente, la adhesión ha sido muy laboriosa. Frente a la URSS, los británicos son favorables al acercamiento franco-alemán que se inicia a comienzos de la década de 1950 con la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), fundada en 1951, así como con el proyecto de Comunidad Europea de Defensa (rechazado finalmente por Francia). Pero prefieren quedarse al margen y continuar, como dice Winston Churchill que había vuelto al 10 de Downing Street en 1951, mirando “al mar abierto”. En 1950, la Commonwealth, el antiguo imperio colonial, representa aún el 40% del comercio del reino, frente a únicamente un 25% en el caso de Europa occidental. 

En 1959, el tratado de Roma, por el que se crea el mercado común entre Francia, la República Federal Alemana (RFA), Italia y el Benelux, se firma, pues, sin los británicos. Estos le oponen la creación, en 1960, de la AELE, Asociación Europea de Libre Comercio con países occidentales no miembros de la CEE (Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal, Suecia, Suiza). Se trata de disminuir los derechos de aduana para facilitar el comercio, pero sin tarifas exteriores comunes, lo que deja a los británicos las manos libres para comerciar como les parezca con el resto del mundo, especialmente con Estados Unidos y la Commonwealth.

Sin embargo, las cosas cambian. Ya no hay Imperio Británico, el porcentaje de comercio con la Commonwealth disminuye, mientras que el que se realiza con la Europa occidental aumenta, y no tanto con los pequeños países de la AELE como con la CEE. El dinamismo económico de Europa, pues, es evidente. Los índices de crecimiento anuales medios del PIB son superiores a los del Reino Unido: 2,6% en el caso de este último entre 1949 y 1963, frente a un 4,6% en el de Francia, 7,8% en el de Alemania Occidental y 5,8% en el de Italia. A la economía británica le interesa, pues, acercarse a esas potencias en pleno crecimiento, indudablemente estimuladas por el establecimiento del mercado común: los intercambios entre los Seis se han duplicado entre 1958 y 1961.

Los financieros de la City miran también hacia el continente: tras el fin del papel internacional de la libra, los banqueros londinenses han sabido captar el mercado de los dólares que circulan por Europa (los eurodólares) y la integración en Europa no puede por menos que serles aún más favorable. 

 

EL PAPEL CLAVE DE FRANCIA

Harold Macmillan, primer ministro conservador, resume la situación en 1962: “¡Es mucho más interesante ser un elemento más de un mercado en expansión que un factor preponderante de un mercado en recesión!” Desde 1961, animado por los sondeos que indican que cuenta con el apoyo de una (pequeña) mayoría de británicos, llama a la puerta de la CEE y discute las condiciones de la adhesión, entre otras, la contribución británica al presupuesto comunitario. Pero en 1963, el general De Gaulle ejerce su derecho de veto a la entrada de los británicos, a los que acusa de mantener lazos militares privilegiados con los estadounidenses. También considera que esa entrada es una amenaza para el liderazgo francés en Europa. Una segunda tentativa, lanzada de Harold Winston, primer ministro laborista, en 1967 recibirá el mismo veto de Francia.

Sin embargo, no por mucho tiempo. Georges Pompidou, elegido presidente tras la dimisión de Charles de Gaulle, se muestra más abierto. Desea reequilibrar la Comunidad: frente a la poderosa RFA con su marco tan fuerte y que, guiada por el socialista Willy Brandt, mira cada vez más al Este, el refuerzo del Reino Unido sería bienvenido.

A cambio de levantar su veto, Francia obtiene una consolidación de su política agrícola común (PAC) y la reafirmación de las reglas existentes. La cumbre de mayo de 1971 entre el primer ministro conservador británico, Edward Heath, y Georges Pompidou consagra el acuerdo político sobre la organización y el papel de Europa en el mundo. Y 18 meses de negociaciones permiten establecer una serie de medidas transitorias, especialmente sobre el tema de la contribución presupuestaria británica, que no debe alcanzar su cantidad plena hasta 1980. Ratificada por los Parlamentos de ambas partes, la entrada del Reino Unido en la CEE —el brentry — es efectiva el 1 de enero de 1973 (así como la de Irlanda y Dinamarca).

 

‘NO ENTRY ON TORY TERMS!’

Pero el acuerdo obtenido por un gobierno conservador, en aquella época eurófilo, no satisface a la oposición laborista, que denuncia las condiciones de la adhesión. “No entry on tory terms!” (no hay entrada con las condiciones de los conservadores) se convierte en su eslogan de las elecciones de 1974. Es una forma hábil para el líder laborista Harold Wilson, favorable a la adhesión, de separarse de una base mayoritariamente hostil. Los laboristas denuncian los peligros de una evolución supranacional, con una política económica y monetaria común decidida fuera del Parlamento británico, en un momento en el que la situación económica y social se está degradando. Son sensibles al nacionalismo de una base afectada por las crisis petroleras, la inflación (+10% anual) y el paro (cerca de un millón de parados en 1975) ligado al declive de las industrias tradicionales (minas, automóvil, astilleros). De vuelta al poder en 1974, consiguen una renegociación: en la cumbre de Dublín de 1975, se establecen una serie de mecanismos correctores en caso de dificultades económicas, así como un fondo europeo para las regiones con problemas. Además, la Convención de Lomé, firmada por la CEE y muchos países del tercer mundo, favorece el comercio con la Commonwealth.

En 1963 De Gaulle vetó la entrada de los británicos a la CEE

En 1975, el ‘sí’ a la entrada en la CEE ganó con el 65% de los votos

Con el respaldo de esas garantías y concesiones obtenidas en Dublín, el Gobierno laborista somete a referéndum la permanencia del país en la CEE. Durante la campaña, los dos principales partidos están divididos. La opinión pública, que en noviembre de 1974 estaba en un 38% a favor del no, frente a un 31% favorable al , cambia porque le convencen los nuevos términos de la negociación. El 5 de junio de 1975, dos tercios de los electores acuden a las urnas y el sí gana ampliamente con un 65% de los votos frente a un 33% de noes.

Pero el deterioro de la situación económica y social en los años siguientes —ligada a la coyuntura internacional, al retraso de competitividad de la industria británica y a la debilidad de la libra— que obliga al país —última humillación— a acudir a un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) en 1976, provoca una grave crisis social.

En el invierno de 1978-1979, bautizado The Winter of discontent (el invierno del descontento), en referencia al comienzo del monólogo de la obra de William Shakespeare Ricardo III, el país se ve sacudido por una oleada de huelgas en todos los sectores que incluso llegan a provocar cortes de electricidad. Muchos culpan entonces a la CEE. La nueva primera ministra, la muy conservadora Margaret Thatcher, sobresale en este sentido. Pero el Reino Unido sigue en Europa hasta que un segundo referéndum, iniciado en esta ocasión por los conservadores, desemboca, el 23 de junio de 2016, en la opción de abandonar la Unión Europea con un 51,9% de los votos. El brexit se ha lanzado.