43 — PEDIGÜEÑOS // Día 25

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Diciembre 2020 / 8

Ante la perspectiva de la vuelta a una cierta normalidad, las fuerzas vivas de la riqueza se están moviendo. Nunca han dejado de hacerlo, pero ahora empiezan a mostrarse en público. En lo más duro del confinamiento les interesaba estar callados o hacerse ver con obras de caridad. Pero ha llegado el momento de tomar posiciones. Lo que van a pedir todos es un rescate: que el Estado les compense por lo que han dejado de ganar.

Esto del capitalismo tiene guasa. Sus defensores (entre mis colegas de profesión hay muchos que lo han convertido en una cuasi religión con sus dogmas indemostrables y su preferencia por el adoctrinamiento, con su sectarismo) alegan que la empresa privada y el mercado son la única forma de garantizar la eficiencia y el bienestar. Que la competencia es el principal instrumento para que todo el mundo sea eficiente. Y que dar ayudas a la gente solo sirve para crear vagos, dependientes e inútiles. 

En la pandemia hemos podido ver la inutilidad del mercado. El sector público, con todas sus deficiencias, es el que ha salvado vidas y ha ofrecido ayudas, aunque insuficientes, pero reales a mucha gente. El mercado ha sido incapaz de suministrar bienes necesarios para hacer frente al problema. Más bien ha mostrado su cara más atroz en forma de vendedores de productos de mala calidad y de especuladores. Cuando el mundo empresarial ha ofrecido alguna respuesta, se ha basado más en la cooperación que en la competencia. Y ahora los que habitualmente denigran las ayudas son los que piden ayudas masivas para ellos.

No habrá dinero para todos y debemos exigir que el que llegue cumpla tres criterios: 1) que vaya primero a la gente más necesitada (ahí podemos incluir pymes y autónomos); 2) que el destino se decida en un proceso de debate público y esté orientado a crear las bases de un mundo diferente, y 3) que el dinero público que llegue al mundo empresarial esté condicionado al cumplimiento de condiciones estrictas, con procedimientos de control definidos.

Son demandas muy modestas. Podemos pensar otras más radicales. Pero si no conseguimos que estas mínimas se cumplan estaremos de nuevo ante otra gran estafa colectiva, como la que padecimos en 2008-2012.