¡Abajo las máquinas! El ludismo y sus razones

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Septiembre 2021 / 94

Revuelta: En 1811 y 1812, los obreros ingleses se dedican a romper las máquinas, a las que acusan de robarles el empleo. Había nacido el ludismo.

Los primeros destructores de máquinas son considerados hoy los héroes de los movimientos de resistencia que se levantan contra el predominio del maquinismo productivista y la tecnociencia. Sin embargo, es necesario situar el ludismo en su contexto histórico concreto para entender su auténtico alcance. 

La década de 1810 es un periodo muy difícil para los obreros en Inglaterra. El país está sometido al bloqueo continental impuesto por Napoleón y soporta las consecuencias del conflicto que le enfrenta a EE UU. La depresión industrial es sinónimo de paro y de bajada de salarios. Además, la mala cosecha provoca un aumento del 75% del precio medio mensual del trigo entre julio de 1811 y agosto de 1812. En resumen: los salarios se hunden y las familias obreras se alarman. Es en ese contexto general de crisis en el que se producen una serie de acciones espectaculares de destrucción de máquinas en las regiones textiles del norte y del centro-oeste de Inglaterra.

El primero en movilizarse es el sector de fabricación de género de punto de la región de las Midlands: los disturbios, que parten de Nottinghamshire en marzo de 1811 y se extienden a los condados de Leicester y Derby; duran hasta febrero de 1812. Revueltas similares estallan en las pañerías del West Riding de Yorkshire, y la violencia alcanza su apogeo en Rawfolds, en abril del mismo año, con el célebre ataque a la manufactura de William Cartwright, transformada en una trinchera frente a 150 asaltantes.  Finalmente, en Manchester y Stockport, en el noroeste algodonero, tienen lugar sucesos comparables entre febrero y abril de 1812. La represión es implacable: en 1813 se instaura la pena de muerte para los que rompan máquinas y se llega a ejecutar a 13 de ellos. A pesar de eso, se sucederán disturbios esporádicos hasta 1817.

Rotura de máquinas en Inglaterra a principios del siglo XIX. Grabado publicado en Penny Magazine en 1844. 

Hay un rasgo común que une a esos motines y los diferencia de las anteriores revueltas obreras: la referencia a Ludd, calificado como “rey”, “general” o “capitán”, según el caso. Destrozar máquinas no es una novedad y los obreros de diferentes oficios han utilizado ya ese medio violento de “negociación colectiva a través del motín”, según expresión del historiador Erik Hobsbawm, mucho antes de 1810. Pero en 1811 los obreros insurgentes se otorgan un supuesto líder, Ned Ludd, un aprendiz del que la leyenda dice que habría destruido un telar en 1779 en su taller de Leicester. Los rebeldes firman, por tanto, con el nombre de Ludd sus proclamas y las numerosas cartas amenazadoras que enviaban a los propietarios de máquinas y a las autoridades. Había nacido el ludismo.

Las razones de los luditas

Muchos son los que han querido ver en este movimiento una revuelta antigua y retrógrada, el gesto desesperado de unos pobres diablos sin muchas luces. La economía política del siglo XIX fue dura con el ludismo, ese “desenfreno de unas mentes calenturientas”, según la condescendiente expresión del historiador Thomas S. Ashton, que rechazan el progreso y no comprenden que, aunque la mecanización hace que desaparezcan determinados empleos, a la larga provoca el surgimiento de otros nuevos, más numerosos debido a la ampliación del mercado. Pero este análisis es un poco limitado. No se trata tanto de la intrusión de la máquina en sí, como lo que ella implica respecto a la organización y remuneración del trabajo. 

En algunos sectores, los obreros defienden en primer lugar su empleo. La invocación del “progreso” por las élites modernizadoras, que explican que a la larga la mecanización crea más empleos que los que destruye, es propia de una relación con el tiempo ajena al pueblo, que carece de medios para esperar: mañana es muy tarde, pues se come todos los días. Ese es el caso de los tundidores de paños de Yorkshire, enfrentados a la llegada de dos máquinas: la cardadora mecánica y la tundidora automática.  Para ellos, son sinónimo de paro. 

En 1813 se instaura la pena de muerte para quienes destruyan equipos de producción y se llega a ejecutar a 13 trabajadores. A pesar de ello, habrá disturbios esporádicos hasta 1817

Pero más allá del empleo, los luditas invocan también la defensa de la calidad de la producción y el sentido del trabajo bien hecho. En los medios del artesanado urbano, los obreros se refieren con frecuencia al tiempo, más o menos mítico, en el que maestros y aprendices compartían el orgullo por su oficio: en aquel tiempo, había modos de proceder, se respetaban los hábitos ancestrales. Ese es el sentido del movimiento de los tejedores de las Midlands. En este caso no hay ninguna máquina nueva; el oficio de tricotar prendas de punto es ya antiguo, no es una novedad que amenace el empleo. Pero el cambio de la gama de calidad es fundamental. Se rechaza el trabajo chapucero, la producción a bajo coste: los trabajadores no quieren ver cómo fabricar punto pasa a ser “indigno” porque se abandona el segmento de mercado de alta gama a favor de una producción barata como si, por metonimia, la estima del trabajador se reflejara en la calidad de la producción.

