Auge yihadista en el centro de Mali

Por Yann Mens
Comparte
Pertenece a la revista
Julio 2019 / 71

Corrupción, carencias del Estado, frustración de la población… el terreno es propicio al arraigo del movimiento yihadista en el centro del país.

Poblado maliense de Mopti. FOTO: Emilio Labrador

Aunque lo preparen fuerzas especiales hiperentrenadas, el asalto a un campamento yihadista es una operación de alto riesgo. Y el que las tropas francesas llevaron a cabo la noche del 9 al 10 de mayo pasado se saldó con la muerte de dos de sus mejores hombres. La operación tenía como objetivo liberar a dos turistas secuestrados ocho días antes en un parque natural de Benín y transferidos por sus secuestradores a la vecina Burkina Faso. Según las informaciones recogidas por los servicios franceses, el viaje de los rehenes debía continuar hacia el norte. Sus carceleros tenían previsto entregarlos a la Katiba Macina, una facción yihadista de Mali, en manos de la cual habría sido casi imposible liberarlos. De ahí la decisión de llevar a cabo ese asalto de consecuencias trágicas.

 

LUCHA POR LOS PASTIZALES

En el África Occidental, los yihadistas se burlan cada vez más de las fronteras. Han aprendido de su fracaso de 2013, cuando fueron expulsados de las grandes ciudades (Gao, Tombuctú, Kidal) por los ejércitos franceses y chadiano, y se han replegado en las zonas rurales aprovechando la ocasión para ampliar su campo geográfico de actividad. Desde 2015, la Katiba Macina, miembro de la facción del África Occidental de Al Qaeda, está implantada en la región de Mopti, en pleno centro del país. Este arraigo se explica por la capacidad que tienen los yihadistas de sacar partido de las frustraciones que provocan a la población el Estado central y las elites regionales, y de insertarse en los conflictos locales para desempeñar el papel de desfacedores de entuertos.

Por ejemplo, los entuertos financieros. ¿Hay algo mejor para ganarse a los ciudadanos que recortar los impuestos, sobre todo cuando han aumentado desmesuradamente? La raíz del conflicto está sobre todo en los pastizales, ricos en burgu, una gramínea que crece en las llanuras inundadas del delta interior del Níger a un metro de profundidad. Las plantas son accesibles para el ganado cuando baja el nivel del río durante la estación seca. El acceso a esos pastos es vital para la supervivencia de las reses, que, en esa época del año, no disponen de otros pastos debido a la falta de lluvias. Desde hace varios siglos, la trashumancia del ganado está reglamentada, pues el delta interior del río no solo da de comer a los ganaderos, sino que los agricultores cultivan en él arroz y los pescadores capturan peces.

“El burgu pertenece a Dios, lo mismo que el agua que lo hace crecer”

Los yihadistas imparten una justicia brutal y expeditiva

Tradicionalmente, los notables locales, los dioros (o jefes de los pastizales) son los encargados (véase recuadro) de regular el paso del ganado en unas épocas determinadas y a través de corredores concretos para que los animales no deterioren los cultivos. Esa labor está retribuida. Es una retribución que algunos de ellos han aumentado progresivamente. Los yihadistas de la Katiba Macina han obligado a los dioros a rebajar sus exigencias en nombre de un lema de tono religioso, pero con resonancia social y económica en el contexto del  Mali central: “El burgu pertenece a Dios, lo mismo que la lluvia que lo hace crecer”. Las quejas de la población sobre la trashumancia se suman a muchas otras sobre la arbitrariedad de los servicios del Estado y, sobre todo, al servicio de las aguas y bosques a cargo de la lucha contra la desertificación, observan los investigadores Tor A. Benjaminsen y Boubacar Ba. Los agentes de este servicio “estaban autorizados a quedarse con una parte de las multas que recaudaban, además de las que recaudaban sin entregar un recibo (…). La fuerte posición de que goza el servicio de bosques en la Administración maliense se debe, en cierta medida, al potente discurso internacional sobre la desertificación, sostenido por la ayuda al desarrollo”. Reprobados por muchos habitantes, estos agentes han formado parte de las primeras víctimas de los yihadistas, que se presentan como los nuevos administradores de justicia. Es una justicia brutal y expeditiva, pero más rápida que la del Estado, sobre todo en lo referente a los conflictos por las tierras. Como en otros países en donde se han implantado los yihadistas (Afganistán, Somalia, etc.), esta ventaja comparativa sedujo a parte de la población. Al menos al principio, pues las normas puritanas que esos grupos imponen mediante la violencia, los impuestos que establecen para financiar sus actividades y las iniquidades a las que se entregan contra sus enemigos, reales o imaginados, terminan con frecuencia por hacer que pierdan el favor de aquellos que al principio les habían apoyado o, al menos, tolerado.

 

LOS GANADEROS, MAYORITARIAMENTE FULANIS

En el centro de Mali, los yihadistas de la Katiba Macina, que han restablecido por la fuerza algunos derechos consuetudinarios de los ganaderos, están generalmente asociados a la comunidad fulani. En efecto, como en otras regiones del África Occidental, aquello a lo que uno se dedica coincide en parte con la pertenencia etnolingüística. De este modo, la mayoría de los ganaderos son fulanis, los agricultores son generalmente dogones y los pescadores, bozos. El fundador del grupo, Amadou Koufa, que predicó durante mucho tiempo en la región antes de tomar las armas, es fulani. Y antiguos miembros del Mujao (Movimiento para la Unicidad y la Yihad en África Occidental) —un grupo yihadista dominado por fulanis frecuentemente procedentes de Níger y de Burkina Faso que, en 2012, controló Gao antes de ser expulsado por las tropas francesas y chadianas— se han unido a la Katiba Macina. 
La asimilación de este grupo solo a los fulanis puede ser precipitada. Según los testimonios recogidos por un estudio del Clingedael Institute, el movimiento yihadista contaría con miembros de otras etnias.