Pero hay más: también se trata del reparto entre las horas de trabajo pagadas y las no pagadas. Al tejedor le pagan por pieza, en función de un tiempo de trabajo estimado que varía en función de la calidad del producto. Con una prenda de menor calidad, el artesano gana menos, pero como se tarda menos en hacer la pieza, en teoría queda compensado porque puede tejer más en el mismo tiempo. Este razonamiento solo tiene en cuenta las horas de trabajo pagadas, pero cada pieza significa un tiempo de trabajo no pagado: el montaje de los hilos en el telar. Ese tiempo es fijo independientemente de la calidad del hilo utilizado. Si hay que hacer más piezas en la jornada o la semana para ganar el mismo salario, el tiempo de trabajo no pagado aumentará obligatoriamente. De ahí la protesta obrera. 

En nombre de la tradición y del orgullo por el trabajo bien hecho, los luditas se levantan contra la proletarización manufacturera y su degradación a la condición de sirvientes

Lo mismo ocurre en el caso de la pañería. La máquina no amenaza solo el empleo: es también sinónimo de trabajo en la fábrica. La concentración fabril significa pasar a depender de un capataz y la pérdida de autonomía en la organización del trabajo. Con la mecanización se perfilan una mayor integración vertical y la concentración del sector en manos únicamente de los comerciantes-manufactureros: el tiempo del modesto pañero se acaba. De este modo, no es tanto a la mecanización como a la mutación del conjunto de la estructura productiva, con el creciente control de un reducido número de poderosos manufactureros, a lo que se oponen los obreros luditas en un esfuerzo desesperado por preservar un margen de autonomía y de negociación. Pues al mismo tiempo, la nueva organización de la producción significa una redefinición de las modalidades de remuneración: se reelabora todo el sistema salarial sobre una base inédita y con una relación de fuerzas desfavorable a la clase obrera. La destrucción de máquinas es en este caso una forma de negociación salarial a través del motín. En otras palabras, esas luchas afectan al conjunto de las condiciones del mercado laboral y de su regulación.  

La cuestión tecnológica sigue viva

La intensidad del movimiento únicamente se comprende si se sitúa en el contexto general de desregularización del mundo artesanal y manufacturero de los años 1800-1820: el ludismo es una reacción contra la desaparición de la vieja legislación denominada “paternalista” y el triunfo del laissez-faire en las relaciones sociales manufactureras. La violencia surge cuando los obreros han agotado los medios legales de defensa de las reglas antiguas y de los hábitos del oficio (aunque las barreras protectoras que representaban fueran, en parte, ilusorias). Se insurgen, pues, contra la proletarización manufacturera, contra una degradación a la condición de sirviente, en nombre del pasado tradicional y del orgullo por su cualificación.

Lo que se cuestiona no es tanto la máquina en sí o la evolución técnica como las condiciones de su uso a las que ellas llevan, aunque bien es verdad que solo parcialmente. Si hay una lección que sacar del ludismo es que nunca se debería hacer una crítica limitándose a un perezoso “rechazo del progreso”. La cuestión tecnológica sigue estando en el centro del interrogante democrático, planteando el problema del control de la técnica en sus usos sociales.

 

Ned Ludd, la gran referencia

La leyenda cuenta que el aprendiz Ned Ludd destrozó una máquina textil en 1779 en Leicester. Su nombre se convirtió en una referencia cuando los rebeldes se identificaron con él, comenzaron a considerarlo su “general” y firmaron con su nombre las cartas amenazadoras que enviaban a los manufactureros. La unidad del movimiento ludita se debe así a la propagación de un lenguaje unificador lo suficientemente poderoso como para imponer una figura aglutinadora, aunque fuera mítica. Ned Ludd otorga una transcendencia política al movimiento, unificando a los diferentes defensores de los valores comunitarios y de la ética del oficio. 

 

El triángulo ludita

El movimiento de los luditas se desarrolló fundamentalmente en el centro de Inglaterra, donde trabajaban aquellos artesanos cuya organización laboral iba a verse perturbada por la rápida mecanización. Más allá de las máquinas, las revueltas tenían como objetivo luchar contra las nuevas condiciones laborales y de remuneración y contra el cambio en las relaciones de fuerza con quienes los mandaban.

 

Fechas

1779

El aprendiz Ned Ludd rompe una máquina tejedora (puede ser una leyenda)

1811 

Comienzan los disturbios antimáquinas en Inglaterra apelando a Ludd

1812

150 luditas atacan la fábrica de William Cartwright, pero son repelidos por hombres armados

1819 

En el departamento francés de Isère unos maestros tundidores se revelan contra la llegada de una tundidora mecánica