En todo caso, las diversas facciones a las que se asocia, en el seno de la rama del África Occidental de Al Qaeda, están constituidas por combatientes de otras comunidades, empezando por los tuaregs. Sin embargo, para el ejército maliense, los fulanis, sobre todo los jóvenes, son sospechosos de simpatizar con el grupo yihadista. De ahí, por ejemplo, las detenciones arbitrarias de pastores por portar armas, a pesar de que las necesitan para proteger a sus rebaños de los ladrones de ganado. Unos ladrones que, además, con frecuencia son fulanis. Estas detenciones y la violencia indiscriminada a la que se entregan regularmente los soldados nutren las filas de los yihadistas.

 

REVUELTA DE LOS JÓVENES

En realidad, las líneas de fractura en el seno de la sociedad maliense, sobre las que prosperan estos grupos armados y cuyas raíces históricas son frecuentemente muy antiguas, no son únicamente etnolingüísticas. Así, los dioros pertenecen a la comunidad fulani, pero para una parte de esa comunidad, esos jefes de los pastizales se han involucrado en el Estado y han traicionado su antigua función de mediadores. El discurso contra las elites tradicionales, difundido por Amadou Koufa en sus sermones, tiene eco en las diferentes categorías sociales, como observa Adam Thiam en un informe del Centre pour le Dialogue Humanitaire: “La sociedad maliense —y en un sentido más amplio, la saheliana— se enfrenta a un ascensor social bloqueado por la rigidez de las relaciones estatutarias tanto entre nobles y descendientes de esclavos como entre notables urbanos y poblaciones rurales, entre imanes por herencia y líderes religiones contestatarios de un orden intangible, y en un sentido más amplio, entre una juventud que contesta a las autoridades tradicionales y que es mayoritaria por el efecto mecánico de un crecimiento demográfico que rejuvenece a la población”.

El discurso islamista radical es atractivo para los jóvenes

La retórica contra los notables seduce a la juventud

De hecho, la retórica antielites resuena entre los antiguos esclavos de los fulani a los que se les asignaba las labores agrícolas, una actividad considerada menos noble que la ganadería. Aunque hoy son jurídicamente libres, siguen sufriendo segregación social. El discurso islamista radical, que subraya la igualdad (al menos teórica) entre creyentes, puede representar un atractivo para ellos. Igualmente, en la medida en que cuestiona la supremacía de los ancianos, la retórica contra los notables seduce a los jóvenes que no quieren que se les siga asignando una posición subalterna. Como en otros contextos, africanos o no, tomar las armas es un modo de imponer su ascenso social a los mayores. 

Tomar las armas es un modo de imponer el ascenso social 

Sintomáticamente, hallamos una voluntad de emancipación similar entre los fulanis que entre los demás, por ejemplo, entre los jóvenes dogones que sirven como exploradores al ejército nacional en las operaciones de rastreo contra los yihadistas, observa Adam Thiam. En efecto, para combatir la implantación yihadista, las fuerzas armadas, que solo practican incursiones en zonas rurales, utilizan a su vez las fracturas de la sociedad maliense. Han dejado que se desarrollen milicias de autodefensa constituidas por dogones para defenderse de los atropellos atribuidos a los fulanis, con el riesgo de una escalada de enfrentamientos intercomunitarios que ello implica.

El pasado 23 de marzo, tras el ataque a dos pueblos dogones, tuvo lugar una masacre atribuida a esos grupos de autodefensa que causó al menos 134 víctimas civiles en un pueblo fulani. El presidente de Mali anunció la disolución de la milicia. Pero el jefe del grupo se ha negado a ello, considerando que solo se llevará a cabo cuando las autoridades sean capaces de proteger de verdad a la población. Es un desafío en un momento en que, frente a las carencias del Estado, su incapacidad para solucionar conflictos socioeconómicos recurrentes y la corrupción de las elites, políticas y administrativas, han prosperado los grupos yihadistas. 

 

EL DATO

¿La costumbre o el derecho del Estado?

El sistema consuetudinario que regula la trashumancia en el centro de Mali fue codificado por la Diina, el imperio fulani que reinó en esta región entre 1818 y 1862, que impuso su cumplimiento por la fuerza si era necesario. La colonización francesa lo conservó y también el Estado maliense independiente, pero con el tiempo, su funcionamiento se ha degradado. La política de desarrollo de la agricultura, cuyo símbolo es la creación de la Oficina Riz Mopti en 1991, unida al fuerte crecimiento demográfico de la región, ha favorecido cada vez más a los campesinos en detrimento de los ganaderos. Un movimiento que se ha visto acentuado por una serie de factores medioambientales. La disminución del nivel de las aguas del río ha alargado los periodos en los que se puede cultivar arroz.

Y, por si fuera poco, el derecho de tenencia de la tierra instaurado por el colonizador e inspirado en el derecho romano, y después modificado por el Estado maliense, se superpone al derecho consuetudinario que regulaba la trashumancia. El Estado sigue sin arbitrar los conflictos que resultan de las diferencias entre las dos normas. Y lo que es peor, como observan los investigadores Tor A. Benjaminsen y Boubacar Ba, una serie de funcionarios y de magistrados se han dedicado a prolongar los contenciosos para cobrar durante más tiempo los sobornos de cada una de las partes que piensan con ello ganar el litigio.